Si analizamos la verdadera gravedad de que algunos
de los altos cargos y presidentes de los gobiernos anteriores hayan terminado
como consejeros de las grandes empresas energéticas españolas, nos sorprenderá
constatar que no sólo se han aprovechado y se aprovechan del cargo político que
tuvieron y reciben por ellos grandes emolumentos que se nos pueden antojar injustos,
teniendo en cuenta la pobreza energética y como lo está pasando gran parte de
la población española con la actual crisis, sino que, además, nos obliga a
soportar un modelo energético caduco y dañino para la población y para el medio
ambiente.
Un cambio en la política energética es, sin
duda, necesario: “El importe estimado que Europa pagará si no cambia nada para
adquirir combustibles fósiles en el periodo 2015-2050 será astronómico, de más
de 32 billones de euros. La misma factura acumulada para España es de 4
billones de euros.[1]”
Los ahorros que se pueden conseguir si se hace la transacción a las renovables
ascenderían a 8,5 billones de euros en Europa y a 1,7 billones de euros en
España. Si tenemos en cuenta, además, que España frenó en seco la transición a
las renovables, pasando de ser puntera a nivel mundial a desanimar la
transición poniendo, incluso, el famoso impuesto al sol, que grava el autoconsumo de la energía producida por los paneles solares
privados, mientras que Alemania con pocos días de sol, sin
embargo, se ha puesto en cabeza en energías renovables y no ha dejado de bajar
el precio de la electricidad desde el año 2011. El tema, sin paliativos, es muy
grave, y más, si tenemos en cuenta que la pobreza energética mata a 7.000
personas al año en nuestro país.
Debemos ser conscientes de que las cuestiones más
importantes de la estrategia energética no son técnicas o económicas, son cuestiones sociales y éticas
que, además, tienen solución claramente política. Dar solución a este problema
es indicio del buen funcionamiento de las instituciones democráticas.
Económicamente el tema también es fácil si tenemos en cuenta, por ejemplo, que
“lo que a España le costó adquirir combustibles fósiles en 2012 fueron 50.000
millones de euros, [y además] la factura ciudadana, es decir, lo que los
ciudadanos españoles realmente pagaron por la compra de gasóleo, gasolina, gas
natural y electricidad ascendió, en realidad, a 125.000 millones de euros.[2]”
Sin duda cantidades astronómicas que debieran hacer pensar a nuestros políticos
en las mejoras que nos estamos perdiendo y los gastos que estamos dilapidando.
Existen además diferencias importantes entre las
energías renovables y los combustibles fósiles. En el caso de las renovables la
ventaja es que el aire, el sol y el agua son gratuitos. Incluso se puede prescindir
de grandes equipamientos. Así una placa solar en el tejado de una casa
representa el símbolo más representativo de lo que se viene denominando una
cadena eléctrica corta. Sin embargo, el modelo fósil está caracterizado por
ajustarse a una cadena eléctrica larga: extracción, transporte, elaboración y
suministro. Además “Las fuentes fósiles generan energía mediante su combustión.
Debido a ella se pierde, en forma de calor y de CO2, la mayoría de la energía
inicial y tan sólo se aprovecha, de media, una cuarta parte de la misma.[3]”
La privatización de las empresas energéticas, por
otra parte, sólo ha servido para seguir perjudicando al ciudadano. “Según datos
de Eurostat, España, que ha privatizado toda su producción eléctrica, es el
cuarto país con la energía más cara de la UE (cerca de 0,24 euros por kWh,
mientras que en Francia, que ha retenido la titularidad pública de la
producción eléctrica, el precio no supera los 0,18 euros).[4]”
El sistema, no obstante, se resiste a cambiar y los
centros de poder luchan por mantener el statu quo. El mundo financiero supone
un verdadero potosí para las élites. La
especulación en el capitalismo de casino que nos trajo la actual crisis se
fraguó en “los distintos regímenes de precios [que] ayudaron a catalizar el progreso
económico de determinadas naciones, así como a mantener un determinado orden
internacional, además de servir en el último cuarto del siglo XX para lubricar
financieramente el sistema con los petrodólares o los fondos soberanos[5].”
Estamos, sin duda, en un mundo caduco en el que lo actual se resiste a
desaparecer.
El Gobierno y su voluntad política tienen en su mano
mediante el impulso de nuevas tecnologías
realizar un cambio de paradigma. “En el desarrollo de la aviación, la
energía nuclear, los ordenadores, Internet, la biotecnología y los actuales
desarrollos en la tecnología verde, es y ha sido el Estado –y no el sector
privado—el que ha arrancado y movido el motor del crecimiento.[6]”
Por contra “la mayoría de empresas y bancos prefieren financiar innovaciones
incrementales de bajo riesgo y esperar que el Estado tenga éxito en áreas más
radicales […] la tecnología verde requiere un gobierno atrevido que asuma el
liderazgo, tal como ha ocurrido con Internet, la biotecnología y la
nanotecnología[7].” No
obstante, a pesar de las ventajas que
tiene el tránsito a las energías renovables, parece claro que el gobierno tiene
las manos atadas por las grandes empresas eléctricas.
Lo preocupante es que uno de los retos más acuciantes y necesarios es transitar hacia un
modelo basado en las energías renovables. Pero la persistencia y el
mantenimiento de las puertas giratorias, hace que el cambio necesario tenga que
esperar. Las políticas de austeridad animadas y obligadas por la Unión Europea
han actuado también de freno de mano ante las iniciativas del Estado en nuestro
país. El futuro económico de España y el bienestar de los ciudadanos, son
precios que vamos a pagar por el giro dado a las políticas de las renovables.
Es necesario dar, por eso, un nuevo giro a estas políticas y además comprender
la función de los distintos actores: “Si no comprendemos mejor a los actores
implicados en el proceso de innovación, nos arriesgamos a que un sistema de
innovación simbiótico, en el que el Estado
y el sector privado se benefician mutuamente, se transforme en un
sistema parasitario, en el que el sector privado sea capaz de extraer beneficios
de un Estado al que al mismo tiempo se
niega a financiar.[8]”
[1] El
cambio urgente y rentable. Ramón Sans Rovira. Alternativas Económicas núm. 41.
Noviembre 2016, pág. 21
[2] Ibídem
pág.22
[3] Ibídem
pág. 20
[4] Medina
Miltimore, Stuart (2016:153). El Leviatán desencadenado. Lola Books.
[5] Mañé
Estrada, Aurelia (2016:121). El gran negocio mundial de la energía. RBA
[6]
Mazzucato, Mariana (2014:43). El Estado emprendedor. RBA.
[7] Ibídem (2014:36-37)
[8] Ibídem
(2014:62)
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