No hay ninguna duda de que el capitalismo
globalizado contribuye a un aumento sensible de las desigualdades. No hay
ninguna duda de que mientras unas pocas personas se apropian de riquezas que no
se distribuyen entre los demás ciudadanos, millones de personas tienen
dificultades para vivir. Es contradictorio, sin embargo, que en estos tiempos
que se reclaman igualdades de todo tipo: de género, de trato, de oportunidades,
de raza, etc. Los multimillonarios que acumulan riqueza generada por otros, no
quieren saber nada del resto de la humanidad que, por otra parte, les soporta.
Su obsesión es hacer más y más dinero, más y más riqueza, sin tener en cuenta
las consecuencias. Su corazón si lo tienen no se delata. El nuevo paradigma en
el mundo actual es la identificación de los políticos con la riqueza. Así el
mayor ejemplo es el presidente actual de Estados Unidos, Donald Trump, que
acaba de aprobar una ley fiscal que beneficia sensiblemente a los más ricos
olvidándose de que el país que preside sigue siendo uno de los vencedores en la
carrera de la desigualdad.
El primer informe
sobre las desigualdades mundiales efectuado en el año 2018 destaca que “La
divergencia ha sido particularmente clara entre Europa Occidental y Estados
Unidos, que contaban con niveles similares de desigualdad en 1980 pero que se
encuentra hoy en situaciones radicalmente distintas. Mientras que la
participación del 1 % de mayor ingreso era cercana a 10 % en ambas regiones en
1980, se incrementó a 12 % en Europa Occidental en 2016, mientras que en el
caso de Estados Unidos se disparó a 20 %. Durante el mismo período, la
participación del 50 % de menores ingresos de Estados Unidos decreció de algo
más de 20 % en 1980 a 13 % en 2016.
El informe mencionado constata que entre 1980 y
2016, años en los que el triunfo del endiosado neoliberalismo ha sido total, “a
nivel mundial, el 1 % de la franja más alta ha captado dos veces más de
crecimiento que la mitad [el 50 %] de la franja más baja”, algo que nos
demuestra la extrema insensibilidad existente entre los que tienen el poder de
mover el mundo, ya que lo mueven siempre teniendo en cuenta sólo su propio
interés. Estamos inmersos en un sistema económico en el que las diferencias se
hacen cada día más patentes. Es verdad que la globalización ha conseguido sacar
de la pobreza a millones de personas en los países emergentes: China, India,
países orientales, pero también se está demostrando que los ricos se hacen más
ricos con el sistema que están defendiendo con uñas y dientes, y a la par,
hacen que los pobres sean cada día más pobres.
La privatización tocada a golpe de Estado en muchos
países y liderada por el imperio: Estados Unidos, ha contribuido sin duda, no
sólo al desmantelamiento de lo público, sino, también, a un incremento de las
desigualdades. Dice el informe de 2018: “El incremento en la desigualdad fue
particularmente abrupto en Rusia, moderado en China y relativamente gradual en
India, reflejando diferentes tipos de políticas de desregulación y apertura
llevadas adelante por estos países en las últimas décadas.” Sin duda Rusia es
el patrón más despiadado de una privatización de lo público sin orden y con la
rapiña y beneficio de unos pocos que ahora pasean su fortuna por todo el mundo.
Volviendo al informe leemos que “Las desigualdades
económicas está determinadas en buena medida por la distribución de la riqueza,
que puede ser propiedad privada o pública. Desde 1980 se observa en
prácticamente todos los países, tanto ricos como emergentes, transformaciones
de gran tamaño en la propiedad de la riqueza, que pasa del dominio público al
privado. Así, mientras la riqueza nacional (pública más privada) ha crecido de
manera notable, la riquezas pública se ha hecho negativa o cercana a cero en
los países ricos (las deudas superan a los activos). Esto limita la capacidad
de los gobiernos para reducir la desigualdad, y ciertamente tiene implicaciones
importantes para la desigualdad de riqueza entre los individuos. Sin embargo,
hemos de tener en cuenta que los resultados entre los distintos países son
disímiles, incluso con niveles parecidos de desarrollo, y ello nos informa de
que las políticas que se llevan a cabo y las instituciones que se crean
influyen en los distintos niveles de desigualdad.
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