Una
sociedad justa debe considerar el esfuerzo que realizan todos sus integrantes
para el mantenimiento y el bienestar de la misma. Sin embargo, los discursos económicos se han
centrado hasta el día de hoy en los procesos de producción de mercancías y los
trabajos remunerados (empleos) y han hecho invisibles los procesos de
mantenimiento de la vida cotidiana y los trabajos no remunerados. El enfoque patriarcal
de nuestras sociedades ha facilitado que la ponderación del trabajo mercantil,
el trabajo que produce bienes para el intercambio, sea lo único considerado,
olvidándose del trabajo doméstico, el trabajo de cuidados[1], el
trabajo altruista, el trabajo solidario, que tienen claramente una gran significación
al permitir la reproducción de la especie humana, la mano de obra presente y
futura, la convivencia y el mantenimiento de las relaciones sociales y en
definitiva la reproducción social y la perpetuación de las sociedades.
El
trabajo asalariado es más habitual en los países desarrollados y es minoritario
en los países subdesarrollados. Consecuentemente a nivel mundial es y ha sido
el trabajo no remunerado más usual que el trabajo remunerado, recayendo sobre
la mujer el mayor porcentaje de participación en el mismo. La liberación de la
mujer y su integración en el mundo laboral no ha supuesto un cambio importante en
las estructuras económicas imperantes y, desgraciadamente, no ha facilitado la
vida a la mujer ni ha supuesto un reconocimiento de los trabajos de cuidados. El
resultado casi siempre se ha cifrado en una doble jornada para la mujer con un
solo trabajo remunerado, ya que sólo lo que se intercambia tiene precio y da
derecho a una remuneración social. Además, la incorporación de la mujer al
mundo del empleo le ha reportado ocupar mayormente los trabajos precarios, mal
pagados y con escasos derechos. Trabajos que en muchos casos no sólo son
indecentes sino que se acercan al concepto de esclavitud.
No
reconocer este estado de cosas sigue manteniendo injusticias sociales a las que
permanecemos ciegos. Que el mundo gire alrededor del empleo nos pone una venda
que nos libra de la visión de una doble injusticia. Primero en relación a la
cada vez mayor masa de trabajadores en paro y, segundo, con respecto a los
ciudadanos que realizan trabajo no remunerado. Ejemplos claros de la
desigualdad de trato por el mismo trabajo son los de la maternidad y paternidad.
Los derechos y el correspondiente salario social son muy diferentes si ambos
padres trabajan, trabaja sólo uno, si tienen trabajo precario y mal pagado o,
como pasa en muchos casos si no tienen trabajo. El trabajo de reproducción en
bien de la comunidad es el mismo en todos los casos y los derechos como
ciudadanos, sin embargo, son diferentes.
El
hecho de que lo que no esté mercantilizado no exista está respaldado en una
economía que sólo busca el interés de algunos y no el de todos los ciudadanos. Una
economía que ha olvidado su verdadero fin que es estar al servicio de las
personas. De hecho se puede decir que uno no es ciudadano (y por tanto
merecedor de derechos) si no tiene un empleo. Es verdad que tampoco el empleo
es lo que era, los trabajos retribuidos que se están ofreciendo están dejando
de ser decentes y están perdiendo alarmantemente los derechos que se habían
conseguido en años anteriores. Triste realidad cuando “La asunción por el
mercado de muchas de las funciones realizadas en los hogares tradicionales por
las mujeres, la electrificación de los hogares, la producción en masa de
enseres domésticos y su mecanización hacían esperar una reducción de las largas
jornadas de las nuevas amas de casa de las sociedades industriales y
postindustriales[2]”
y, sin embargo, no ha sido así.
El
capitalismo que endiosa al mercado se esfuerza en meter en el saco del ámbito
privado cualquier producto tangible o intangible. ¡Todo vale para buscar
beneficios! Pero la transferencia de tareas de cuidados al sector privado tiene
mala cara, ya que la absorción de servicios requiere mucha mano de obra y la
competencia en precios y la búsqueda del beneficio harán que la tendencia de
los salarios de los trabajadores de este sector sea a la baja y pierdan siempre
los mismos. La persecución utópica del pleno empleo, por otra parte, ha sido y
es una herramienta eficaz que ha contribuido a poner un precio a toda actividad
humana. En el campo del trabajo de cuidados se ha traspasado la actividad que
antes se hacía en familia a la actividad pública y, posteriormente, a la
empresa privada que ha visto un nicho de mercado con posibilidades de amplios
beneficios.
Hay
que reconocer que “el pensamiento
feminista ha mostrado que las tareas de atención y cuidado de la vida de las
personas son un trabajo imprescindible para la reproducción social y el
bienestar cotidiano [...] a pesar de que en las sociedades contemporáneas, los
intereses del mercado y la lógica del beneficio enmascaran esa realidad[3]”. Para
la especialista Cristina Carrasco "entre
la sostenibilidad de la vida humana y el beneficio económico, las sociedades
occidentales han optado por este último. Esto significa que las personas no son
el objetivo social prioritario, sino que están al servicio de la producción".
Sin embargo, es necesario “apostar por analizar la sociedad preguntándose bajo
qué relaciones se dan los procesos de mantenimiento de la vida, mostrando
nuevos conflictos sociales y ámbitos de reflexión” y se deben “priorizar los
trabajos dirigidos a mantener el bienestar, poniéndolos en el centro del
discurso económico y político, hecho que permite visibilizar y revalorizar el
trabajo doméstico, entre otras actividades[4]”.
Ha que ser consciente de que “El trabajo no remunerado contribuye a la cohesión
social más que cualquier otro programa de políticas públicas[5]”.
Pero
“es sorprendente […] que un trabajo necesario para el crecimiento y desarrollo
de toda persona, para el aprendizaje del lenguaje y la socialización, para la
adquisición de la identidad y la seguridad emocional, un trabajo que se había
realizado a lo largo de toda la historia de la humanidad, hubiese permanecido
invisible tanto tiempo[6]”.
Ya que "El trabajo doméstico no es simplemente la combinación de tareas
necesarias para la reproducción cotidiana del núcleo familiar y para satisfacer
las necesidades físicas y psicológicas de sus miembros. La verdadera misión del
trabajo doméstico es reconstruir la relación entre producción y reproducción
que tenga sentido para las personas[7]".
[1] La búsqueda de
conceptos y definiciones que rompan con la perspectiva dicotómica y permitan
poner en el centro el bienestar ha permitido el nacimiento del término trabajo
de cuidados. Por trabajo de cuidados se entiende todas las actividades que van
dirigidas a la supervivencia y el mantenimiento del bienestar de las personas
(Carrasco y otros 2011).
[2]
Carrasco, Cristina y otros (2011:24). El trabajo de
cuidados, historia teoría y políticas. Los Libros de la Catarata
[3] Carrasco, Cristina y otros (2011:9). El trabajo de
cuidados, historia teoría y políticas. Los Libros de la Catarata
[4] Sánchez Cid,
Marina: De la reproducción económica a la sostenibilidad de la vida: la ruptura
política de la economía feminista. Revista de Economía Crítica núm. 19. Primer
semestre de 2015.
[5] Durán Heras,
María Ángeles (2012:29). El trabajo no
remunerado en la economía global. Fundación BBVA.
[6] Carrasco, Cristina y otros (2011:39). El trabajo de
cuidados, historia teoría y políticas. Los Libros de la Catarata
[7] Picchio Del
Mercato, Antonella (1994:455): "El trabajo de reproducción, tema central
en el análisis del mercado laboral" en Borderías y otros. (comp.) Mujeres y trabajo: rupturas
conceptuales.
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