Parece ser que para los liberales el especulador es
una persona imprescindible en el mundo del capitalismo que tenemos. El capitalismo
el mejor de los mundos y el mercado libre, sin ataduras, el mejor medio para conseguir
resultados satisfactorios para todos. Al especulador se le conceptúa como
“santo patrón del capitalismo[1]”.
Los acontecimientos puestos de manifiesto con las crisis del capitalismo y
especialmente con la que actualmente, todavía, nos tiene enfangados, son interpretados
haciendo recaer la responsabilidad de lo que ocurre en la intervención del
Estado que dificulta el funcionamiento libre y eficaz de los mercados. Sin
embargo, y a pesar de que no se puede subestimar la responsabilidad de los
estados en la burbuja inmobiliaria, la posterior de los alimentos y muchas
otras, hay evidencia suficiente para estimar la especulación actual,
especialmente en los mercados financieros, como un peligro de resultados
insospechados para la sociedad. Las pirámides
de Ponzi que se generan con la especulación sin control no se pueden echar
en saco roto. Especular, dicen, no es más que observar con detenimiento ya que
viene del latín speculari, pero
también significa comerciar, traficar, procurar provecho o ganancia fuera del tráfico mercantil y su antónimo es transparente, diáfano; lo cual nos dice
mucho. Pues si se observa con detenimiento lo que se ve muy diafamente es que
la búsqueda con egoísmo y avaricia del interés personal, casi siempre va en
sentido contrario al interés común.
Los mercados de todo tipo, de
capital, de bienes de inversión, de trabajo, de bienes de consumo están
evolucionando a un ritmo tan rápido, en algunos casos incluso ultra-rápido
gracias a la nueva tecnología, que difícilmente se puede tener una seguridad en
los intercambios y esta inseguridad deja resquicios para el aprovechamiento de
aquellos que quieren utilizar con fraude los posibles fallos de información de
los distintos actores del mercado. “La tendencia a crear capitales ficticios
que circulan libremente por todo el mundo se ha acelerado notablemente, dando
lugar a todo tipo de prácticas predadoras en el sistema de crédito que han
contribuido a una oleada de acumulación por desposesión y especulación en torno
al valor de los activos[2]”.Es
evidente, por tanto, que muchos mercados están dejando de ser mecanismos de
regulación social y se están convirtiendo progresivamente en lugares de
especulación fuera del proceso productivo y del tráfico mercantil normal, al
margen de las “fuerzas de mercado”, mostrando de modo cada vez más claro la
gran inestabilidad de los movimientos de precios que los caracteriza, lo cual
es simultáneamente, su rasgo definitorio y la razón por la cual han sido
siempre objeto de regulación y control.
Un
ejemplo sobre la especulación que gran parte de la población conoce
sobradamente es la efectuada sobre la vivienda. La expectativa de grandes
ganancias futuras es el origen de incrementos de precios que funcionan a modo
de pirámide de Ponzi, “la gente compra casas con dinero prestado y los precios
suben; otros se sienten entonces atraídos por la idea de comprar una vivienda,
debido al aumento de los precios inmobiliarios; toman prestado más dinero (algo
fácil de hacer cuando a los prestamistas le sobra el dinero) para comprar algo
que está subiendo de precio; y cuanto más suben los precios, más gente y más
instituciones entran en juego. El resultado es una «burbuja inmobiliaria» que
acaba desinflándose… (Los cracs del mercado de la vivienda de 1928, 1973, 1987
y 2008 en Estados Unidos, por ejemplo),...tales frenesíes y burbujas forman
parte inevitable de la historia del capitalismo. A medida que China ha ido
incorporando las normas de funcionamiento del capital, por ejemplo, también se
ha visto cada vez más sometida a booms y burbujas especulativas en su
mercado de la vivienda[3]”.
Los desahucios son consecuencia de esta especulación tan bondadosa para algunos.
En España, sin ir más lejos, ha contribuido al empobrecimiento de la población,
al aumento de suicidios y a expulsar de sus casas a nuestros conciudadanos. Todavía
el 61,6% de las cerca de 81.000 ejecuciones
hipotecarias iniciadas en el conjunto del año 2014 corresponden a hipotecas
constituidas entre 2005 y 2008 (años en los que la burbuja especulativa estaba
en su cenit), según datos del INE relativos al 4º trimestre del 2014.
Un segundo ejemplo es la
especulación con los alimentos. Si la burbuja inmobiliaria dejó a muchas
familias en la ruina y sin techo, la especulación con los alimentos iniciada al
cambiar la masa dineraria especulativa de sector (de la vivienda a los
alimentos), ha empobrecido a los agricultores y ha dejado morir a las
poblaciones menos afortunadas de hambre. “La compra masiva de suelo fértil por
inversores extranjeros ha provocado la expulsión de miles de campesinos de sus
tierras disminuyendo la capacidad de estos países para autoabastecerse[4]”.
