Una de las razones que sustentaron la salvación de
los bancos es que eran demasiado grandes para dejarles caer (to big to fail) y por tanto dañarían
mucho la economía. Los
bancos han fortalecido su impunidad siendo cada vez más grandes,
así han llegado de esta forma a ser una bomba de fuerza irresistible y de
consecuencias letales que les ha hecho
impunes ante la justicia (too big to jail).
Parece
ser, además que mientras las empresas gigantescas (entre ellas se incluyen
claramente a los bancos convertidos en empresas principales que se distribuyen
y reinan por todo el mundo) son tan grandes que no se pueden dejar caer y,
claro está, socializan su pérdidas aunque sus ideales sean liberales y defiendan
el Estado mínimo; los humildes ciudadanos, sin embargo, tienen que sufrir y
cargar con sus propias deudas y además cubrir las de las grandes empresas
deficitarias, muchas veces por su propia locura y ambición. A ellos (los
ciudadanos) sólo les queda luchar por un salario (cuando se tiene) cada vez
menor (race to the bottom). Sin
embargo, esta alternativa parece a los dirigentes neoliberales más agradable:
reducción de salarios, recortes en los servicios públicos, paro, precariedad,
pobreza. Es decir que la mayoría menos pudiente soporte los abusos de la
minoría en la cumbre y con muchas posibilidades económicas.
Pero el salvamento a los bancos por muy grandes que
sean proviene de un enfoque equivocado: la economía es un fin prioritario a las
personas. Sin embargo, es constatable “la paradoja del progreso: aquí, en la
tierra de la abundancia, cuanto más ricos y más listos somos, más prescindibles
nos volvemos[1]”. Pensemos
en una huelga bancaria, posiblemente la ciudadanía buscaría la forma de
intercambiar bienes como lo hicieron con tabaco los presos de los campos de
concentración. Tratarían de inventarse medios de pago para realizar
intercambios de bienes y servicios y el tema se solventaría de una forma u
otra. Para muestra un botón. Nos cuenta el autor de Utopía para realistas la diferencia entre una huelga de limpieza en
Nueva York y otra de bancos en Irlanda. “Mientras que los neoyorquinos habían
visto con desesperación cómo se deterioraba su ciudad hasta parecer un
vertedero, los irlandeses se convirtieron en sus propios banqueros. Mientras
que Nueva York se asomaba al abismo después de sólo seis días, en Irlanda las
cosas seguían funcionando como la seda incluso después de seis meses.” ¿Quién
decide a quién salvar y a quién no?
Por experiencia sé que en los hospitales puede ser
más dura una huelga de limpieza que cualquier otra, incluso una huelga de los
propios médicos. Pero esta sociedad sigue haciendo diferencias entre unos y
otros, aumentando la desigualdad, basadas sólo en el poder de quién las decide,
aunque no sea quien más las merece. Los bancos no crean nada sólo intermedian y
especulan con el dinero de todos para multiplicar sus beneficios y, sin
embargo, sus administradores son los grandes beneficiados de la sociedad por encima de aquellos que realizan las
labores más necesarias, más costosas y más desagradables.
El Financial Times informaba no hace mucho, que si
la actividad bancaria se restara del PIB en lugar de sumarse, cabría especular
que la crisis financiera nunca se habría producido[2].
No obstante, parece significativo que cuanto más necesaria socialmente es una
actividad, limpiar, cuidar, enseñar, proteger, menos peso tiene en el PIB; por
el contrario, un director ejecutivo que vende temerariamente hipotecas y derivados
para embolsarse millones en bonus contribuye más al PIB que toda una escuela
repleta de profesores o una fábrica de
coches llena de mecánicos[3].
Además, y viene a cuento, hay evidencias de que el dinero gratis funciona. Y
debemos tener en cuenta que la principal razón por la que
la gente pobre es pobre es que no tiene suficiente dinero[4].
Lo bueno del dinero es que la gente puede usarlo para comprar las cosas que
necesita en lugar de las cosas que quienes proclaman los expertos creen que
necesita[5].
Da dinero con el convencimiento de que los verdaderos expertos en las
necesidades de los pobres son los propios pobres[6].
Debemos tener en cuenta, como ya dije
en otra ocasión, los efectos perversos de nuestras políticas y claros los fines
perseguimos con ellas, ya que incluso “si se considera que lo más importante es
restablecer la actividad económica, entonces el rescate bancario… ¡es la manera
menos eficaz de lograrlo![7]”
Por lo que no me cabe la menor duda de que lo prudente, si se quería reactivar
la economía y evitar los daños infligidos a la ciudadanía, era repartir las
inmensas sumas dinerarias dadas a los bancos entre los ciudadanos y las
empresas, ya que “la mejor política doméstica es la de buscar el pleno empleo y
la estabilidad de precios, no la de perseguir déficits públicos o techos de
deuda arbitrarios[8]”.
Todavía hoy sigo preguntándome ¿Por qué hemos
salvado a los bancos en vez de a las personas?[9]
[1] Rutger
Bregman. Utopía para realistas. Salamandra 2017.
[2] Ibídem.
[3] Ibídem.
[4]
Ibídem.
[5]
Ibídem.
[6]
Ibídem.
[8]
Randall Wray (2015:19). Teoría
Monetaria Moderna. Lola books.
[9] Se puede
leer también mi artículo: ¿Alimentar a los bancos o a la población? En http://www.nuevatribuna.es/opinion/ernesto-ruiz-ureta/alimentar-bancos-poblacion/20160710085149130009.html
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