En sociedades primitivas o
reducidas es incomprensible que los recursos que se tengan no se utilicen para
mejorar la vida de todos sus integrantes. Todas las personas que puedan aportar
algo a la sociedad colaboran en producir y prestar servicios para la misma.
Todas las herramientas existentes deben ser utilizadas para buscar los medios
de vida que serán consumidos. El nivel de vida de los integrantes de la
sociedad depende de los recursos, del esfuerzo común, de la mejora de las
habilidades y de las herramientas. No obstante, el cuidado de los recursos
naturales es un objetivo transcendente y vital para no sobreexplotar y arruinar
sus frutos en un futuro.
No ocurre lo mismo en muchos
países de este mundo mercantilizado y neoliberal. Nuestro país, por ejemplo, es
paradigma del desperdicio de las posibilidades existentes en su economía. “España
es un estado que ha vivido desde hace décadas por debajo de su potencial por
culpa de unas políticas de infrautilización de recursos que crean desempleo y
pobreza.[1]”
Sin embargo, nadie podrá decir que no hay muchas cosas por hacer: nuestros
investigadores se marchan a países que sí les consideran o abandonan por falta
de recursos, el medio ambiente pide a gritos mejoras que permitan su viabilidad
y buen uso, las energías deben ser sustituidas por aquellas que son renovables
en beneficio de todos, así hasta un largo etc. Sin embargo, la realidad que observamos
es el abuso y destrucción de los bienes naturales, siendo el principal problema
provocado el calentamiento global.
Dejamos de utilizar recursos
necesarios para el buen funcionamiento social y sin embargo estamos
sobreexplotando la naturaleza. No
nos queremos dar cuenta de que, como relata Alberto Garzón en su blog haciendo
referencia al próximo informe del Grupo
Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, si no somos
capaces de limitar el crecimiento de la temperatura media mundial a 1,5 grados
–sobre el nivel preindustrial- las consecuencias serán aún más desastrosas: un
10% más de días con temperaturas extremas, un incremento del 50% del estrés
hídrico –que se da cuando se demanda más agua de la que hay disponible-, la
desaparición del hielo en el ártico, la migración de 100 millones de personas y
la desaparición de corales en los océanos. En suma, la actividad económica del
ser humano está destruyendo los ecosistemas. ¿La solución propuesta? Un cambio
profundo en el modelo de producción y consumo de energía, con el horizonte de
un 100% de energías renovables para 2060.
La concepción errónea de la función del dinero
y el uso y abuso del sistema económico en beneficio de unos pocos, nos hace
ciegos a posibles mejoras en la estructura social. Ya que estoy convencido de
que“En un sistema financiero sano, podemos permitirnos hacer lo que seamos
capaces de hacer. El dinero nos permite hacer lo que podamos hacer en función
de nuestros limitados recursos naturales y humanos. Esto se debe a que el
dinero o el crédito no existen como resultado de la actividad económica, como
muchos creen. Igual que sucede cuando compramos con nuestras tarjetas de
crédito, es el dinero el que crea la actividad económica.[2]”
La eliminación de la pobreza extrema, podía satisfacerse probablemente en todos
los países sin rebasar los límites medioambientales globales. Sin embargo, para
la consecución de otros objetivos sociales, como la educación, la sanidad, la
dependencia, etc., deberíamos optimizar el funcionamiento, aunque también en
este país hay posibilidades de mejorar la organización y la producción debido
al amplio paro y la ociosidad de recursos materiales.
No obstante, sí parecen inviables
otros objetivos como el crecimiento continuo. Se busca el crecimiento infinito y esto pone en peligro la
habitabilidad futura de nuestro planeta. Nos olvidamos de que “somos nosotros
los que tenemos necesidad del futuro, mucho más que el futuro de nosotros[3]”. Los resultados nos indican
que algunos de los objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas, como
el combate contra el cambio climático y sus efectos, podrían verse cuestionados
por la persecución de otros objetivos, en particular los que buscan el
crecimiento indefinido o altos niveles de bienestar humano para toda la
humanidad.
Es esencial, por tanto, cambiar
el paradigma y el tiempo que va pasando lo hace más
difícil. La ciencia ha descubierto que la empatía es la chispa que enciende la
compasión y nos induce a ayudar al prójimo. Es la cooperación y no una
competitividad descarnada la que nos ayudará a conseguir objetivos comunes a
todos. La mercantilización de la vida no nos lleva por el camino correcto. Es
una lucha de unos contra otros que nos hace olvidarnos de nosotros mismos. “La
única perspectiva que se tiene en cuenta es la explotación de la vida
planetaria, es la de las corporaciones transnacionales, cuyos objetivos son la
acumulación de capital y la obtención de beneficio.[4]”
[1] Medina
Miltimore, Stuart (2015:171). La moneda del pueblo. El viejo topo.
[2]
Pettifor, Ann (2017). La producción del dinero. Lince.
[3] Dupuy, Jean Pierre
(2012-29). Hacer como si lo peor fuera inevitable. VV.AA. ¿Hacia dónde va el
mundo? Icaria Editorial, S.A.
[4] Cano
Abadía, Mónica. Ecología política núm. 54,
pág. 42
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