Uno de los problemas que traslada un grave
perjuicio a las sociedades modernas es el mantenimiento atávico de ideas no contrastadas con la realidad. Las
políticas neoliberales seguidas especialmente por el impulso e imposición de la
troika (Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo y la Comisión
Europea), no han parado de cosechar fracaso tras fracaso en los países en los
que se ha puesto en marcha y, además, han demostrado su incapacidad para
predecir el curso de la economía capitalista. Sus defensores, en ningún caso,
supieron prever el advenimiento de la crisis iniciada en el 2007: la gran
recesión, o a lo mejor sí lo sabían y sus objetivos, aunque no son los que
todos buscamos, si son los que las élites extractivas persiguen. “Entre los
privilegiados del 1%, el neoliberalismo se vive con la fuerza de una religión:
cuanto más lo practican, mejor se sienten… y más ricos se hacen.[1]”
Lo que sí parece claro es que la hipótesis de los mercados eficientes, del
fundamentalismo del libre mercado, debería gozar de la mínima credibilidad y
sin embargo sigue consiguiendo manipular a muchos de nuestros ciudadanos.
Salir del Euro es una de estas ideas tabú que son
anatema en la religión neoliberal y que se convierten en un pensamiento
gregario difícil de extirpar. Sin embargo, había avisos ya lejanos de los
problemas que podría conllevar el diseño
del euro en la formada desunión europea. Samuelson (autor de los textos
universitarios de economía más famosos hasta la fecha) pensaba que ingresar en
la Unión Europea liderada por Alemania era como meterse en la cama con un
gorila. Cuando países o regiones con diferentes grados de competitividad o
fuerza exportadora se integran y forman una unidad dónde rige una moneda común,
el tipo de cambio de equilibrio de la Unión frente al exterior vendrá determinado
por el valor medio de las capacidades exportadoras de los países que la
componen, lo que será demasiado apreciado para los países más débiles (países
de la periferia) y demasiado depreciado para los países con mayor potencia
exportadora (principalmente Alemania).
Con esta integración la Unión Europea tiene
problemas de supervivencia porque está en un juego de suma negativa. En este
juego participan dos jugadores: los países del norte de Europa y los países
periféricos (Grecia, Italia, Portugal, España). El juego consiste en que los
países del norte (especialmente Alemania) financian a los países del sur para
que compren su excedente de producción, es decir se cambian exportaciones netas
por deuda externa. En este juego los ciudadanos del norte intentarán cobrar su
deuda apropiándose del patrimonio público de los países del sur y éstos pedirán
el default considerando que el gasto que generó la deuda resolvió el problema
de desempleo en Alemania. Salvo que la deuda la compre sin límite el BCE, en cuyo
caso la UME resultante sería muy diferente a su diseño inicial, el default es
inevitable. Según algunos economistas, entre ellos el griego Lavapistas, la
opción de impago y la salida de la moneda común para los países periféricos ofrecen
una estrategia con posibilidad de crecimiento más fuerte y equitativo, pero
sólo si se lleva a cabo a iniciativa del prestatario (no como ahora que es a
iniciativa del prestador).
La Unión Monetaria
Europea tampoco ha resuelto bien el problema de la insuficiencia
de demanda agregada de Alemania. Alemania, no obstante, no renunciará a su vocación exportadora.
Hacerlo exigiría modificar la estructura productiva de su economía y
enfrentarse a la insuficiencia de demanda agregada que ha logrado eludir con los
superávits que obtiene. Esto ha venido provocando déficits comerciales de los
países del sur que no se paliarán aunque los superávits alemanes se logren con
otros países no Unión Europea.
La macroeconomía neoliberal, o lo que ellos
entienden por tal, sustenta una lucha de
ganadores y perdedores, bien sea entre personas o países, y, por otra parte, subestima
la importancia de la política fiscal y de la soberanía monetaria. Estos
economistas ahuyentan la salida del euro haciendo predicciones catastróficas:
depreciaciones monetarias e inflación incontrolable, salidas de capital que
provocarían colapso en el sistema bancario, salida de mano de obra cualificada
(uno de los méritos precisamente del austericidio), suspensión de pagos de la
deuda lo que aislaría internacionalmente, imposibilidad de acceder al crédito
por las empresas y el sector privado, en fin, depresión, pobreza, regímenes
totalitarios. ¿Les suena todo esto verdad? No obstante, aquellos países que no
hicieron caso a las políticas de austeridad tuvieron una salida de la crisis
más rápida y saludable, además sin rivalizar y arruinar a sus vecinos.
No debería ser necesario constatar nuevamente que
hay más alternativas a la economía neoliberal y que son muchos los economistas que
lo ven de otra forma. Así, los análisis efectuados por Teoría Monetaria Moderna
(TMM) son drásticamente diferentes y consideran que muy probablemente los
beneficios puedan ser mayores que los costes de la decisión siempre que se
rechace el enfoque austero que aplauden los neoliberales y se favorezca una
política fiscal activa que busque maximizar el bienestar de la ciudadanía. “El
abandono de la cultura de la austeridad y la restauración de la soberanía
monetaria le brindarían al gobierno de la nación saliente numerosas oportunidades
para devolverle un uso productivo a los recursos ociosos, incluidas las
personas desempleadas. El crecimiento económico real sería inmediato. Los
mercados de bonos se amansarían al encontrarse con una nación emisora de moneda
ya que el banco central podría controlar los tipos de interés y obligar a los inversores a abandonar el
mercado siempre que quisiera […] El estado, gracias a sus renovados poderes, seguiría
siendo capaz de gastar y de comprar todo aquello que estuviera a la venta en su
moneda […] de proteger el capital de su sistema bancario y de garantizar los
depósitos en la moneda local[2]”.
Debemos recordar, por el contrario, lo que está
sucediendo con la deuda sin fin de los países periféricos y que “En cualquier
caso, el país endeudado cae en la trampa de la deuda: si pide prestado a los
mercados, los tipos de interés suben [sabemos que este sistema escatima el crédito
cuando más lo necesitas]; si se pide prestado a la UME (o al FMI) se le piden a
cambio políticas de austeridad, de manera que el crecimiento cae y la
recaudación de impuestos entra en barrena[3].”
Hacer el avestruz ante los problemas de la UE no es
una respuesta válida si queremos perseguir una verdadera integración con
valores solidarios y que nos reporte una economía más fuerte. Repensar el euro
y estar abierto a soluciones beneficiosas para todos los integrantes es una
obligación ética e ineludible. Randall Wray, otro economista de la TMM, aporta
dos soluciones: la primera alcanzar una unificación fiscal que se correspondiera con la
unificación monetaria y la segunda mandatar al BCE para que compre una cantidad
determinada de deuda de los distintos países europeos. El BCE “En calidad de
emisor del Euro siempre puede permitirse comprar más deuda pública (esto
requeriría simplemente que el BCE dotara de saldo en su hoja de balance a los
bancos centrales de los diferentes estados miembros).”
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