En
el devenir de la historia reciente hay quien ha llegado a vaticinar su fin[1]
y, sin embargo, lejos de alcanzar la estabilidad del Paraíso y engañados
por una época de gran moderación[2],
nos hemos “dado de bruces” con la “Gran Recesión”. Nos hemos encontrado
inmersos en una profunda crisis que si bien tuvo su origen en EEUU allá por el
verano de 2007, sus efectos se han dejado sentir en casi todos los rincones de
nuestro planeta y han conseguido reducir aquellos derechos que la ciudadanía
había alcanzado después de la Segunda Guerra mundial; derechos conseguidos con
sumo esfuerzo y en aras a un mejor y más equitativo reparto de los bienes y
recursos producidos. Estamos, por tanto, en un cruce crítico de caminos en el
que la democracia da muestras de estar en peligro. Por ello, los ciudadanos, aunque
cada vez más enrocados y separados por sus preocupaciones, no pueden olvidarse
de que los derechos alcanzados son responsabilidad de todos y que cada derecho
tiene su reverso que es su deber. Por tanto, “no es el momento de descansar: el
mundo está todavía por hacer[3]”
y puede ser oportuno repensar la dirección a tomar y considerar si es mejor, como
nos dice Samir Amin, “Salir de la crisis del capitalismo o salir del
capitalismo en crisis.[4]”
Vivimos un tiempo que
puede ser transcendente para nuestras sociedades, un tiempo en el que no
podemos olvidar, y sin embargo debemos poner de manifiesto,
la influencia que ejerce la globalización, en la manera que está discurriendo y
se está manifestando, en las crisis económicas y en la forma en la que se
utiliza y retribuye la fuerza de trabajo. La sociedad se encuentra en un
momento clave, un momento de crisis/oportunidad. Las tendencias que las
naciones desarrolladas y el poder económico imponen en los asuntos sociales y
económicos no están siendo apropiadas para la consecución de un mundo dónde
todos puedan vivir mejor y se respeten los Derechos
Humanos. La permanencia en el camino iniciado a finales de los años 60 y
principios de los 70 del siglo pasado[5]
o la elección de un camino u otro en las relaciones económicas y laborales no
es, por tanto, baladí, ya que las crisis que un capitalismo sin control genera
pueden llegar a ser, y lo son, incluso mortales para las personas de aquellos
grupos de población más desfavorecidos. Debemos, en consecuencia, encontrar
otro camino.
La situación que observamos en nuestro
mundo globalizado es que las desigualdades entre las naciones y entre la
ciudadanía de una misma nación se van haciendo cada vez mayores, lo que nos
confirma que no estamos en el camino correcto, ya que el reparto de la renta y
la riqueza, cada vez más, es apropiada por la parte más alta de la pirámide
social, aquellos que poseen los mayores recursos, el 1% de la población, y, sin
embargo, el resto de la población va retrocediendo en la cobertura de sus
necesidades. El famoso economista Thomas Piketty en su reciente visita a
nuestro país para presentar su famoso libro El
capital en el siglo XXI acaba de decir: “si no se hace nada en 50 años toda la riqueza del mundo pertenecerá a
las grandes fortunas.” No parece que quepa ninguna duda que hay intenciones
poco claras en algunas políticas que nos llevan, se quiera o no se quiera ver,
a una lucha de clases.
No es posible, por otra parte, separar
la crisis económica actual, ni muchas de las anteriores, de las tendencias globalizadoras
de este tiempo, ya que ambas van hermanadas. Sin embargo, de todas las
globalizaciones posibles la que supone un mayor riesgo y puede ocasionar más
daño que las propias guerras es la globalización
financiera, que, además, termina
definiendo de forma perceptible y global las relaciones políticas, sociales,
económicas y laborales. Globalización financiera que actúa sin cortapisas y con
el impulso, llevado metódicamente, por la ideología neoliberal. Financiarización[6]
de la economía que, en la medida que haga más rentable colocar el capital en
inversiones financieras que en actividades productivas, nos conduce hacia una economía
de casino.
