Hasta la década de 1990, el negocio bancario era
relativamente sencillo. Se dice que los banqueros funcionaban con la regla del
3-6-3: tomar depósitos al 3 %, conceder créditos al 6 % y quedar en el campo de
golf a las tres de la tarde. Como se ve un trabajo que muchos quisieran,
especialmente en estos tiempos oscuros. Sin embargo, los desequilibrios
existentes en la arena internacional, al que contribuían algunos países
emergentes y Alemania, generaron un gran ahorro que supuso una caída de los
tipos de interés y en consecuencia los banqueros tuvieron que lidiar con
ganancias menguantes y tuvieron que buscar creativamente nuevas herramientas
que mejoraran sus beneficios.
Su desbordante creatividad les llevó a generar
nuevos productos financieros que se creían completamente seguros y que nos
llevarían a un futuro perfecto, pero que tenían compradas todas las papeletas para que el resultado a
nivel social fuera un completo desastre. Y todo se vino abajo, aunque seguían
preguntándose ¿cómo podía haber
ocurrido? Esta creatividad segura fue uno de los factores más trascendentes que
nos trasladó a la crisis iniciada en el 2007. Realmente el sistema financiero
se aprovechó cubriendo los riesgos que en su caso no pagarían ellos. Lo que se
denomina riesgo moral, un concepto económico que describe aquellas
situaciones en las que un individuo tiene información privada acerca de las
consecuencias de sus propias acciones y sin embargo son otras personas las que
soportan las consecuencias de los riesgos asumidos. Otra definición más concisa
es: riesgo de que un seguro haga que el asegurado incurra en mayores riesgos.
El trabajo de los bancos surtió sus efectos y antes sus dificultades
fueron inundados con dinero público. Pero por mucho que se inyectaban millones
y millones de euros, los créditos seguían sin crecer y es que nadie se atrevía
a invertir en una economía sin futuro. Mejor, sin duda hubiera sido dar dinero
al que lo necesitaba, generar puestos de trabajo que recortaran sólo la
desigualdad, etc. Pero, estas opciones estaban vetadas, aunque las
consecuencias de seguir en las mismas políticas no generaran esperanzas. Y Así,
llegando a nuestros días, vemos que según el Banco de España los activos
improductivos que aún mantienen los bancos de nuestro país representan 213.000
millones de euros y eso que ha descendido este importe en los últimos años. No
obstante, la tasa de morosidad sigue siendo todavía superior al 9 %, lo que
según los propios banqueros supone un porcentaje muy superior a lo que se
necesita para obtener rentabilidad. Como se ve ni los propios bancos levantan
cabeza a pesar de que sólo se miran al ombligo.
Un dato inquietante es la baja rentabilidad del
negocio español, que en el año 2015 fue una media del 4,4 % frente a un coste
del capital que se situó en el 8 %. No obstante, a pesar de la baja
rentabilidad, a pesar de la crisis financiera en la que los bancos fueron los
principales responsables, los ejecutivos bancarios siguen sumando emolumentos
desorbitantes, sin que ninguna ley y ninguna institución les ponga freno. Y sin
duda estos señores deben ser superiores, de otra pasta, si tenemos en cuenta
que el Salario Mínimo Interprofesional de España es de 655,20 €, los recortes
del gasto social en alguna Comunidad superan el 35 % entre los años 2007-2013,
la tasa de paro juvenil sigue todavía en un 46,48 % y los parados, aquellos que
manifiestan que quieren trabajar y no pueden, según la última Encuesta de
Población Activa son 4.574.700 personas. Pero es que además somos casi líderes
mundiales en preparar a los trabajadores para aquello que no se requiere[1].
Se ha denomina Bancos zombis a aquellos que no han
quebrado gracias a la ayuda que recibieron de los gobiernos pero que no cumplen
con su función básica de dar crédito intermediando entre depositantes y
emprendedores que necesitan liquidez para iniciar sus negocios. Parece que para
los gobiernos es mejor mantener este tipo de instituciones que preocuparse por
los ciudadanos. Pero es que últimamente, pretender defender a los pobres y
denunciar las desigualdades y las pérdidas de derechos se considerada una
actitud populista y relativa a la izquierda retrógrada y propia de tiempos
pasados que no deben volver. Parece que un liberal como John Stuart Mill tenía
razón cuando decía que “todas las clases privilegiadas y poderosas han utilizado su poder en
beneficio de su egoísmo.” Pero, ser egoísta e insolidario
no convierte a las personas en superiores. El hombre es un ser social y en todo
caso rebajaría su estatuto de persona.
[1] El 30 %
de los trabajadores les cuesta encontrar un empleo porque carecen de formación
demandada.
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