En nuestro país el término populismo se ha puesto
de moda para denostar y descalificar a determinado partido. Cualquier
acontecimiento social es aprovechado por periodistas acomodados para, mediante
la palabra mágica “populista”, generar miedos y emociones negativas en las
mentes de sus oyentes y lectores. Esta palabra se ha convertido en el argumento
más fácil y malévolo para tapar
realidades y evitar verdaderos debates que pudieran ser útiles para la
sociedad.
Populista significa “perteneciente al pueblo”,
por lo que, por sí mismo, el
término no tendría que suponer ninguna connotación peyorativa; otra palabra democracia:
“poder del pueblo”, atribuye al pueblo el poder político y es ensalzada por
todos y temidos los efectos de su debilitación. Populista según el Diccionario
de la Real Academia de la Lengua es definido como “perteneciente o relativo al
populismo”. Y populismo como “tendencia política que pretende atraerse a las
clases populares.” Sin embargo, se pretende hacer ver a la población y destacar,
que quien emplea las necesidades, las frustraciones, la indignación o la
necesidad de eliminar la corrupción de la vida pública lo hace de un modo
interesado, para sus propios fines partidistas y no como propuestas de solución
para los verdaderos problemas de los ciudadanos de una país que claman por unos
derechos y libertades o estado de bienestar social que pudiera haberse perdido
o perderse. Esta intencionalidad peyorativa del populismo entiende que las
propuestas de igualdad social que pretenden favorecer a los más débiles es un
uso instrumental de los partidos políticos que enarbolan estas necesidades
ciudadanas en beneficio propio.
En principio, como se ha dicho, no es un término al
que se le encuentre un lado negativo. No obstante, en el ámbito político, el
populismo apela a la intención de ganarse al pueblo mediante promesas que nos
se van a cumplir. La demagogia consiste en apelar a prejuicios emociones,
miedos y esperanzas de los ciudadanos para obtener el apoyo electoral con
finalidad principalmente electoralista. Lo gracioso de esta argumentación es
que nos lleva a considerar populistas, con evidencia empírica, a aquellos
partidos políticos que ya han asumido la tarea de gobernar y no han cumplido
sus promesas electorales. Y son precisamente estos partidos los que vienen
etiquetando de populistas a aquellos que todavía no han gobernado, porque
consideran, en aras a su propio interés, que sus propuestas son incumplibles.
Sin querer, no obstante, reconocer que ellos ni cumplieron sus promesas, ni sus
actuaciones han servido para alcanzar los objetivos que se propusieron.
En el ámbito político, por tanto, se emplea el
término populismo para atacar o denostar al adversario de manera interesada y
supone una especie de espejo que sólo proyecta la realidad de aquel que los
está denunciando y, realmente, sólo procura un mayor número de votos al
propio denunciante. Y es que quien denuncia sólo tiene intención de transmitir
a la población la descalificación del otro y, si se analiza un poco más nuestra
realidad política, lo hace mediante una transferencia de sus propios actos.
Estos denunciantes son capaces de defender, al socaire de sus metas, la
necesidad política y económica de que unos ganen miles de euros diarios y otros
no los ganen en su vida, defender la sinrazón de muertes inútiles dentro y
fuera del Mediterráneo y guerras sanadoras, defender que los pobres se lo merecen mientras los ricos multiplican sus
riquezas sin esfuerzo y especulando adictivamente.
¿Es populista aquél que procura el bien del pueblo?
¿Quién y en base a qué se considera que las propuestas son o no posibles a
priori? ¿Qué evidencias pueden aportar los que tienen siempre en boca la
palabra populista para manipular a la población con su marketing verdaderamente
populista? ¿Por qué siempre son los otros los que están equivocados? El respeto
a las ideas de todos los ciudadanos es la base de la democracia. Pero, la falta
de compromiso con la verdad y la desidia en el esfuerzo son el soporte de las
posturas intolerantes y poco democráticas. Se requiere una cultura ética para
poder conseguir un mundo mejor para todos y evitar los riesgos que apuntan a un
colapso irremediable si seguimos con posturas egoístas e insolidarias. Einstein
ya nos adelantó que “Sin ética no hay esperanza para la humanidad.”
El meollo y el soporte del pluralismo político son
el diálogo, la tolerancia y el respeto. Utilizar la palabra “populista” en
términos peyorativos no dice nada a favor de aquellos que la usan para esconder
sus debilidades, sus intenciones y sus embustes. Sin embargo, estos son los que
siguen sacando réditos en forma de votos y siguen gobernando a pesar de ser la
imagen precisa y bien conformada de lo que ellos llaman populismo. El manoseo
de las palabras va en contra de la verdad y así de tanto abusar del término
populista estamos, incluso, desgastando también la DEMOCRACIA.
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