Y todo esto ¿Cómo
afecta al trabajo? Las
crisis económicas, consecuencia de la forma de globalizar, y el trabajo,
especialmente el nivel y la calidad del empleo, tienen una relación directa.
Por una parte la especulación financiera (la financiarización de la economía y
de la sociedad) está retirando dinero de la economía productiva y propicia la
minoración de puestos de trabajo. Por otra parte esta situación nos está
dibujando una sociedad dual en muchos sentidos. En un primer sentido separa a
los detentadores del capital con respecto de los asalariados y desempleados. En
un segundo separa la masa de asalariados en trabajadores fijos y precarios.
Esta globalización, además, está agotando las posibilidades de un trabajo
digno, decente[7], y nos
está reportando una gran masa de desempleados[8]
a la que se están uniendo todos aquellos trabajadores vulnerables con trabajos
precarios y mal retribuidos. Bien nos dice Joseph Fontana que “Hay en la
actualidad más esclavos que en ningún otro momento de la historia, en una
servidumbre que no se basa tanto en la propiedad como en el endeudamiento, y
que se distingue por ello de la antigua por el hecho de que un esclavo cuesta
hoy mucho menos que en el pasado.[9]”
La expansión financiera ha hecho que en
los años anteriores a la crisis todo pareciera de color de rosa, vivíamos en un
mundo dónde todo era posible, los precios nunca iban a bajar y podíamos
invertir lo que no teníamos, no sólo para cubrir nuestras necesidades básicas
sino, también, para incorporarnos al pelotón del capitalismo popular que,
además, nos llevaba a un mundo de riqueza ficticio. Para que no sintiéramos que
nuestros salarios cada día compraban menos cosas y que la desigualdad iba
creciendo, también nos facilitaban
crédito para que nos fuéramos endeudando. Pero..., de pronto las deudas se
convierten en cadenas y en bombas que nos explotan en las manos y por arte de
magia nos encontramos en un mundo dónde la mayor parte de la población no
quisiera encontrarse y unos pocos, sin embargo, pretenden hacernos creer que no
hay alternativa (there no is alternative[10]),
porque ellos se encuentran en el mejor de los mundos y atesoran la mayor parte
de la riqueza, eso sí ayudados por el sistema político imperante.
[1] Fukuyama, Francis (1992). El fin de la Historia y el
último hombre. Editorial Planeta S.A. Llegó a decir que «lo que podríamos estar
viendo no es sólo el fin de la Guerra Fría, o de un particular período de
post-guerra, sino el fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la
evolución histórica de la humanidad y la universalización de la democracia
liberal occidental como la forma final de gobierno humano». Posteriormente se
retractaría de tal afirmación.
[2] Época marcada por una baja inflación, un
elevado crecimiento y leves recesiones que se enmarca en las últimas décadas
del siglo XX y primeros años del XXI.
[3] De Sebastián Carazo, Luis (2002). Un mundo por
hacer. Claves para comprender la globalización. Editorial Trotta.
[4] Amir, Samin (2009): La
crisis: Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis.
El viejo topo.
[5] Lo que se viene llamando
sistema neoliberal.
[6] El término “financiarización”
tiene u notable defecto. Su definición resulta todavía demasiado ambigua,
prestándose a distintas interpretaciones. Sin embargo, presenta también una
indudable virtud: es un concepto que recoge la creciente preponderancia,
económica pero también política, del capital financiero internacional. Ignacio
Álvarez Peralta (2011:23): Frente al capital impaciente.
[7] La
primera referencia al trabajo decente se hace por el Director General de la OIT
en 1999. El filósofo judío Avishai Margalit define una sociedad decente como
aquella cuyas instituciones no humillan a las personas (Amartya Sen y otros,
2007)
[8]
Dejours (2009:53) nos dice: “El desempleo es la fuente principal de injusticia
y sufrimiento en la sociedad francesa actual y el escenario principal de ese
sufrimiento es, por supuesto, el trabajo, tanto para quienes están excluidos de
él como para quienes tienen uno.”
[9] Fontana (2011:968): Por el
bien del Imperio.
[10] Frase atribuida a Margaret Thatcher y que los
neoliberales tienen como un mantra sagrado queriendo mantener el statu quo.
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