El
paradigma neoliberal se sustenta principalmente en la disciplina fiscal y
eliminación del déficit, en la reducción del gasto público y reordenamiento de
las prioridades del gobierno, en la reforma tributaria, en la liberación
comercial, en generar un entorno favorable para la inversión, en la
desregulación y la privatización de los servicios públicos y como derecho
sacrosanto en el respeto de los derechos de propiedad.
Es verdad, sin embargo, que como
decía Susan George la Disciplina fiscal
pasa a significar algunas veces “acumular grandes excedentes presupuestarios y
no gastarlos aun cuando una gran cantidad de personas en el país estén
padeciendo hambre”. Reordenamiento de las
prioridades gubernamentales se traduce en como “practicar la ‘recuperación
de costos’ con respecto a la salud y la educación y hacer que la población
pague por la totalidad de los gastos en estos sectores. Reducir el gasto público significa “eliminar los subsidios” a los
alimentos básicos, energía, transporte público y demás. La reforma tributaria tiende a equivaler en la práctica a menores
impuestos para los ricos. La privatización
se convierte en un negocio lucrativo de oportunidades para “hacerse rico
rápidamente” para las elites adineradas locales y las corporaciones
transnacionales. La apertura y un entorno
favorable para la Inversión Extranjera Directa (IED) no significan,
necesariamente, que el país reciba inversiones en nuevas instalaciones para la
creación de empleos y riqueza. Estadísticamente, la mayoría de los fondos
clasificados como IED serán destinados solamente a fusiones y adquisiciones que
impliquen la participación de empresas ya existentes, las que generalmente
derivan en una reducción de la fuerza de trabajo. Los derechos de propiedad suenan muy solemnes pero de alguna forma
nunca llegan hasta el sector en el que son más necesarios.
Otro de los puntos básicos del este
neoliberalismo es centrar la recuperación económica en la exportación (claro
que los más interesados en ello son aquellos países punteros que tienen
ventajas competitivas y que conservan por encima de todo) ya que la demanda
interna por mor del tratamiento agresivo de adelgazamiento recetado brilla por
su debilidad. Que el balance comercial sea favorable es el mantra más oído y
debe suponer la superación de las penurias económicas a las que nos ha obligado
la crisis sistémica iniciada en el 2008. Las empresas tienen que ser más
competitivas para poder exportar más y generar mayor PIB aunque no se note en
las clases pobres. Pero para ser competitivas se centran en uno sólo de los
factores que la impulsan, el que más daño hace a la mayor parte de la
población; la devaluación interna del
salario. Se olvidan de las mejoras en la tecnología, de las mejoras
organizativas, de la reducción de los beneficios, etc. Este modo competitivo
tiene gran trascendencia para la mayor parte de la sociedad: los trabajadores,
ya que se les obliga a entrar en un juego perverso en el que ganar supone
siempre perder. Para ganar un puesto de trabajo tienen que ir prescindiendo
poco a poco de su salario y derechos, y cuanto más dura sea la competencia mayor
será la pérdida.
El
accidente que hubo en Bangladesh en abril
del año 2013, en el que se derrumbó el edificio conocido como “Rana Plaza” un
complejo de nueve plantas. Edificio que no cumplía ninguna medida de seguridad
y en el que se habían detectado visibles grietas. Edificio que albergaba cuatro
fábricas textiles que surtían prendas a un coste ínfimo a marcas muy
reconocidas de occidente (Benetton, Primark, C&A, Warl-Mart, El Corte
Inglés, Mango, etc.) y en el que murieron 1138 personas, principalmente mujeres
que obtenían salarios de hambre y eran fuertemente explotadas. En este derrumbe
se evidenció el actual sistema competitivo, feroz y perverso que pone los
beneficios por encima de la vida de las personas. Tristemente
“Bangladesh se ha convertido en el segundo mayor exportador mundial de prendas,
después de China, pero sigue siendo el segundo país más pobre del mundo, sólo
superado por Haití[1]”.
Pero además, para mayor perversidad “La paradoja de este proceso es que los
consumidores de Occidente que se benefician de esta moda asequible gracias a
los bajos salarios de Bangladesh son aquellos a quienes justamente los
trabajadores de Bangladesh están dejando sin trabajo en sus países[2]”.
Actualmente hay muchos trabajadores en países pobres
que ofertan jornadas larguísimas y totalmente flexibles por apenas un euro
diario. Para competir con ellos estos son los niveles de explotación que
debemos alcanzar, pero incluso alcanzándolos siempre tendremos que reaccionar
si algún otro país ofrece algo más en tiempo de trabajo y productividad y algo
menos en cobro de salarios y derechos. Por eso debemos preguntarnos si ¿Es esto
lo que queremos y es la única
posibilidad de reflotar nuestra economía? El sociólogo de la Universidad
de Berkeley Ramón Grosfoguel dice que el capital financiero alemán necesita una
periferia laboral en Europa y, en consecuencia, afirma que se está
empobreciendo a los países del Sur con la política de austeridad para obtener
mano de obra barata y competir con China. Parece que esto es lo que, al menos
quiere la Europa liderada por Alemania. ¡Claro hay a quién le va muy bien con
estas reglas de juego!
Pondremos otro ejemplo del
paradigma vigente en la economía mundial: Wal-Mart es la principal y más
competitiva empresa de distribución comercial de Estados Unidos y compagina su
gigantesca dimensión con la filosofía de precios bajos que consigue siendo una
de las empresas que obtiene los mejores precios de los proveedores y unos reducidos
salarios de sus trabajadores que suman más de 2.000.000 millones, siendo, en
consecuencia, sus beneficios siempre muy abultados. Sin embargo los bajos
precios por los que vende sus productos que en principio parecen una ventaja
para sus clientes, se convierten en desventajas para las comunidades en las que
se instala y ya son unas 8.500 tiendas en 15 países. “Estudios muy fiables
demuestran que el empleo directo que crea Wal-Mart reemplaza a 1,4 trabajadores
del resto del sector minorista, además de los puestos de trabajo que destruye
al causar la ruina de los negocios complementarios[3]”,
sin contar, por otra parte, los escándalos urbanísticos e incumplimientos de la
legislación que conllevan la apertura de sus centros. Es verdad, ¡así es! como
algunos ganan pero hacen que siempre la mayoría pierda.
Es
esta, desde luego, una economía muy extraña, se compite en un circuito especial
que nos incita a correr sin parar para llegar a tiempo a ofrecer a los clientes
aquello que desean o les hacen desear con fecha de caducidad cada vez más
escasa. Pero cuanto más corres y más vueltas se dan en este circuito
productivo, más atrás nos encontramos: los premios asignados son menores y los
clientes cada vez tienen menos poder de compra. Por lo que la tendencia de
aquellos países que se especializan en perder, es acercarse al precio cero y a
la compensación cero y, claro, en ello estamos: menos sanidad, menos educación,
menos servicios en general, retribuciones a la baja, empleo escaso y precario,
menos crédito para la innovación y la economía real, etc. Economía en la que
los países perjudicados y los ciudadanos excluidos terminan perdiendo todo, ¡la
banca siempre gana! En fin, estamos en un juego perverso y diabólico en el que
cuanto más corres y más produces peor estás y más pierdes y las migajas que
sobran se convierten en el premio de la mayoría, siendo éste cada día más insuficiente para poder vivir.
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