Globalización y
democracia
Muchos autores consideran que la
globalización capitalista y neoliberal que está imperando choca con la democracia por la sencilla razón de que lo que
busca no es mejorar el funcionamiento de ésta última sino ponérselo fácil a los
intereses comerciales y financieros que buscan acceder a los mercados a bajo
coste. Por la contradicción generada, el consenso intelectual que era hace unas
décadas el fundamento del modelo actual de globalización empezó a evaporarse. Se dio un “retroceso pacífico” de la democracia a favor de los mercados en palabras del economista francés
Jean-Paul Fitoussi[1]. Santiago Camacho, más contundente, escribe:
“a la democracia, el ideal por el que millones de personas han dado su vida a
lo largo de la historia, le ha surgido un enemigo más poderoso que cualquier
dictador, que cualquier ideal
totalitario y que cualquier ejército. Un enemigo que a, día de hoy, está
ganando la batalla[2].”
Navarro y Torres en el mismo sentido:
“las democracias se debilitan gradualmente porque las grandes empresas, los
bancos, los inversores especulativos, etc., han alcanzado un poder tan
gigantesco que les permite imponer constantemente sus intereses sobre los del
resto de la sociedad[3].” Se podría concluir, por
tanto, junto con el filósofo alemán Jürgen Habermas que la democracia se está
desmantelando en beneficio de intereses particulares.
Estamos lejos de que se traten de
opiniones exageradas. En estos años hemos vivido en Europa situaciones que
deberían ser calificadas realmente como auténticos golpes de Estado concebidas
para que se pudieran tomar más fácilmente las decisiones que convienen a las
finanzas. El expresidente griego Papandreu simplemente había amagado con la
convocatoria de un posible referéndum y la posibilidad de que el pueblo se
expresara fue suficiente para que se le forzase a dimitir[4]. El italiano Berlusconi,
muy en su estilo, quiso imponerse frente a Berlín y Bruselas y acabó fuera del
gobierno. Los acuerdos de financiación de Grecia, Portugal, Irlanda, España… han
llevado consigo la presencia permanente en los distintos países de autoridades
extranjeras, no elegidas democráticamente, para vigilar y poner en marcha la
política económica que se considera adecuada a los poderes financieros y económicos a los que
representan, sean cuales sean las opiniones o las preferencias de los
ciudadanos. Está, por tanto, muy claro que la democracia, si sigue existiendo,
tiene su latido muy débil ya que el poder no reside en el pueblo sino que se
está alejando del mismo a grandes pasos.
Los datos conocidos sobre el poder económico confirman plenamente lo expresado, ya que si en otro tiempo los países eran las mayores economías del planeta, ahora no es así; desde hace unas décadas las corporaciones ingresaron en el top cien. Así, en el año 2009 eran 44 las empresas que se incluían entre las 100 economías más grandes del mundo. Con tal poder económico y con la especial globalización de los mercados que vivimos, globalización sin ninguna restricción para las finanzas, sería un suicidio ignorar el nivel de influencia de estas corporaciones. Duele saber que junto a los niveles de pobreza que nos ha traído la actual crisis se constate que las dos empresas con mayores ingresos en el año 2013, según la revista Forbes, sumen 900.000 millones de dólares y que éste poder económico de las empresas unido a la especulación financiera que facilita, permita a algunas empresas como las famosas Fanni Mae y Freddie Marc[5] ganar en la bolsa más de un 1000% sobre sus ventas.
Hay,
por tanto, mucha evidencia que deja meridianamente claro que “existe un cambio
real de poder: hay un desplazamiento del poder del pueblo trabajador de las
distintas partes del mundo hacia una enorme concentración de poder y riqueza…el
sistema mundial se está dividiendo en dos bloques: la plutocracia, un grupo muy importante, con enormes riquezas, y el resto, en una sociedad
global en la cual el crecimiento –que en un gran parte es destructivo y está
muy desperdiciado- beneficia a una minoría de personas extraordinariamente
ricas, que dirigen el consumo de tales recursos. Y por otra parte existen los
“no ricos”, la enorme mayoría, referida en ocasiones como el precariado global, la fuerza laboral
que vive de manera precaria, entre la que se incluye mil millones de personas
que casi no alcanzan a sobre-vivir[6].” Es por tanto el poder financiero el que puede trastocar
o forzar cualquier política social y nos engaña con mejoras sociales sin
ninguna realidad, basándose en conceptos hueros que no tienen nada que ver con
lo que dicen representar.
En este mundo globalizado se constata que
el poder ya ha cambiado de manos, ya no lo tiene el poder político ni está
basado en la soberanía del pueblo, lo detenta un ente que se diluye por
momentos y que vienen llamando mercados,
élites, 1%. Ignacio Álvarez en el libro coordinado
por Bibiana Medialdea responde a la cuestión de ¿Quién son los mercados?, refiriéndose, sin
duda, a los mercados financieros: “Al igual que el resto de mercados, los
mercados financieros son espacios (físicos o virtuales) donde se intercambia un
determinado tipo de productos: títulos financieros. En teoría, los mercados
financieros cumplen un papel esencial en una economía capitalista: facilitan
que se encuentren agentes con necesidades de financiación (administraciones
públicas, empresas u hogares), con otros que están dispuestos a utilizar sus
ahorros para proporcionar a los primeros dicha financiación. De este modo, los
títulos intercambiados en los mercados financieros son títulos que conllevan
derechos futuros de cobro para quienes ponen a disposición de otros agentes sus
ahorros. No obstante, los mercados
financieros desregulados
no se limitan a cumplir esta función, y presentan
también una tendencia intrínseca a acumular «capital ficticio» y a
generar burbujas desconectadas de la economía real
que, al estallar, provocan graves crisis financieras[7].”
El mundo de las finanzas ha crecido
como una bola, pero en vez de nieve lo que la va engrosando la bola es el
dinero de todos los demás, dejando a muchos sin el mínimo vital (unos pocos
ganan la mayoría social pierde). Las finanzas se han convertido en un monstruo
que dirige el mundo maniatando, incluso, a los propios gobiernos y dejando
fuera de circulación aquellos valores que otorgaban a la política, a los
gobernantes y a la democracia la capacidad para conseguir una sociedad que
busque el bien de todos y una mejor armonía. Además, la gran industria de los
mercados financieros tiene un funcionamiento bastante autónomo y libre, a
diferencia de la industria tradicional. Esta última crea riqueza allí donde se
encuentra y retribuye a los diferentes factores que la integran,
fundamentalmente el capital y el trabajo, según el orden tradicional. Esto no
es así en el caso de los mercados financieros, cuyo objetivo básico y fundamental
es la obtención permanente de beneficios allá donde se encuentre, porque su
materia prima son las ingentes masas monetarias que circulan por el mundo.
Nos encontramos, por tanto, con unos
mercados financieros gigantescos que generan y acumulan capital ficticio, y
logran un poder descomunal que afecta, socava y desmantela la democracia. ¿Es lo que queremos? Espero que no.
[2]
Camacho, Santiago (2012):
La troika y los 40 ladrones.
[3]
Navarro, Vicenç y Torres López, Juan (2012): Los amos del mundo.
[4]
Grecia el país dónde nació la democracia se convirtió irónica y dolorosamente
en una “tecnocracia”.
[5]
Dos gigantes de la financiación hipotecaria que tuvieron un papel estelar en la
provocación de la crisis que padecemos y que fueron nacionalizadas el 7 de
septiembre de 2008 por Estados Unidos asumiendo un gran volumen de deuda.
[6]
Navarro, Torres y Garzón (2011): Hay alternativas.
[7]
Medialdea, Bibiana (Coord.) y otros (2011): Quienes son los mercados y como nos
gobiernan.
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