A nadie se le escapa que el volumen financiero de
las pensiones es muy tentador. Por ello, la ideología neoliberal, con la excusa
de que el mercado todo lo arregla y que debemos dejar al mercado que nos
resuelva todos los problemas, quiere arremeter contra uno de los bastiones más
importantes del Estado de Bienestar, el sistema de pensiones de la Seguridad
Social. Una institución que ha funcionado perfectamente en sus años de existencia
y que ha conseguido dar protección y merecido descanso a aquellos que han
trabajado duramente y que llegando a una edad disfrutan de los derechos
adquiridos en los últimos años de su vida.
Para realizar el acto de voladura del sistema, los
correligionarios del “menos Estado y más mercado” llevan años inyectando miedo
en la sociedad: la pirámide de población está invertida, una persona trabaja
para poder pagar a cuatro pensionistas, llega la jubilación de la generación
del baby boom, la caja de la seguridad social es deficitaria y el fondo de
reserva apenas nos llegará al 2017, etc., etc.
Dos mitos, entre muchos, están insertos en tales
afirmaciones. Uno: el envejecimiento demográfico arruinará nuestro sistema
público de pensiones si no se toman medidas para garantizar su sostenibilidad.
Dos: Se cree todavía que el ahorro del presente financia el consumo del futuro
y que el Estado requiere ingresos para financiar el gasto. Pero en todos los
problemas que se señalan en relación a las pensiones, la solución tiene sobre
todo que ver con la voluntad política al repartir la renta y la riqueza.
En relación con el primer mito los analistas
plantean múltiples soluciones que pueden paliar la problemática dentro del
paradigma económico vigente: Una reforma del
mercado de trabajo que sirva para aumentar el empleo y, sobre todo, la
productividad; realizar cambios estructurales que rebajen la tasa de paro y
eleven la ocupación; incrementar el salario mínimo para que la cotización a la
Seguridad Social sea mayor; elevar los topes de cotización; bajar las
pensiones; alargar la edad de jubilación; reducir los gastos; elevar los tipos
de cotización, etc. Pero para resolver la situación de forma justa, fuera de
falsos alarmismos, lo realmente importante es la riqueza que tiene la
sociedad y la producción y servicios que es capaz de realizar para uso y
disfrute de los ciudadanos en cada momento. Tiene, entonces que ver, con la sociedad
que queremos construir y con la distribución de la riqueza más o menos
igualitaria, para que todos los ciudadanos tengan el acceso a la generación de
riqueza y a unos medios de vida que le permitan un libre desarrollo de su vida.
En el segundo caso tenemos un mito que se rompe por
su base si comprendemos perfectamente lo que supone el ahorro a nivel de
sociedad. Éste, como ya hemos reiterado en muchas ocasiones, no es igual al
ahorro en la economía doméstica, donde el presupuesto tiene que estar
equilibrado, al menos a medio plazo. A nivel de sociedad los gastos de unos son
los ingresos de otros. El ahorro público lo que supone, entonces, es la
retirada de medios de pago en el sector privado. Sin embargo, el gasto público,
cuando se tiene controlada la inflación, supone siempre ingresos del sector
privado y medios para que la economía mejore. Así, dotar un fondo de reserva supone
una restricción autoimpuesta por el gobierno sobre el gasto público que, en
ningún modo es necesaria ni beneficia al sector privado como se cree.
La riqueza real que una sociedad tiene en un
momento dado viene dada por la producción de bienes y servicios que obtiene en
ese momento. No se puede consumir nada más que aquello que existe en forma de
producto o servicio. Aunque si se pueden disfrutar, durante un tiempo, aquellos
bienes, como la vivienda, cuya vida media es larga. Pero, los pensionistas que
cobren dentro de 20 años, no pueden consumir alimentos, productos con caducidad
y servicios que se realicen en el presente. Sigue habiendo excepciones, pero cada
vez más raras por la obsolescencia programada de los productos. Por tanto, los bienes y servicios que
consumimos hoy no pueden ser devueltos al pasado ni enviados al futuro. No
comemos, tampoco, billetes, ni números de apuntes contables. Si en el futuro la
producción no es suficiente para cuidar tanto de los trabajadores como de las
personas dependientes, ninguna acumulación de riqueza financiera en el pasado
permitirá atender a los ancianos.
Lo que sí es
un problema es que estemos desperdiciando un montón de posibilidades de empleo.
Que muchas personas no puedan trabajar y así producir y dar más y mejores servicios
que aún hoy son necesarios. Lo que sí es un grave problema es que dejemos las
máquinas paradas porque la mayoría no tiene medios de pago, que, por otra
parte, han acumulado avariciosamente una pequeña minoría. Lo que sí es un grave
problema es el hecho de que el sistema financiero haya generado un mundo en el
que la deuda, que en principio permitía la puesta en marcha de inversiones
costosas que beneficiarían a la sociedad, se haya convertido en un monstruo
que, como agujero negro, hace que los medios de pago y la riqueza existente
caigan en muy pocas manos interesadas en especular,
dejando a la mayoría, el recurso de volver al campo, producir para el
autoconsumo y volver a tiempos pretéritos: tiempos feudales.
Por ello,
todos nos debemos preguntar a quién interesa la voladura-privatización de las
pensiones. Y estoy seguro que todos tenemos una respuesta fácil.
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