La frase del título es el eslogan de la campaña de
este año de la Hacienda española. En contra de la misma, hay que tener muy claro,
que inversamente al eslogan no contribuimos para recibir, sino que los que
contribuyen, que mayormente son los trabajadores por cuenta ajena, lo único que están consiguiendo es disminuir su capacidad
de gasto, su capacidad de compra de bienes y servicios, teniendo, además, que
contribuir con sus ingresos menguantes a pagar servicios públicos y bienes que
antes de los recortes recibía gratuitamente del Estado. Sin embargo, somos
conscientes de que hay quién teniendo mayores rentas y posibilidades defraudan
al fisco y por tanto, es obvio, que lo que consiguen es mantener o aumentar su
capacidad adquisitiva y seguir enriqueciéndose, incluso, a costa de los que
menos tienen.
Los impuestos tienen algunas funciones; nos
informan del coste de los servicios públicos y sirven, además, para distribuir
la renta. Pero la distribución de la renta no es muy adecuada si lo que se consigue,
permitiendo la defraudación y mediante prebendas en forma de deducciones, es
dar más a los que más tienen. Con este plan actual de recaudación “Los ricos se
están enriqueciendo solo porque son ricos. Los pobres se están empobreciendo
sólo porque son pobres.[1]”
Las inmensas fortunas del vértice superior de la pirámide social, incluso, se
destinan a la especulación y no a la economía real y se utilizan, también, para
evadir impuestos sorteando la Ley y aprovechando cualquier resquicio de la
misma para eludirla.
Pero no sólo se aprovechan las grandes fortunas y
las empresas punteras de la distracción de sus obligaciones con la Hacienda
Pública, también se valen de los gastos del Estado para producir el objeto novedoso
de sus ventas. Así es sorprendente que muchas de las grandes fortunas, como
Apple, Microsoft, se hayan basado en grandes gastos realizados por la
administración como Internet, pantallas táctiles y asistentes personales
activados por voz. Los éxitos de estas investigaciones de la administración han
generado millones de dólares y euros en beneficios a la empresa privada y, sin
embargo, estas empresas no sólo no han aportado beneficios al Estado benefactor,
sino, incluso, se han llevado sus beneficios a paraísos fiscales para que su
fiscalidad sea mínima y sus beneficios mayores, olvidando a sus conciudadanos.
Es sorprendente, igualmente, que muchas de las
grandes empresas, con beneficios millonarios reviertan a los Estados solamente
costes, y no sólo en forma de medio ambiente y efectos dañinos en los
trabajadores, y esos costes se pagan por los ciudadanos e, incluso, el Estado
es capaz de contribuir a sus beneficios con regalías en forma de deducciones fiscales,
olvidando, por el contrario, a aquellos ciudadanos que están al borde de sus
fuerzas vitales.
Muy lejos parecen las ideas utópicas que señalaban
como principio básico el que las empresas debieran estar subordinadas a la
sociedad procurando el mayor beneficio a las mismas. Ya que no hay día en el que
no nos levantemos sabiendo que algunos de nuestros conciudadanos, más famosos y
agraciados económicamente (muchos de ellos empresarios de éxito), han faltado a
sus obligaciones fiscales. A pesar de que se les considera símbolo y bandera de
nuestro Estado social y democrático de Derecho que propugna como valor superior
la igualdad.
Pero, tristemente, es la desigualdad incontrolable
provocada por las ideas neoliberales el resultado de la ruptura del pacto
social habido después de la Segunda Guerra Mundial. Y como dice Zygmunt Bauman “La
tenaz persistencia de la pobreza en un planeta dominado por el fundamentalismo
del crecimiento económico es suficiente para que el observador se detenga y
reflexione tanto sobre los daños directos como sobre los daños colaterales de
esta redistribución de la riqueza.[2]”
Y pensar sobre la ampliación constante de la brecha de la desigualdad, por lo
que considero es un tema cuya solución no solamente es muy importante sino también
urgente.
En el día de la Constitución y en estos días que se
plantea su reforma debemos ser conscientes de sus mandatos. Recordar por
ejemplo el artículo 128.1 “Toda la riqueza del país en sus distintas formas y
sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general.” El artículo 31 "Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo a su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio." El 128.2 “Se reconoce la iniciativa pública en la
actividad económica. Mediante ley se podrá reservar al sector público recursos
o servicios esenciales, especialmente en caso de monopolio y asimismo acordar
la intervención de empresas cuando así lo exigiere el interés general.” O el
artículo 9.2 “Corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para
que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra
sean reales y efectivas; remover los obstáculos que impidan o dificulten su
plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida
política, económica, cultural y social.”
Contribuir para recibir sólo puede traducirse en un
efecto positivo cuando aquellos que más tienen contribuyan más, y siempre que
pongamos por encima el valor de la solidaridad al valor de la avaricia. Como
nos decía el estadista y filósofo inglés Francis Bacon, debemos ser conscientes
de que “la riqueza es como el estiércol; solo es buena si está esparcida.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario