Busco
trabajo, encuentro pobreza
Una sociedad como la
española que basa su organización en el trabajo, o al menos de él intentan
vivir la mayor parte de sus ciudadanos, debe dar respuesta a una de las grandes
contradicciones del actual capitalismo. Me refiero por una parte a la escasez
de puestos de trabajo y como consecuencia del elevado paro y por otra parte al
trabajo indecente, precario y mal remunerado.
La aceleración de las
mejoras aportadas por el mundo tecnológico, la globalización de los mercados y
la preponderancia del mundo financiero debe alertarnos sobre las consecuencias
que ya estamos viviendo. El mundo se está convirtiendo en un foso en el que
luchan dos clases bien diferenciadas. Por una parte aquellos que se han hecho
con la mayor parte del pastel, los que han venido a llamar la plutocracia y,
por otra parte, aquellos que les ha tocado hacer el trabajo sucio si lo
encuentran y que se ha denominado el precariado, pero que está formado por
todos aquellos que buscan un puesto de trabajo, cada vez más escaso, o tienen
que ir aprovechando los escasos recursos que le va dando la vida para
alimentarse y cobijarse. Si hay suerte, pueden ir viviendo y poniendo buena
cara a los problemas (porque hay que aplicar la filosofía positiva que al
cambio sale mejor), si no hay suerte, pueden ir malviviendo de las escasas
prestaciones que el Estado del Bienestar (si se puede llamar así) está
dispuesto a dar o de la solidaridad, especialmente de la familia, aunque en
algunos casos, sin trabajo y sin medios de vida, tienen que buscar en los
contenedores los desperdicios de este mundo consumista y despilfarrador.
En la historia de la
humanidad pocas sociedades han conseguido evitar la existencia de pobres.
Aquellas que lo han evitado han sido pequeñas comunidades. Desde que el dinero
es el amo, encontrar una comunidad igualitaria en el que al menos todos sus
integrantes tengan lo mínimo para vivir decentemente se me antoja bastante
difícil. Hoy hasta los africanos que viajan en patera a este otro mundo que les
parece de ensueño tienen que pasar por una clasificación y discriminación en el
lugar a ocupar en la misma, más o menos seguro, que tiene que ver con el dinero
que han pagado para el viaje. Parece que estamos condenados a que siempre haya
pobres y que las diferencias de poder económico no dejen que nos olvidemos de
las distintas clases o castas. No obstante, “Siempre habrá pobres entre
nosotros; pero ser pobre quiere decir cosas bien distintas según entre quiénes
de nosotros esos pobres se encuentren. No es lo mismo ser pobre en una sociedad
que empuja a cada adulto al trabajo productivo, que serlo en una sociedad que
--gracias a la enorme riqueza acumulada en siglos de trabajo-- puede producir
lo necesario sin la participación de una amplia y creciente porción de sus
miembros. Una cosa es ser pobre en una comunidad de productores con trabajo
para todos; otra, totalmente diferente, es serlo en una sociedad de
consumidores cuyos proyectos de vida se construyen sobre las opciones de
consumo y no sobre el trabajo, la capacidad profesional o el empleo disponible[1].”
En economía hay que hacer
distinción entre la microeconomía que
es la parte que se encarga del comportamiento de cada agente económico de forma
individual, como pueden ser las familias, las empresas o los trabajadores y la
macroeconomía que se encarga de estudiar el funcionamiento económico en
general, así como las políticas económicas que se llevan a cabo a gran escala,
por ejemplo en un país, teniendo en cuenta agregados como la demanda interna,
la oferta, la masa monetaria, etc. Es decir, engloba a la sociedad en su
conjunto funcionando de una sola vez, no de forma independiente. Por
esta razón, no nos debemos dejar engañar cuando se nos dice que debemos aplicar
las mismas reglas para la economía casera que para la economía nacional. En la
economía casera si tú gastas por encima de tus recursos te tienes que endeudar
y quedas atado a las condiciones del crédito. En la economía nacional
encontramos un detalle importante: el gasto de uno es el ingreso de otro y si
el dinero fluye y se mueve a cierta velocidad la economía alcanza niveles
aceptables. El problema, a mi juicio, de esta economía tiene más que ver con el
reparto más o menos igualitario de la renta generada.
“La lógica microeconómica
querría que [los] ahorros en tiempo de trabajo se tradujeran en ahorros en
salarios para las empresas que han conseguido tales economías: al producir con
costes más bajos, serán más competitivas
y capaces (en ciertas condiciones) de vender más. Pero desde el punto de vista
macroeconómico, una economía que, como utiliza cada vez menos trabajo humano,
distribuye cada vez menos salarios, cae inexorablemente por la pendiente
deslizante del desempleo y la pauperización. Para evitar ese deslizamiento, la
capacidad de compra de los hogares tendría que dejar de depender del volumen de
trabajo que consume la economía. Aun dedicando mucho menos tiempo al trabajo,
la población tendría que ganar lo suficiente para comprar el creciente volumen
de bienes producidos: la reducción del tiempo de trabajo no debería traer
consigo una reducción de la capacidad de compra[2]”.
Parece claro que “Las
empresas capitalistas, obligadas por la competencia, tienen que crecer o
arruinarse en un incremento constante de la productividad que se realiza o bien
por un aumento del grado de explotación de sus trabajadores o bien mediante la
progresiva sustitución del trabajo humano por tecnología...A su vez la
sustitución del trabajo humano por máquinas estrecha el único lugar del que
proviene el plusvalor, y por tanto los beneficios, que es la explotación del
trabajo humano. Lo que sigue obligando a intensificar la productividad en una
carrera demencial...[3]” La
innovación y las mejoras tecnológicas no hacen más que profundizar en este
sentido y “Como consecuencia del aumento exponencial de la capacidad de los
ordenadores, categorías enteras de empleos tradicionales están en peligro de
ser automatizadas en un futuro no muy distante. La idea de que las nuevas
tecnologías crearán empleo a una velocidad que compense esas pérdidas es pura
fantasía”...“En el futuro, la automatización recaerá en gran medida sobre los
trabajadores del conocimiento y en particular sobre los trabajadores mejor
pagados[4]”. La
conclusión nos tiene que llevar a pensar que permitir la eliminación de empleos
por millones sin tener ningún plan concreto que solvente la situación de las
personas que se quedan sin trabajo nos conduce a un desastre seguro.
La realidad que nos muestra
la actual crisis es todavía más sombría y no hace más que empeorar las cosas en
términos desigualdad y pobreza: “Los cien
milmillonarios más ricos añadieron 240 millardos[5] de
dólares a su riqueza en 2012, esto es, lo
suficiente para acabar con la pobreza en el mundo cuatro veces[6]”. No podemos, por ello, cerrar los ojos a lo que nos
dice David Harvey en su último libro: “Gran parte de la población mundial se
está convirtiendo en desechable e irrelevante desde el punto de vista del
capital, lo que aumentará la dependencia de la circulación de formas ficticias
de capital y construcciones fetichistas de valor centradas en la forma dinero y
en el sistema de crédito[7]”. Hay
que insistir, por tanto, en la necesidad de orientar hacia otro rumbo la convivencia.
Hay una brecha abierta, por otra parte cada vez más profunda, entre la
productividad que crece a pasos agigantados y la renta de los trabajadores que
baja y seguirá bajando si no modificamos la forma de organizarnos. Y, como ya
se ha demostrado con la crisis que todavía estamos viviendo, es una gran locura
incentivar el consumo de los que menos tienen, a base de créditos y deudas, para
intentar absorber la, cada día, mayor producción. Esto nos llevará, sin duda, a
un mundo enajenado que habrá perdido la dirección de su felicidad y pondrá en
peligro su seguridad y la del medio ambiente en el que habita. De momento ya
nos hemos internado en este camino y una gran parte de nuestros semejantes se
encuentran con la cruda realidad y cuando buscan
trabajo, o no lo encuentran o sólo encuentran pobreza.
[1] Bauman, Zygmunt (2000:11). Trabajo, consumismo y
nuevos pobres. Gedisa Editorial.
[3] Santiago Muiño, Emilio (2014). Colapso capitalista y
reencantamiento civilizatorio. Salamandra núm. 21-22.
[4] Martin Ford, The
Lights in the Tunnel: Automation, Accelerating Technology and the Economy of the
Future, Estados Unidos, Acculant TM Publishing, 2009, p. 62.
[5] Mil millones.
[6] Oxfam Media Briefing, 18 de enero de 2013. El coste de
la desigualdad: cómo la riqueza y los ingresos extremos nos dañan a todos.
[7] Harvey, David (2014:118). Diecisiete contradicciones y
el fin del capitalismo.
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