No podemos decir que las relaciones de trabajo que
actualmente están presentes en nuestras sociedades no habían sido analizadas
con precisión desde hace muchos años. Las consecuencias del mundo neoliberal ya
habían sido advertidas por distintos autores. En el presente artículo voy a
referirme al libro del psiquiatra y psicoanalista francés Christophe Dejours,
titulado: Trabajo y sufrimiento. El
libro fue publicado en francés en el año ya lejano de 1998 y con el título
original: Souffrance en France: La banalisation de l’injustice sociale. En
castellano fue editado en el año 2009. Creo no obstante, que las reflexiones y
consideraciones del autor, son tremendamente actuales y certeras y, deben ser
tenidas en cuenta.
Dejours nos dice que “Las relaciones de trabajo,
son en primer lugar, relaciones sociales de desigualdad […] verdadero
laboratorio de experimentación y oportunidad de aprendizaje de la injusticia e
iniquidad, tanto para los que son sus víctimas como para los que sacan provecha de él” Pero igualmente
que “El trabajo puede ser también el mediador irremplazable de la reapropiación
y la autorrealización.” Considera que lo que inclina la balanza, lo que puede
hacer del trabajo una herramienta de autorrealización o de injusticia, “El elemento decisivo que hace
volcar la relación con el trabajo del lado del bien o del mal, en el registro
moral y político es el miedo.”
(pág. 186)
Está convencido de que “Las nuevas formas de
organización del trabajo [extremadamente competitivas] de las que se alimentan
los sistemas de gobierno neoliberal tienen efectos devastadores sobre nuestra
sociedad. Amenazan efectivamente a nuestra vida cotidiana y nos acercan a la
decadencia, hacia la trágica separación entre el trabajo y la cultura (si por
cultura se entienden las diversas modalidades por medio de las cuales los seres
humanos se esfuerzan por honrar la vida.)” (pág. 203)
Se pregunta ¿Cómo somos capaces de aceptar sin protestar
unas exigencias laborales cada vez más duras, aun sabiendo que ponen en peligro
nuestra integridad mental y psíquica? Y ¿Cómo es posible que la gran mayoría de
los ciudadanos puedan mirar a otro lado ante la suerte de los parados y los
nuevos pobres? También le resulta chocante ver la aceptación de la humillación
que de forma cotidiana se presenta en tantos lugares de trabajo.
El autor en el texto trata de comprender el porqué
de la extraordinaria tolerancia de nuestras sociedades a una organización del
trabajo que, por un lado genera rápido y grandioso enriquecimiento, mientras
que por otro provoca una pobreza y una miseria estremecedora que, a su vez,
genera todo tipo de desgracias, patologías individuales y violencias
colectivas. Considera que “el sistema neoliberal, incluso si hace sufrir a los
que trabajan, sólo puede mantener su eficacia y su estabilidad si cuenta con el
consentimiento de aquellos que le sirven.” Y una de las razones que encuentra
es la banalización del mal, como
“proceso que favorece la tolerancia social ante el mal y la injusticia, proceso
por el cual hacemos pasar por infelicidad
algo que, en realidad, tiene que ver con el ejercicio del mal que algunos
cometen contra otros.” (pág. 32)
“Al hablar de banalización del mal, no entendemos
sólo la atenuación de la indignación frente a la injusticia y el mal sino, más
allá de ello, el proceso, que por un
lado, desdramatiza este mal (que no
debería nunca ser desdramatizado) y, por el otro, moviliza progresivamente una
cantidad creciente de personas al servicio del cumplimiento del mal, haciendo de ellas colaboradores. Nuestra
tarea es comprender como y por qué la buena gente oscila entre colaboración y
resistencia al mal.” (pág. 182)
En el libro se estudia con detalle el texto de Hannah
Arendt “Eichann en Jerusalén”, donde la autora empleó la expresión la banalidad del mal. Establece la
normopatía como característica más relevante en el proceso de banalización. Son
personas normales, vulgares, no son ni héroes, ni fanáticos, ni enfermos, no
son perversos, ni paranoicos. Los normópatas que tienen éxito en la sociedad y
el trabajo, se instalan cómodos en el conformismo, como en un uniforme, y por
ello carecen de originalidad, de personalidad.
El análisis de Dejours llega a advertir caminos
paralelos entre el nazismo y el neoliberalismo, si bien deslinda los distintos
objetivos de ambos. “Entre los objetivos a los que se consagra la banalización del mal, o entre las
utopías a las que sirve. En el caso del neoliberalismo, el objetivo perseguido en última instancia es la
búsqueda de beneficios y de poder económico. En el caso del totalitarismo, el
objetivo es el orden y la dominación del mundo. Para la racionalización
neoliberal de la violencia, fuerza y poder son instrumentos de lo económico.
Para la argumentación totalitaria, lo económico es un instrumento de la fuerza
y poder. La diferencia aparece también, durante las etapas ulteriores del
proceso, en los medios implementados: intimidación en el sistema neoliberal,
terror en el sistema nazi. (págs. 184-185)
Por todo ello, en el análisis de la racionalidad
pática sugiere que la violencia y la injusticia comienzan generando, en primer
lugar un sentimiento de miedo, por lo que es legítimo preguntarse “si el miedo
(que además puede surgir sin que medie violencia ni amenaza real o actual) no
será ontológicamente anterior a la violencia, en contraposición con la idea de
que la violencia será previa y estaría en el origen de la infelicidad de los
hombres.” (pág. 188)
En estos días en los que el miedo se utiliza
profusamente para ganar votos y en los que los índices de pobreza y desahucio
son remarcables, me pregunto si no tendremos que pararnos, hacer una pausa, y
pensar sobre el mundo al que las rivalidades partidistas
nos están encaminando: ¡a la deriva, siempre a la deriva, para qué pensar!
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