Después de invertir en los bancos
decenas de millones de euros en nuestro país y billones de dólares en el mundo
entero, nos encontramos que el resultado principal de este gasto es que han
aumentado significativamente los millonarios en euros o dólares y han
aumentado, con proporciones similares a nivel relativo pero en millones de
personas en términos absolutos, los pobres, los excluidos socialmente. Sin
embargo, la política que nos ha traído a esta situación es defendida por los
que la imponen como un éxito sin precedentes, siendo, desgraciadamente,
ampliamente votada por los ciudadanos, especialmente en nuestro país.
El alimento de los bancos es el
dinero y su obsesión es multiplicarlo como Jesús hizo con los panes y los
peces. Así “los bancos crean tanto dinero nuevo como pueden, y lo hacen porque,
básicamente, se benefician de la creación de deuda[1]”.
La deudocracia es el sistema que utilizan los bancos para crear dinero y para
esclavizar a los ciudadanos y atarlos al molino de sus intereses. El
capitalismo financiero es un capitalismo a su gusto, se mueven en él como “pez
en el agua”, es su hábitat natural. La burbuja especulativa que puede generar
este capitalismo con la creación de dinero virtual, dinero ficticio, sin
respaldo de la economía real, crece a la par que sus beneficios. De hecho “las
reformas del sector financiero [desregulado] fallan porque tratan de contener
el deseo innato del sector de crear deuda[2]”.
Hubo un tiempo con la Ley
Glass-Steagall, aprobada en la década de 1930, en el que los bancos eran
comerciales y prestaban a particulares y empresas en general o de inversión.
Pero a finales del siglo anterior, en plena fiebre de fusiones y compras, el
sector de la banca de inversión se globalizó y consiguió plena libertad, sin
cortapisas, sin regularización. “Se abrió el sistema bancario general a la
codicia de los aficionados a las finanzas exóticas, opacas y domiciliadas en
paraísos fiscales.[3]” Bordearon
e incluso llegaron a sumergirse en lo indecente, llegando a decir el periodista
americano Matt Taibbi en un artículo del año 2009 lo siguiente: “Lo primero que
hay que saber es que Golman Sachs está en todas partes. El banco de inversión
más poderoso del mundo es un enorme pulpo vampiro agarrado al rostro de la
humanidad que no cesa de introducir sus ventosas chupasangre allí donde huela a
dinero”.
Todos hemos sido conscientes del
engaño. Todos nos hemos tenido que rascar los bolsillos para dárselo a los
bancos en los inicios de la crisis actual, sin embargo, los préstamos necesarios para
estimular el crecimiento económico no aparecían, el crédito brillaba por su
ausencia, la desconfianza del sistema era patente. Por eso las ansías de crear
dinero que los bancos tienen mediante la creación de deuda, permanecían frías
como el hielo. La razón de esto era muy sencilla, los bancos no podían generar
crédito a fondo perdido como venían haciendo y que fueron causa de la crisis.
Los bancos necesitan empresas y ciudadanos que soliciten préstamos con objeto de
realizar inversiones o consumos extraordinarios y sin embargo, tanto los
ciudadanos como las empresas (muchas de ellas quebradas), estaban endeudadas
hasta las cejas y con unos ingresos menguantes que no les permitían ni pagar
otras deudas, ni arriesgarse más.
Las empresas necesitan crédito
para poder afrontar los costes de producción y soportar, sin quiebra, en el
ciclo de cobro el tiempo necesario hasta que sus ventas se hagan efectivas por
sus clientes. En este contexto se puede decir con el economista australiano
Steve Keen que en un sistema en el que predomina el capitalismo financiero hay
tres clases sociales necesarias: los bancos, los capitalistas y los
trabajadores. El problema es la connivencia entre los propietarios y directivos
de las grandes empresas y el sistema financiero, y, por otra parte, la
debilidad cada vez mayor de los trabajadores.
Pero hay que repetir hasta la
saciedad que no es lo mismo la economía doméstica que la economía familiar como
a los histéricos del déficit y practicantes de una austeridad mal entendida
acostumbran a decir. De hecho “uno de los conceptos más importantes de la
macroeconomía es la noción de la falacia de composición: lo que puede ser
cierto para los individuos probablemente no lo sea para la sociedad tomada en
su conjunto. El ejemplo más común es la paradoja del ahorro: aunque un
individuo puede aumentar sus ahorros reduciendo el gasto (en consumo), la
sociedad puede aumentar el ahorro solo si se gasta más (por ejemplo, las inversiones)[4]”
Debemos tener en cuenta, por
tanto, los efectos perversos de nuestras políticas y claros los fines
perseguimos con ellas, así “si se considera que lo más importante es
restablecer la actividad económica, entonces el rescate bancario… ¡es la manera
menos eficaz de lograrlo![5]”
No me cabe duda entonces que lo prudente, si se quería reactivar la economía y
evitar los daños infligidos a la ciudadanía, era repartir las inmensas sumas
dinerarias dadas a los bancos entre los ciudadanos y las empresas, ya que “la
mejor política doméstica es la de buscar el pleno empleo y la estabilidad de
precios, no la de perseguir déficits públicos o techos de deuda arbitrarios[6]”.
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