Desde esta columna vengo defendiendo que el dinero
no es un elemento neutro en el sistema económico. Sin embargo, seguimos
imbuidos de la ideología clásica, liberal y neoliberal que entiende el dinero
como una mercancía más que puede escasear y está sujeto a la tiranía del
mercado. No interesa que podamos percibir la realidad del dinero en nuestro
tiempo. “En un sistema financiero sano, podemos permitirnos hacer lo que seamos
capaces de hacer”…”No tendría por qué escasear el dinero a la hora de acabar
con los grandes azotes de la humanidad: la pobreza, la enfermedad y la
desigualdad, ni a la de fomentar la prosperidad y el bienestar de la humanidad,
financiar las artes y las actividades culturales o asegurar la estabilidad de
los ecosistemas. Los verdaderos déficits que padecemos son, en primera
instancia, de aptitudes humanas: las limitaciones de nuestra integridad,
imaginación, inteligencia, capacidad de organización e ímpetu, en las esferas
individual, social y colectiva. En segundo lugar, los límites físicos de los
ecosistemas. Éstas son limitaciones reales[1].”
El propio padre de la economía, Adam Smith, declaraba que la riqueza de una
nación no se mide por los valores monetarios, sino por su capacidad para
producir bienes y servicios.
Sabemos que el sistema bancario privado, mediante
los créditos, es el que crea en la actualidad el 95 % del dinero en circulación
y el sistema público el 5 % restante, aspecto éste que como se ha comprobado
con las últimas crisis tiene sus riesgos. Son el crédito y el gasto público los
que promueven y principian la actividad económica. Las empresas cuando inician
su actividad se mueven a través de los préstamos bancarios. “De hecho, con muy
raras excepciones, ha sido el crédito el que financió a la empresa y al
empresario que contrató a esa joven; y probablemente fue un descubierto el que
pagó el salario que obtuvo en su primer trabajo [...] su contratación creó
actividad económica añadida y generó ingresos con los cuales la persona que la
empleó pudo cubrir el descubierto, pagar la deuda y satisfacer su salario.[2]”
También el Estado cuando paga a un proveedor o a un funcionario lo que hace es
apuntar en las cuentas bancarias de los destinatarios los importes fijados
mediante la contratación previa. Para realizar estos gastos no necesita
(tengámoslo claro) cobrar impuestos, salvo que no tenga el poder de emitir
moneda. El Estado siempre recauda impuestos del dinero que previamente ha sido
creado, bien por el sistema financiero privado o por la banca pública.
Cuando se inició la actual crisis los bancos de la
Eurozona no estimularon la economía mediante la concesión de créditos. La
liquidez desapareció y la economía entró en letargo. Cuando más necesario era
el crédito para generar actividad económica, el sistema financiero privado más
lo congeló, asistido por la normativa y la regulación efectuada por los
políticos conservadores austericidas. Estados Unidos a pesar de sus déficits si
insufló dinero en su economía y no cabe duda que los resultados hayan sido muy
superiores a los conseguidos por Europa, dónde faltó un estímulo a tiempo del
Banco Central Europeo (BCE).
¡Cómo se puede decir que no hay dinero! Cuando la
economía mundial actual funciona con la convención y, en muchos casos, la esclavitud de la deuda
(crédito y deuda son las dos caras de la misma moneda) que, principalmente y
para resumir, deben los pobres a los ricos. Así en el año 2015 la deuda mundial
era 286 % superior al PIB mundial, lo cual indica el nivel de creación de
dinero y la inmensidad del crédito generado mediante apuntes y contratos; muy
superior a la producción de bienes y servicios anuales. No cabe duda, “en gran
medida a que las élites ricas, en connivencia con los entes reguladores y los
gobernantes, se han apropiado de nuestros sistemas monetarios y socavado la
confianza de la sociedad a fin de dirigir el sistema financiero en función de
sus estrechos intereses.[3]”
Mi criterio es que no se pone remedio inmediato a la situación actual porque el
sistema de presiones que regula el poder de la sociedad no permite tomar las mejores
decisiones para la ciudadanía. Los objetivos de déficit presupuestario, deuda
pública e inflación que tienen atadas a las políticas europeas son sólo
excusas, ya que como objetivos no se sostienen al no ser su bondad contrastada
por la realidad. Excusas, digo, para mantener soluciones a favor de los que más
tienen. Soluciones que propician además futuros halagüeños en sus negocios.
A mi modo de ver las políticas que se han seguido
son contrarias a la lógica económica y han dejado muchos muertos por el camino.
Ni siquiera Estados Unidos lo hizo bien. Cuando el sector privado ralentiza la
economía, y no quepa duda que fue lo que pasó a partir de 2007-2008, el sector
público tiene que tirar del carro como nos enseñó Keynes. Pero la mejor manera
no es soltar dinero para que entre en el circuito financiero privado y siga
haciendo más ricos a los ricos y aumentando la desigualdad, sino poner en
marcha muchos recursos ociosos y disminuir al tiempo la desigualdad, objetivo
que sí ha demostrado que mejora la actividad económica y se centra en la
producción de bienes y servicios necesarios y no de aquellos otros que por
conceptuarse de gran lujo solo benefician a unos pocos.
¡Claro que
hay dinero! Y debemos grabarlo en nuestras cabezas y decirlo muy alto para
que no nos engañen con el soniquete de que no podemos hacer esto o aquello
porque no lo hay. ¡Sí! ¡Hay dinero!
y cuando es necesario se saca de debajo de las piedras, o con simples tecleos
en un ordenador, aunque no sea para evitar muertes y suicidios, para que no se
desahucien de sus casas a familias sin ningún techo, para dar de comer a los
niños, para cuidar a los enfermos, para educar e instruir a la población, para
ayudar a los discapacitados,...
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