Nos
ahogamos en dinero, hay exceso de producción, la demanda se reduce y, sin
embargo, no somos capaces de resolver los problemas económicos de nuestras
sociedades. Sólo se nos ocurre recortar derechos, recortar salarios, aumentar
impuestos, o, al grito del ¡tonto el último!, se piensa en coger el dinero que
no es tuyo y mentir como un bellaco. Olvidamos el enorme exceso de capacidad
económica que tendríamos con pleno empleo, olvidamos que la naturaleza tiene
sus límites y no nos damos cuenta de que vivimos anestesiados por las imágenes
de pobreza y violencia sin tener ánimo para hacer nada que lo evite. Nos
mienten, nos roban, nos empobrecen, nos dejan marchar, nos dejan morir y
seguimos aplaudiendo su gestión y sus palabras cuando nos dicen que todo está
cambiando, que la cosa mejora, que somos punteros y el orgullo económico del
mundo.
Adoramos
a becerros de oro con pies de barro y tenemos palabras mágicas que nos
desorientan y no sabemos desterrar: globalización, producto interior bruto, productividad,
competitividad, déficit público, deuda soberana. Palabras que para algunos
economistas, directivos de empresas, políticos y sobre todo especuladores,
suenan a beneficios y venden como recursos salvadores de la humanidad. Sin
embargo, sus pretensiones, los resultados, la realidad y la evidencia
demostrada en su utilización, nos deben
poner en guardia y habiendo constatado los efectos de sus manejos, en muchos
casos desastrosos, tomar medidas que encaucen el sistema para el bien de todos.
Así, mientras tanto, dejamos que uno de cada tres niños en España viva por
debajo del umbral de la pobreza, tres españoles acopien una riqueza que supone
más del doble del 20 % de la población más pobre, que no paremos de caer en el
Índice de desarrollo humano, que seamos campeones de la desigualdad, etc.
Idolatramos
tanto el dinero que nos dejamos engañar por aquellos que lo crean de la nada,
pontífices de este dios engañoso. El dinero no se come cuando tiene su
representación física, pero es incluso poco visible cuando son anotaciones en
cuenta, en programas informáticos o hojas de cálculo. Lo que hacemos, lo que
producimos, los servicios que prestamos si son realidades que nos ayudan a
vivir y mejoran nuestra existencia. El problema de la economía actual no es que
la gente tenga mucho dinero y se agoten los productos y los servicios, el
problema es que la gente carece de él, a pesar de que hay posibilidad de
producir más bienes que nunca, y, por tanto, no pueden cubrir sus necesidades
básicas. Pero hay que saber y querer para mirar y ver.
Hubo
un tiempo en el que para poder intercambiar bienes era necesario que los que
hacían el intercambio hubieran producido algo, hubieran realizado algún
servicio útil para una vida buena o el mantenimiento de la misma. Hoy en día
sin producir ni prestar servicios de utilidad vital, alguien puede generar
dinero ficticio que le permita arrogarse el derecho sobre los bienes y
servicios realizados por otros miembros de la sociedad. Esta más valorada la
especulación que el trabajo duro sea remunerado o no. Para hacerme entender se
puede poseer mucho dinero conseguido mediante la especulación en bolsa, sin
haber generado nada útil para la sociedad, y, sin embargo, este dinero permitirá comprar bienes y servicios que han
producido otros con su esfuerzo y cubrir
no sólo sus necesidades esenciales sino también sus lujos.
Somos
capaces de inventarnos guerras, para el beneficio de unos pocos y endeudándonos
los demás hasta las cejas, para salvar crisis importantes de esta economía con
disrupciones cíclicas y, no obstante, somos reacios a facilitar una
distribución de la renta, de los recursos que generamos impulsando la demanda y
fomentando el empleo y la creación de empresas y evitando así el sufrimiento de
la ciudadanía. Somos capaces de generar billones de euros da la nada, por arte
de magia financiera, para saldar cuentas de aquellos bancos que han arriesgado
el dinero de sus clientes sin permiso y sin ética, bancos a los que sus
directivos han saqueado sin ningún rubor y, sin embargo, dejamos sin dinero la
dependencia, la sanidad, la educación, verdaderos filones de empleos, y la
investigación y desarrollo, que nos ayudará a mejorar nuestras vidas, etc.,
etc., etc.
Es
de vital importancia facilitar que los ciudadanos tengan más dinero en su
bolsillo para poder comprar principalmente bienes de primera necesidad. Sin
embargo, el gobierno sube el IVA que afecta a los más pobres igual que a los
más ricos. El gobierno realiza una nueva legislación sobre el IRPF dando más
dinero a los ricos que utilizan sus rentas principalmente para especular y
comprar bienes de lujo, incluso para hacer batallas con champán del caro.
Flexibiliza y recorta el trabajo contratado, mirando a otro lado cuando se
constata que la mayor parte de los contratos están realizando más tiempo extra
no pagado que el retribuido. ¿Quién va a comprar los productos si la gente
tiene menos dinero en sus bolsillos? O es que lo que se quiere es dejar a la
gente sin posibilidades de vida, dejar que se marchen fuera incluso los
mejores. ¡Ah si ahora nos están dando caramelos! Pero... ¿Son caramelos o
zanahorias? Pues ya sabéis que detrás de la zanahoria va el palo.
Se
acercan las elecciones generales y duele que todo siga igual, que puedan
aplicarnos más dosis de la misma medicina, más palos después de la zanahoria,
que puedan seguir gobernando aquellos que mienten descaradamente y defienden
las recetas que han demostrado su ineficacia, que basan su política en
facilitar el despido, dividir los trabajos, reducir los salarios, aumentar la
pobreza incluso de los trabajadores con contrato fijo (bueno así lo llaman), reducir
las pensiones, etc. Da vergüenza que asaltándonos a diario escándalo tras
escándalo, corrupción tras corrupción, no seamos capaces de decidir nada
diferente para mejorar nuestra sociedad. Por ello hay que ser valientes y
desterrar el miedo y querer ver la realidad injusta que tenemos, para tener
ánimo y cambiarla, ya que el único miedo que deberíamos evitar es el de tener
miedo.
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