El crepúsculo de la austeridad
La
austeridad es un ídolo para el pensamiento neoliberal, un ídolo igualmente
adorado por nuestra querida Europa. Pero ¿qué es la austeridad? La austeridad
no es más que “una forma de deflación voluntaria por la cual la economía entra
en un proceso de ajuste basado en la reducción de los salarios, el descenso de
los precios y un menor gasto público.[1]”
Todo ello en aras de conseguir una mejor competitividad para aquellos que
pueden competir en el exterior (las grandes empresas) y, también, mediante la
devolución rápida de las deudas públicas, generar una mayor confianza
empresarial en el exterior. Confianza que, en muchos casos, conlleva
inversiones especulativas de agentes internacionales no con el propósito de
mejorar la economía de nuestro país sino para seguir aumentando su riqueza.
Los
resultados de las elecciones griegas del pasado domingo día 25 de Enero suponen,
sin embargo, una bocanada de aire puro, una esperanza para una nueva forma de
entender la política y la economía. Políticas que reorientadas podrán girar
hacia sus verdaderos fines: la cobertura de las necesidades y el bienestar de
las personas, de los ciudadanos.
El rechazo
a las medidas de austeridad impuestas
por la Troika (Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional y Consejo
Europeo), es la principal lectura que podemos hacer de estos resultados
electorales. El triunvirato todopoderoso se ha convertido, sin pasar por las
urnas, en el gobierno real de aquellos países que se han visto obligados a recurrir
a sus ayudas. Pero…, ¿desde cuando la Troika ha conseguido que los países a los
que ha ayudado mejoren sus economías? Aquellos que jalean y recomiendan sus
medidas, los interesados de las mismas, probablemente consideren que sus
actuaciones alcanzan los objetivos perseguidos, pero está claro que la
evidencia existente en todos los países asistidos y, sin remedio, arruinados,
deja, sin resquicio a la duda, muy claras las consecuencias desastrosas de la
austeridad requerida.
Ya en el
los primeros años de este siglo, el premio nobel Joseph Stiglitz en su libro El malestar en la globalización nos
advertía de los cambios que el FMI había tenido en relación a la concepción que
de este organismo tuvo Keynes. A
éste, en base a los fallos que tenía un mercado libre, le inquietaba que
pudieran generar un paro persistente y demostró que era necesaria una acción
colectiva global, “porque las acciones de un país afectan a los otros. Las
importaciones de un país son las exportaciones de otro. Los recortes en las
importaciones de un país, por cualquier razón, dañan las economías de otros
países.” Pero ya hace mucho que el FMI no sigue las directrices que en sus
inicios asumió y en el desastroso camino recorrido ha entorpecido el desarrollo
de muchos países y ha dejado sin esperanza a millones de personas. Stiglitz
concluye y resume la actividad del FMI: “suele fraguar políticas que, además de
agravar las mismas dificultades que pretende arreglar, permiten que esas
dificultades se repitan una y otra vez.” [2]
Los bancos
con la connivencia de los políticos y de aquellos que acumulan el talismán del
poder (el dinero), nos hicieron un regalo envenenado, siguiendo el conocido
refrán: el que regala bien vende, pensaron
que, o mejor dicho no pudieron contener su creatividad, los beneficios que
obtenían eran magros, apenas les posibilitaban unos resultados atractivos para
los accionistas. Buscaron, entonces, herramientas que pudieran llevarlos a conseguir
beneficios exponenciales, corrieron riesgos con nuestro dinero sin consultarnos
y, como resultado, terminaron arruinándonos a todos. Pero, quien maneja los
medios de comunicación (es obvio decir que en España son los bancos) tienen fácil excusa.
Nos hicieron creer que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades,
cuando ellos nos empujaron a comprar generándonos deudas impagables. Nos
hicieron creer que era el sector público el que no funcionaba, cuando nuestras
cuentas públicas estaban saneadas y con superávit: sólo habíamos empezado tímidamente
a mejorar nuestra sociedad del bienestar social y, además, el gasto en
comparación con los europeos era sensiblemente menor, como también pasaba en
los países del Sur, en los países mediterráneos. Nos hicieron creer que no había
alternativa y que la solución era facilitar el despido para aumentar el empleo,
reducir los derechos sindicales para que fuéramos una mercancía intercambiable
y fácilmente manipulable, reducir los derechos sociales para mejorar la vida de
todos, recortar y recortar (ajustes lo llamaban) para que pudiéramos vivir
mejor en un futuro que nunca termina de llegar.
Pero la
realidad es dura y contumaz ya que, aun cuando no quieres reconocerla, te
vuelve una y otra vez y te muestra su cara: la desigualdad, la pobreza, la
hipocresía, la insensibilidad. Y te muestra los números de nuestra ceguera. Así
la última Encuesta de Población Activa (EPA) emitida por el Instituto Nacional
de Estadística, nos informa de que a finales del 2014 eran 5.457.700 las
personas activas en búsqueda de trabajo que no lo pueden encontrar y están en
paro y que 1.766.300 familias tenían en paro a todos sus miembros activos. Pero
hay quien sólo ve números que suben y bajan si los traspasamos a unas gráficas,
y, sin embargo, detrás de cada uno de estos números, hay ciudadanos que
malviven y sufren, que están en riesgo de pobreza o incluso en riesgo de no
poder mantener cubiertas las necesidades básicas de alimentación, vestido y
vivienda. En esta situación, incluso, parece mucho pedir hablar de sanidad,
educación, igualdad de oportunidades, pobreza energética, etc., etc. Ya que, no hay alternativa, todo lo
que se hace es lo que se tiene que hacer para mejorar la situación dejada por
los otros, los anteriores. Y así nos envuelven estos regalos, que son los regalos
de la austeridad, el ídolo adorado por nuestros políticos. ¡Demos gracias a
Dios!
Por ello,
hoy necesitamos partidos que no confundan sus objetivos. No pueden ser empresas
cuyos fines principales sean la permanencia y el crecimiento a toda costa. Los
partidos, en democracia, se crean para mejorar la vida de los ciudadanos no
para vivir a su costa. Si se pervierte su razón de ser la sociedad está en
peligro y lo apropiado y ético debe ser su destrucción. ¡No hay que aceptar
estos regalos! No obstante, la victoria de Syriza nos abre una puerta a la
ilusión, un rayo de esperanza, una puerta a un mundo más humano que no sólo
mida el desarrollo de la sociedad mediante la cuenta de beneficios de las
empresas y las alzas en las bolsas y mercados.
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