Cómo la
riqueza ficticia se apropia de la riqueza real
El mundo está inundado de dinero a pesar de que es
general el sentimiento de estar bajando a otras épocas más obscuras. La
creación del dinero que antes estaba reservada a los estados ha terminado
siendo una función del sistema bancario y financiero. La emisión de monedas y
billetes realizada por el estado es lo que denominamos dinero legal, pero esto
representa una pequeña porción del dinero que se utiliza en la sociedad. Los
bancos y en general todo el sistema financiero tienen actualmente un papel
preponderante en la creación de lo que se viene llamando dinero escritural,
llamado así porque realmente es un apunte bancario. Este dinero que
inicialmente se crea sin ningún respaldo en la economía real y en muchos casos
fuera del control oficial, se materializa principalmente mediante la concesión
de créditos, prestando un porcentaje de los depósitos que reciben y con la
suposición de que no todos los clientes van a retirar sus dineros al mismo
tiempo. Esta forma de creación dineraria ha aumentado exponencialmente en los
últimos años. La inventiva humana desarrollada en la búsqueda de beneficios, ha
puesto en marcha la titulización[1] y los productos estructurados haciendo
que las deudas, mediante nuevos y complejos productos financieros, se hagan
líquidas, permitiendo así adelantar ingresos futuros y especular con ellos
fuera de la corriente real de bienes y servicios.
Se constata que
hay una relación clara entre el nivel de endeudamiento y el poder del sistema
financiero de generar más dinero. La deuda, que como hemos visto, se genera principalmente
por medio del crédito bancario, permite que sean cada vez mayores los fondos
dinerarios que se dedican a la especulación basada en el aumento de precios de
productos y títulos o incluso en su depreciación. Así se observa que “la parte
de créditos concedidos a particulares y a empresas no financieras [para su uso
productivo] es netamente minoritaria en los activos de los bancos[2]”.
La especulación ha contribuido a la financiarización de la economía y a un
aumento sin precedentes de la desigualdad. Las consecuencias que se aprecian a
diario es que los poseedores de este dinero ficticio se apropian de la riqueza
real quitándosela a los ciudadanos menos afortunados que por contra pasan
penurias y se acumula, cada vez más, en menos manos. Así como bien dice David
Harvey “el capital puede construir una
economía (y en cierta medida ya lo ha hecho) basada en un mundo fetichista de
fantasía e imaginación construido sobre ficciones piramidales que no pueden
durar[3]”.
La aseveración de Harvey no está escrita en el aire.
Hay que ser conscientes de cómo se fraguó la burbuja que explotó en Estados
Unidos en el 2007 para aprender de la historia y saber evitar las consecuencias
de seguir machaconamente empeñándonos en realizar las mismas políticas
económicas. Se ha dicho que el problema estribaba en que los ciudadanos
vivieron por encima de sus posibilidades, que la Administración Pública cubría
sus abultados déficits con deuda que debían pagar todos los españoles, que el
poder sindical hacía el mercado de trabajo español muy rígido, etc. Pero la realidad
ha sido muy otra “La creación, en el propio sistema
financiero, de mercados de activos totalmente nuevos: contratos de futuros
sobre las divisas, credit default swaps [permutas de cobertura por incumplimiento crediticio], collateralized debt obligations (CDO) [obligaciones de deuda garantizadas] y toda una
serie de instrumentos financieros que se suponía que iban a dispersar el riesgo
… en realidad lo intensificaron al convertir la volatilidad de las operaciones
a corto plazo en un terreno propicio para rápidas ganancias especulativas. Así,
el capital ficticio se alimentaba a sí mismo y generaba todavía más capital
ficticio sin atender en modo alguno al fundamento del valor social de las
transacciones[4]”.
Siempre ha habido importantes circuitos de lo que se
puede denominar capital ficticio:
inversiones en hipotecas, deuda pública, infraestructuras urbanas y nacionales,
etc. De tiempo en tiempo esos flujos de capital ficticio se descontrolan y
forman burbujas especulativas que finalmente estallan produciendo graves crisis
financieras y comerciales[5].
