Una economía saca el máximo
rendimiento de sus recursos cuando se hace uso plenamente de los mismos. Una
economía eficiente es aquella en la que hay pleno empleo. Aunque estoy
convencido de que la sociedad no tiene que organizarse alrededor del trabajo
remunerado, es decir el empleo, sí lo
está la sociedad en la que vivimos y realmente estamos haciendo poco para que
todos puedan tener un trabajo que posibilite medios dignos de vida y así de
cumplimiento a nuestra Constitución. A pesar de que hay muchos nichos de
trabajo sin explorar, muchos filones de empleo sin explotar, que no sólo
permitirían el bien común de la ciudadanía, sino, también, una mejora sensible
de nuestra economía.
La última Encuesta de Población
Activa (EPA) nos da que en nuestro país hay 4.574.700 parados y una tasa de 20
%. Debemos recordar, porque es interesante y aclarativo, a quién la EPA
considera ocupados: personas de 16 o
más años que durante la semana de referencia (semana anterior a la encuesta)
han estado trabajando durante al menos una hora, a cambio de una retribución
(salario, jornal, beneficio empresarial,…) en dinero o especie. También son
ocupados quienes teniendo trabajo han estado temporalmente ausentes del mismo
por enfermedad, vacaciones, etcétera. En una sociedad que aspira al pleno
empleo la verdad es que es una definición que nos permite saber poco de la cantidad
y calidad del empleo.
Si observamos el siguiente
gráfico veremos que realmente lo que estamos generando es trabajo precario,
temporal y según se puede constatar fácilmente mal pagado, gracias hay que dar
sobre todo a la reforma laboral del 2012 hecha por el actual Gobierno en
funciones. Sin embargo el empleo indefinido el que todos los que quieren este
tipo de empleo deberíamos tener no ha mejorado en los últimos 4 años y medio.
En una sociedad centrada en el
trabajo debemos constatar que la tasa de actividad, aún subiendo 12 centésimas
en el segundo trimestre de 2016 se sitúa en el 59,41%. Que en el último año la
población activa ha descendido en 139.900 personas (muchas de ellas personas
jóvenes y muy formadas). La ocupación desciende entre los ocupados de 30 a 34
años, en 19.400; mal lo tienen en esta generación. El paro crece entre los
menores de 25 años (22.600 más) y así la tasa de paro en los menores de 25 años
es del 45 %, casi ná que diría un
castizo.
Los neoliberales han sostenido
que el desempleo es un problema estructural debido a que los individuos no están
suficientemente motivados o están subvencionados y con pocas ganas de buscar
empleo. Las altas tasas de paro y la resignación de los trabajadores con el
empleo precario y mal pagado son la consecuencia
de estas políticas en las que el trabajador es una pura mercancía mejor o peor
adaptada y cuyo coste se tiene que reducir al mínimo. Claro los neoliberales
como los clásicos consideran que el equilibrio entre la oferta y la demanda de
trabajo nos llevará al pleno empleo, la
mano invisible del libre mercado. Pero todos debemos ser conscientes de que con
la masa de desempleados creada precisamente con sus políticas, el equilibrio
del pleno empleo nos está llegará a base de sueldos de miseria y hambre.
No pueden concebir que la
creación de empleo pueda ser mucho más sencilla de lo que parece. El trabajo
garantizado (ahora que aún existen posibilidades) y la Renta Básica Universal
son soluciones muy fáciles. Pero, los neoliberales siempre atacan estas
propuestas con el déficit[1]
y la inflación. “Las evidencias no apoyan esta opinión […] el aumento de gasto
total generaba más ventas y les daba a las empresas un incentivo para
incrementar la contratación […] La tolerancia ante altos niveles de desempleo,
un fenómeno relativamente reciente, ejemplifica el dominio de la ideología
neoliberal sobre la política económica. La evidencia empírica claramente
demuestra que la mayoría de las economías de la OCDE no han suministrado
puestos de trabajo suficientes desde mediados de la década de 1970 [inicio de las políticas neoliberales] y que
las políticas económicas de austeridad neoliberal han obligado a los
desempleados a participar involuntariamente en la lucha contra la inflación[2]”
Seguimos empeñados en no ver
alternativas y celebrar las miserias de índices que no muestran la verdadera
realidad. Necesitamos que los políticos busquen el beneficio de sus ciudadanos
y no el de ellos mismos y sus partidos. Mientras la corrupción se oculte entre
cortinas de humo para mantener el statu quo y mientras la mentira sea la
esencia de la política el futuro no empezará a clarear.
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