El sistema capitalista se sustenta en el
individualismo y en buscarse la vida cada uno como pueda, acrecentando la
rivalidad y la competitividad. Además, cuando se le quitan las bridas, este
capitalismo financiarizado hace crecer ilimitadamente la injusticia y la
desigualdad. Así en estos tiempos globalizados, en los que el trabajo escasea,
es indigno o se parte y divide para resolver los problemas de las empresas que
requieren adaptarse a una demanda cambiante, se ha evidenciado cómo empobrece a
unos: parados, precarios, desalentados, invisibilizados y excluidos; y enriquece
a otros: empresarios con éxito, especuladores, corruptos, mafiosos, aprovechados,
etc., haciendo de la desigualdad y la pobreza una visión normal y tristemente
aceptada. Por ello se hace más necesario en estos tiempos repensar la sociedad
intentando hacer realidad una mejora que busque el bienestar de todos y ponga
la vida de las personas en el centro del actuar humano.
Un aire fresco y distinto se encuentra en la
economía feminista. La perspectiva de la mujer pone el acento en la vida, en
una vida que merezca ser vivida y por tanto en su desarrollo y sostenibilidad.
El análisis de la crisis (de las crisis en general) se hace mirando más a las
condiciones de vida que al mercado y sus códigos opacos de medida que como el
PIB no miden aquello que es realmente importante para las personas, ya que lo
que interesa es la producción, el consumo y el beneficio (en muchos casos
incluso la propia destrucción de aquello que para la vida tiene mayor valor) y
olvidan las relaciones entre las personas, el trabajo de cuidados, el deterioro
de la naturaleza, etc. No hay que olvidar que el hombre es un animal
menesteroso, es decir cargado de necesidades, y en este mundo de recursos
limitados las necesidades pueden llegar a ser infinitas sobre todo cuando son
estimuladas permanentemente por una publicidad insidiosa e interesada que
produce para el consumo, sea prioritario para la vida o no.
Nuestra sociedad de ningún modo está libre del
machismo y su agresividad, la propia economía neoliberal está impregnada de
valores patriarcales y no se librará de ellos si no hay un verdadero cambio que
realmente busque la igualdad entre todas las personas sean mujeres u hombres. La
conciliación de la vida laboral y familiar es un intento de evitar las injusticias
de este mundo capitalista pero sin salirnos de sus barrotes de oro. Y, sin
embargo, las reglas de este sistema competitivo bipolar tensionan a las
personas divididas entre el mundo mercantil y la vida misma debido a la
esclavitud del salario que conlleva. Menos
mal que la economía feminista, la economía ecológica y los economistas
heterodoxos saben muy bien de la urgente necesidad de dar un giro al paradigma
vigente que nos lleva a todos directamente al abismo.
En este contexto, como nos dice Amaia Pérez Orozco[1],
“la cuestión clave en estos momentos de la economía feminista es sacar a la luz
la interrelación entre los trabajos (de cuidados) feminizados ocultos y los
trabajos remunerados masculinizados y plenamente visibles [...] Esclarecer las
razones de su ocultamiento significa que los procesos mercantiles dependen de
la existencia de esa esfera de cuidados invisibles; y que, en la medida en que
la vida no es el eje en torno al cual gravita la estructura económica, esa
esfera tiene que permanecer oculta”. El sistema capitalista está muy
confortable con este ocultamiento ya que el capital transfiere los costes del
mantenimiento de la vida fuera de sus balances. Son por tanto externalidades
que la sociedad se encarga de enjugar ante la ceguera de la mayoría.
Parece claro que “El sistema económico capitalista y
todo el armazón cultural que le acompaña se han expandido sin tener en cuenta
que la vida humana tiene dos insoslayables dependencias materiales. La primera
es la de la naturaleza y sus límites. La segunda es consecuencia de la
vulnerabilidad de la vida humana y por tanto de la imposibilidad de sobrevivir
en solitario, necesitamos a lo largo de toda la vida del tiempo que otras
personas nos dedican para poder llevar vidas decentes[2]”. Es evidente entonces que “nuestra economía
está en guerra con múltiples formas de vida sobre la Tierra, incluida la humana[3]”.
Por ello “Es necesario imponer justicia y humanidad en las relaciones
económicas y para ello es absolutamente necesario modificar la consideración
social hoy dominante sobre las mujeres y el papel que deben desempeñar en
nuestras sociedades[4]”
Repensar la economía como herramienta para el bien
común requiere hacernos la pregunta de ¿qué es lo que merece ser querido?, ¿Qué
tipo de sociedad queremos? Victoria Camps nos decía hace tiempo que “La función
de la ética es enseñar a querer lo que merece ser querido[5]”
Y eso es lo que debemos indagar con premura. Es verdad que a veces nos cuesta
reconocer aquello que queremos, de hecho conocerlo puede ser el mayor avance
para las personas, pero lo que sí identificamos claramente es aquello que no
queremos, aquello que consideramos una perversión para la sociedad y para cada
uno de sus integrantes. Para lograr un cambio, como citaba Jose Antonio Marina,
debemos saber que “la valentía es el camino más corto para la vida buena. El
miedo nos impide realizar muchas cosas buenas y provechosas. Todo el que vive
una vida plena ha de tener coraje para ello[6]”.
[1] Carrasco, Cristina y otros (2014:65) Con voz propia,
la economía feminista como apuesta teórica y política. Los libros de Viento
Sur.
[2] Yayo Herrero en Carrasco, Cristina y otros (2014:219)
Con voz propia, la economía feminista como apuesta teórica y política. Los
libros de Viento Sur.
[3] Klein, Naomi (2015:37): Esto lo cambia todo; el
capitalismo contra el clima. Paidós.
[4] Lina Gálvez en Carrasco, Cristina y otros (2014:215)
Con voz propia, la economía feminista como apuesta teórica y política. Los
libros de Viento Sur.
[6] Biswas-Diener, Robert en el libro de Jose Antonio
Marina (2014:166): Los miedos y el aprendizaje de la valentía. Círculo de
Lectores.
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