Hoy en día se especula con todo, tener más dinero
para vivir mejor y poder alcanzar los lujos que tienen los millonarios es una
de las pasiones que poseen al ser humano. Se hacen millones de transacciones informáticas
intentando comprar barato y vender caro sin necesidad de producir nada, ni
prestar ningún servicio. El dinero ficticio, aquel que cambia en apuntes
contables, en apuntes de ordenador, en bits, cambia de manos sin descanso,
inflando burbujas que generan más dinero creado de la nada, sin ningún respaldo
económico. Así el mundo se está convirtiendo en el paraíso de la especulación y
la especulación en el gran pecado de la vida en sociedad, de la humanidad.
La especulación, especialmente la financiera que
tiene como consecuencia la financiarización de la economía, hace que vivamos en
un mundo de desigualdad y de injusticia que contribuye a que aquellos que
buscan aprovecharse de las debilidades de los demás sean los que más recursos
tienen para vivir mejor y aquellos que realizan el esfuerzo de producir bienes
y servicios para el consumo básico de todos los ciudadanos sean los que vivan
de forma precaria e insegura.
Para aquellos que especulan no importa que la
economía real disminuya a favor de una economía improductiva y acaparadora de
los medios de pago. No importa que el PIB se descalabre por una pendiente
abrupta, siempre que ellos tengan el derecho que otorgan los medios de pago
ganados especulando, el derecho a poder comprarlos. Y no sólo a comprar a los
bienes y servicios escasos que generen los demás, sino también, a comprar a los
propios trabajadores y a recortar, para apropiarse, de sus medios de pago.
La austeridad impuesta a consecuencia de la crisis
iniciada en 2007-2008, es, sin duda, la mejor estrategia para que aquellos con
menos escrúpulos consigan ahítos de avaricia sus objetivos aviesos. Es una
austeridad que sin duda ha propiciado la disminución de los resultados
sociales, ha evitado que gran parte de la población participe en la producción
de bienes y servicios y ha conseguido que la mayor parte de los ciudadanos
puedan tener menos posibilidades de adquirir los propios productos y servicios
para reserva de aquellos que espoleados por su inhumanidad buscan solo su
interés.
Los movimientos especulativos no respetan ni
siquiera a países enteros, el gran volumen de las transacciones pueden arruinar
las monedas de países con gran poder económico. Y digo pueden, cuando en
realidad esto ya ha sucedido en varios países, Inglaterra, Estados Unidos, Grecia,
Tailandia, Indonesia, Malasia, Corea, etc., y en otros muchos ha revoloteado el
peligro por encima de los gobiernos y las cabezas de los ciudadanos. Pero, aún
hay más, hasta la política de los gobiernos elegidos por la ciudadanía (parte
de lo que denominamos el gobierno del pueblo: democracia) es dirigido por los
mercados altamente especulativos que hacen legislar de acuerdo a los intereses
de las élites con medidas impopulares y altamente dañinas para los ciudadanos.
Así, se han gastado grandes sumas en salvar a los
bancos, a las autopistas, a las eléctricas, etc., cuando sus poderosos
administradores seguían percibiendo retribuciones exorbitantes y en muchos
casos especulativas, olvidándose, sin embargo, de salvar a muchos ciudadanos
que se balanceaban en la cuerda floja del
abismo, esto nos muestra el gran pecado que la sociedad consiente y que
sus gobernantes amparan. En nuestro país se han blindado, mediante la reforma
del artículo 135 de nuestra Constitución, el pago de las deudas a los más
poderosos y sin embargo se ha abandonado a su suerte a muchos ciudadanos y se
han cercenado derechos adquiridos de la ciudadanía, como las pensiones, las
retribuciones, los despidos, etc.
Nos dejamos guiar, tristemente, por aquellos que
ostentan el poder económico, aquellos que más medios de pago poseen. Olvidamos,
no obstante, que el capital y sus flujos son procíclicos. “Es decir, los
capitales salen del país en una recesión,
precisamente cuando el país más los
necesita, y afluyen durante una expansión, exacerbando las presiones
inflacionarias. Justo cuando los países necesitan los fondos del exterior, los
banqueros reclaman la devolución del dinero[1].”
Este es el nacionalismo de los que más tienen.
Pero, además, esta estrategia
suicida está consiguiendo cercenar el futuro de gran parte de nuestros jóvenes
y de nuestra propia sociedad. Nuestros jóvenes viven en un mundo distópico, en
el que se les quitan las ilusiones y posibilidades con las que se les educaron,
y se les mantienen en un mundo desgarradoramente competitivo, injusto y
fomentador de la violencia. Según las estadísticas oficiales parece que sólo les
queda el paro, la emigración o el suicidio.
Debemos tener muy en cuenta que
las élites son siempre extractivas y el sistema actual da pie a que especulando
la extracción sea mucho más eficiente y destructiva. En consecuencia, debemos
ser muy sensibles a la realidad que dolorosamente y de forma contumaz nos
indica que las sociedades muy desiguales no pueden funcionar de forma
eficiente, ni son sostenibles a largo plazo. Especular, para mí, es un gran pecado
social, que deberíamos expiar.
[1]
Stiglitz, Joseph E. (2002:132). El malestar en la globalización. Círculo de
lectores. Santillana Ediciones Generales S.L.
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