Parece que la apuesta catalana
por la independencia está resultando nefasta para los propios ciudadanos. Los
bancos y las empresas huyen y se instalan en otras comunidades viendo como con
esta decisión vuelven sus acciones al verde, cuando estaban muy debilitadas en
días previos por el hecho catalán. Todo ello, a mi modo de ver, demuestra, y
deja patente, quién sigue teniendo el poder: el capital. El capital no siente
solo busca reproducirse geométricamente.
Los sucesos de los últimos días
en Cataluña no hacen sino reafirmar una lucha de poder no sólo entre políticos
con distintos intereses, no sólo entre ciudadanos con distinta forma de ver el
mundo y su futuro, sino, sobre todo la lucha entre el capital y los propios
ciudadanos. Por eso hay a quien le interesa dar por perdida esta lucha de poder,
incluso antes de que comience. Poner en marcha un experimento que puede tener
resultados positivos o no, es un riesgo que debe ser torpedeado antes de que
nazca, por el hecho de que los muros y la inestabilidad siempre pueden
perjudicar a los negocios lucrativos de unos pocos. A pesar de que lo que más
debiera preocuparnos es el hecho de que los muros y la inestabilidad
principalmente perjudican a las personas.
¿Qué pasaría si Cataluña ante la
huída de los bancos allí instalados creara una banca pública? ¿Qué pasaría si
con un banco central que tuviera competencia para emitir su propia moneda
emitiera moneda para cubrir las necesidades de sus ciudadanos y permitiera dar
cobertura financiera a las empresas dedicadas a producir bienes básicos, bienes
duraderos y dar servicios que mejoraran la vida de sus ciudadanos? ¿Qué pasaría
si generara una banca privada ética? ¿Qué pasaría si se generara empleo de
calidad y decente y no precario e inseguro? ¿Qué pasaría si las relaciones
entre las personas y las instituciones no fueran hipercompetitivas y se basaran
en la cooperación? ¿Qué pasaría si…?
En una economía de demanda la
disponibilidad monetaria de la población permite un desarrollo de la economía
estimulando la producción y los servicios. Sin embargo, en una economía de la
austeridad, en la que además los que acumulan el capital lo llevan de un lado
para otro dependiendo de su multiplicación mágica, como los panes y los peces,
sin importarles ni las personas, ni los compromisos, ni los territorios, ni las
banderas; en una economía así perdemos todos. Hay, además, suficiente evidencia
para respaldar las palabras del filósofo esloveno Slavoj Zizek “La política de
la austeridad no es ninguna ciencia, ni siquiera en un sentido mínimo. Está
mucho más cerca de una forma contemporánea de superstición.”
En un mundo hipercompetitivo se
afloran dolorosamente las desigualdades, se ponen límites a los territorios, se
aman las banderas por encima de las personas, se buscan grupos que nos saquen
de nuestra vida insustancial. En un mundo hipercompetitivo buscamos más
aquellos que nos diferencia que aquellos que nos une, buscamos que nuestra
razón, nuestro grupo, nuestra familia, nuestra ideología, se imponga y no vemos
aquello que nos complementa y ayuda, que nos permite vivir una vida más plena.
Es verdad que estamos en un
Estado de Derecho y que las normas que nos damos deben de regir nuestra
convivencia. Que debemos buscar el cambio de las mismas antes de imponer un
criterio que no esté amparado por las leyes. Pero también es verdad que a veces
la tiranía de la mayoría impide ver, en su obcecación en la posesión de la
verdad, el sufrimiento y las necesidades que están expresando reiteradamente
sectores de la sociedad; impide ver posibilidades de acción que mejoren la
convivencia y la mejora de nuestras sociedades.
Las personas, los Derechos
Humanos, siempre tienen que ser el faro y guía de nuestras acciones. No son las banderas, no
son los territorios, no son las razas, ni los colores los que tienen que darnos
las pautas de nuestras actuaciones, y menos en un mundo globalizado. Cuando lo
que nos hace más humanos: la palabra, sólo sirve para lanzar dardos y no para
buscar un diálogo productivo. Cuando la búsqueda de la victoria y la derrota
del otro es lo que prima, tenemos que admitir que las consecuencias no van a
ser nada halagüeñas para la mayoría.
¿Cómo podemos sentirnos
orgullosos de lo que está pasando en estos días en España? ¿Cómo podemos
sentirnos orgullosos de lo que pasó el 1-O? ¿Quién puede sentirse orgulloso
cantando “a por ellos”? ¿Quién puede sentirse orgulloso de un empecinamiento
que puede perjudicar a sus conciudadanos? ¿Quién, como ha pasado en la historia
humana y sin aprender, todavía defiende sus ideas con la violencia? ¿Dónde está
la empatía entre las personas? ¿Dónde está la evolución?
Así no…, así, perdemos todos.
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