Pero en los últimos años las actividades de los bancos demuestran su lado
culpable e intencionado en lo que está pasando, el banco en la sombra en el que se encuentran sociedades creadas por
el propio banco para escapar de algunas reglamentaciones y las actividades
anotadas fuera de balance que implican volúmenes gigantescos de financiación,
es decir deuda, sin tenerlos en cuenta
en su balance contable[6].
La utilización masiva por los bancos del apalancamiento
con el fin de endeudarse más para ganar más (en algunos casos el ratio de
apalancamiento ha superado el 1/60, es decir 60 veces los fondos propios). Nos
han traído a esta realidad que sólo ven positiva unos cuantos que se benefician
de ella.
Y ¿qué ha pasado con toda esta riqueza que la élite ha sido capaz de
acumular? El sometimiento a las políticas neoliberales de austeridad que han
forzado los poderes económicos y políticos, han llevado a la devaluación de
activos y a la imposibilidad del pago de las deudas de la clases medias y
bajas, especialmente la devaluación de los activos inmobiliarios ha supuesto el
paso de propiedades que estaban en manos de ciudadanos de clase media y baja a
las manos de los poderosos que en muchos casos han duplicado sus rentas
mediante la especulación con dinero ficticio. Todo ello ha llevado a una gran acumulación
por desposesión de las clases altas al resto. Desposesión que como en una
espiral sin fin permite una apropiación cada vez mayor si el sistema no se consigue
parar en seco. Harvey vuelve a tener razón al decir que una clase parasitaria de rentistas succionará el capital
industrial [y no sólo éste] dejándolo seco hasta el punto de que no se podrá
movilizar ningún trabajo social ni producir ningún valor[7].
Pero hay una riqueza relacionada con la calidad de vida y
en muchos casos con la vida misma que también está siendo esquilmada a la
ciudadanía. Ya que no solamente se está trasvasando la riqueza real a manos de
los especuladores y detentadores del dinero ficticio, sino que también aquellos
que poseen los recursos económicos especulan con actividades empresariales que
generan unos costes, que los economistas llaman externalidades, costes que pagamos y soportamos todos, cuando, sin
embargo, las empresas que los ocasionan no los cargan en sus balances, por otra
parte, cada vez más embellecidos. Entre estos costes está la destrucción del
medio ambiente en general: contaminación del agua y del aire, destrucción de
bosques, pérdida de biodiversidad, etc.
La desregularización del sistema financiero que ha
imperado en las últimas décadas ha sido una herramienta dañina para el bien de
la comunidad y ha permitido el saqueo de sus riquezas. No queda otro remedio
que los bancos vuelvan a realizar un servicio público ya que su importancia en
la sociedad no es baladí y las consecuencias de sus malas artes no las pagan
los que las han provocado, sino que nos toca pagarlas a todos los demás. Por
ello no debe dejarse su gestión en manos privadas, la verdadera riqueza está en
peligro. El propio “Marx ya investigó a fondo lo que podría significar una
auténtica riqueza en una sociedad genuinamente libre[8]”. Y esta desgraciadamente está profundamente
olvidada: “La intolerable negación del libre desarrollo de las capacidades y
potencialidades creativas del ser humano que ello supone equivale a
desperdiciar la cornucopia de posibilidades que el capital nos ha legado y a
despilfarrar la riqueza real de las posibilidades humanas en nombre del
perpetuo aumento de la riqueza monetaria y de la satisfacción de estrechos
intereses económicos de clase[9]”.
El hambre de rentabilidad y la capacidad del sistema
financiero de causar estragos con la creación de dinero, atiborrando el mercado,
supone una ludopatía con efectos desastrosos para la sociedad. Este sistema
infla burbujas llenas de ilusión y falsas expectativas en los ciudadanos, y,
cuando explotan, los que menos tienen, se encuentran que han perdido, además de
su patrimonio, el futuro y sólo les queda una vida llena de penurias. La élite,
sin embargo, y no puede ser por casualidad, por arte de magia financiera
encuentra que su riqueza se ha engrosado significativamente.
[1] Técnica financiera que
permite a un banco transformar activos ilíquidos en títulos negociables. Con
esta técnica se transfieren los riesgos
de los créditos de los bancos a los compradores y se consigue dinero
fresco o nueva financiación de los inversores.
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