La expropiación de sus semillas y la subida artificial y especulativa de los
precios ha sido el “detonante de la hambruna de 2011 en el Cuerno de África. En
Somalia, el precio del maíz y el sorgo aumentó un 107% y un 180% en un año, de
junio de 2010 a julio de 2011. En Etiopía, el coste del trigo subió un 86% en
relación al año anterior. Y en Kenia, el maíz alcanzó un valor un 89% superior
al 2010[5]”.
Estos incrementos espectaculares de precios mantuvieron inaccesibles los
alimentos a una parte de la población ya muy empobrecida y maltratada. Si
además juntamos este tipo de especulación con el sacrosanto derecho de las
patentes de semillas. Derecho que está por encima del bien y del mal y por
supuesto por encima de la vida de millones de personas, obtenemos una mezcla
explosiva, del tipo de la fusión nuclear solar.
Un
tercer ejemplo es la especulación en petróleo. Este elemento es la verdadera
sangre del sistema capitalista actual, ampliamente utilizado por todos los
países desarrollados, por ello se convierte en un elemento estratégico que da un
inmenso poder a aquellos que lo poseen y especulan con él. Esta especulación
tiene una gran trascendencia y sin embargo pasa inadvertida para la mayor parte
de la ciudadanía. Se lleva a cabo por las grandes empresas petroleras con la
connivencia de los gobiernos, marca la pauta en las relaciones internacionales
entre los países y configura un mundo lleno de agresividad, frustración y
terrorismo. Muchas guerras se han hecho en su honor y el imperio americano y
algunos países árabes han sacado provecho de su existencia especulando con una
mayor o menor producción y manejando precios conforme sus intereses lo
requerían. Se ha llegado al extremo de financiar a grupos terroristas: Estados Unidos en aras a los intereses relacionados
con el petróleo financió con un millón de dólares a las arcas de Al Qaeda en
2010, financiación que hizo efectiva a través de la CIA. No se puede
negar que “En un perspectiva histórica, documentada por la evolución del precio
del petróleo en correlación con los hechos militares que sucedieron en Oriente
Medio durante las tres últimas décadas, se observa que el encarecimiento
repentino del petróleo no es el resultado de su pretendida escasez como materia
prima sino de los cierres programados de la oferta, alentados por las sucesivas
crisis políticas e intervenciones militares occidentales, la cuales se
superponen a los mecanismos de por sí restrictivos, de un sector económico
dominado por compañías que constituyen un cerrado oligopolio internacional[6]”.
Que la especulación pueda en
ocasiones procurar beneficios en un mundo entrelazado acercando bienes y
productos escasos en algún lugar del mundo desde algún lugar existente en el
otro extremo, no es óbice para no ver de forma diáfana que “Con el tiempo… las
expansiones financieras [que anidan en cualquier sector sensible] tienden a
desestabilizar el orden existente a través de procesos que son tanto sociales y
políticos como económicos. Económicamente, desvían sistemáticamente el poder de
compra de la inversión creadora de demanda de mercancías (incluida la fuerza de
trabajo[7])
hacia el atesoramiento y la especulación, exacerbando así los problemas de realización”[8]. Y
“En la medida en que los excesos especulativos favorecen en vez de obstaculizar
el surgimiento de nuevas configuraciones espaciales que permiten al comercio y
a la producción expandirse más de lo que lo harían bajo las circunstancias
precedentes, estos excesos son «males necesarios» de un juego que sigue siendo
de suma positiva[9]”.
En conclusión las guerras, las
hambrunas, los desahucios, la desigualdad son, entre otros, males de la
especulación. El egoísmo, la codicia y la búsqueda del beneficio se mantienen
en el corazón del sistema capitalista que utiliza la especulación para extraer
la riqueza de la mayoría y ponerla en manos de una pequeña minoría. Haciendo
posible, con esta rutina sin pausa, un mundo injusto, salvaje, competitivo, de
ganadores y perdedores, en el que la vida humana está supeditada a otros
intereses a los que se les da mayor importancia. ¡No, no es posible que la
especulación nos haga libres, si acaso hará a unos pocos!
[1] Ramón Rallo,
Juan. ¡Viva la especulación! Libertad digital 15-7-2011.
[2] Harvey, David
(2014:109). Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo. Editorial iaen.
[3] Ibídem (2014: 36)
[5] Ibídem (2014:11)
[6] Giordano,
Eduardo (2009:83) Las guerras del petróleo: geopolítica, economía y conflicto. Icaria
Editorial S.A.
[7] Es sorprendente
ver que los centros financieros están repletos de buenos matemáticos,
ingenieros, físicos, etc.
[8] Arrighi,
Giovanni (2007:172). Adan Smith en Pekín. Editorial Akal, S.A.
[9] Ibídem
(2007:235).
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