DE LA
COMPETITIVIDAD A LA ESPECULACIÓN PASANDO
POR LA DESIGUALDAD.
En
el capitalismo salvaje la competitividad es un tótem al que todas las empresas
tienen que adorar si no quieren quedar fuera del mercado. Esta competitividad a
ultranza, sin embargo, tiene muchos efectos perversos para la sociedad,
especialmente cuando se trata de una carrera cuyo premio lo obtienen sólo aquellos
que consiguen reducir más los salarios de los trabajadores para que así los
costes de la producción sean más bajos que los de sus competidores. Podemos enumerar
como efectos negativos, constatados con suficiente evidencia, la pobreza, el
paro, los conflictos sociales, la enajenación por el trabajo, la falta de
cooperación, la rivalidad entre las empresas y personas, la corrupción, etc.
En
la globalización neoliberal que estamos sufriendo, con la varita mágica de la
competitividad se han conseguido crear grandes empresas cuyo poder económico
supera el de muchos países. Los beneficios del capital, además, han superado
las rentas salariales y no se han destinado a mejorar el bienestar de la
ciudadanía sino a la especulación pura y dura. Especulación que no sólo se ha
hecho corriendo riesgos propios, con su propio dinero, sino con el dinero de
los demás y bajo el paraguas del soporte social. Lo que se denomina por los
economistas riesgo social (moral Hazard). O dicho de otra forma si sale cara
gano yo y si sale cruz lo pagáis vosotros. Especulación que, también, ha
desviado el capital excedente de la producción de bienes necesarios para la
sociedad.
La
consecuencia de esta actividad especulativa se concreta en una mayor
desigualdad entre las naciones y las personas. Así los que tienen necesidades
básicas no las pueden cubrir porque no tienen recursos y aquellos que tienen
recursos excesivos no consumen porque su gran excedente lo utilizan para la
especulación financiera y no para poner en marcha proyectos empresariales
útiles socialmente.
El cuadro anterior nos muestra cómo se ha distribuido
la renta generada en las expansiones económicas. Da vergüenza ver como el 10
por ciento de las personas más ricas del planeta no han hecho más que
incrementar su riqueza, incluso en los momentos más difíciles para el resto de
la población, y, sin embargo, el 90 por ciento de la población cada vez se
quedan con una menor parte de la tarta generada por todos. Incluso en el
período analizado entre el año 2009 y 2012 a la población más porbre se le ha
disminuido su renta.
Las políticas que se están aplicando en España y
Europa ahondan estas diferencias, siguen cebando esta progresión hasta que un
día la cuerda se rompa de tanta desigualdad.
De momento los datos en nuestro país son desoladores:
el índice de desigualdad es el más alto de nuestra democracia y, junto con
Lituania y Bulgaria, uno de los más altos de Europa, hay un 27,5% de riesgo de
pobreza infantil, la última EPA nos dice que tenemos 5.427.700 parados, y que
son 1.789.400 familias las que tienen todos sus miembros activos en paro. Sin
embargo, con los datos del INE podemos decir teniendo en cuenta que al 31 de
diciembre de 2013 la población española es de 46.507.800 de habitantes y el PIB
es más de un billón de euros (1,023), que la media de renta que podría tener
cada español es de más 22.000 €, ¡casi nada! Podemos preguntarnos ¿Dónde quedan
los derechos humanos?, la respuesta deberá ser política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario