Viendo lo que ocurre entre los políticos de nuestro
entorno, no me queda por menos observar que muy poco hemos evolucionado, que el
infantilismo, o al menos la adolescencia, abunda en aquellos que tienen que dirigir
las sociedades humanas. Aprender de situaciones precedentes debiera ser lo
normal en el hombre. Pero parece que lo más habitual, sin embargo, es que el
hombre sea un lobo para el hombre como ya señaló el filósofo Thomas Hobbes.
Poco nos diferenciamos de otras especies que enseñan las garras y los dientes
en un mundo, no obstante, más adverso. Pero el hombre, a pesar de que tiene más
posibilidades, hemos de reconocer que se comporta con engaño, egoísmo y malicia;
haciendo imposible la búsqueda de un mundo mejor para todos.
Incluso parece que las buenas intenciones de
algunos políticos, lo único que pretenden es tapar y esconder tras cortinas de
humo, las intenciones no declaradas. Ya que como nos decía el educador
brasileño P. Freire “¿Cómo esperar de autoritarios y autoritarias la aceptación
del desafío de aprender con los otros, de tolerar a los diferentes, de vivir la
tensión permanente entre la paciencia y la impaciencia? ¿Cómo esperar del
autoritario o de la autoritaria que no estén demasiado seguros de sus verdades?
El autoritario que se convierte en sectario, vive en el ciclo cerrado de su
verdad en el que no admite dudas sobre ella, ni mucho menos rechazos. Una
administración autoritaria huye de la democracia como el diablo de la cruz.[1]
“Y de sectarios partidistas estamos rodeados.
Y es que se nos llena la
boca con la palabra democracia,
cuando la estamos envileciendo, la estamos vapuleando sin misericordia día a
día. Realmente no queda más remedio que más democracia para resolver los
problemas que nos acucian. Pero en una democracia la tolerancia con las ideas
del otro debiera ser un factor que procure el aprendizaje, que procure las
ideas que no lleven a resolver los problemas. “Ser tolerante [nos dice también
Freire] no significa ponerse en connivencia con lo intolerable, no es encubrir
lo intolerable, no es amansar al agresor ni disfrazarlo. La tolerancia es la
virtud que nos enseña a convivir con lo que es diferente. A aprender con lo
diferente, a respetar lo diferente. En un primer momento parece que hablar de
tolerancia es casi como hablar de favor. Es como si ser tolerante fuese una
forma cortes, delicada, de aceptar o tolerar la presencia no muy deseada de mi
contrario. Una manera civilizada de consentir en una convivencia que de hecho
me repugna. Eso es hipocresía, no tolerancia. Y la hipocresía es un defecto, un
desvalor. La tolerancia es una virtud. Por eso mismo si la vivo, debo vivirla
como algo que asumo. Como algo que me hace coherente como ser histórico,
inconcluso, que estoy siendo en una primera instancia, y en segundo lugar, con
mi opción político-democrática. No veo cómo podremos ser democráticos, sin
experimentar, como principio fundamental, la tolerancia y la convivencia con lo
que nos es diferente.[2]”
El diálogo, la búsqueda de opciones mediante la conversación
sincera es imprescindible. El diálogo debe ser un encuentro entre seres humanos
que puede ayudarnos a transformar el mundo. Sólo con el otro podemos
transformar el mundo. Reconocer al otro es una forma de humanizar, humanizarnos
y hacer el mundo más habitable. La violencia siempre genera violencia y pocas veces se puede terminar
una negociación machando al contrario. No obstante, el remedio que aplicamos
para resolver nuestras diferencias sigue siendo la solución militar, las
guerras, el autoritarismo, el “porque lo mando yo”, incluso porque así lo dicen
las leyes, aunque, por activo y por pasivo somos conscientes de que poco
adelantamos con ello, salvo el beneficio de aquellos que aumentan su fortuna o
su poder consiguiendo que todo siga igual. Los
grandes cambios, no obstante, han surgido siempre como consecuencia de
importantes evoluciones en la forma de pensar. Las ideas, por otra parte, siempre han sido los muros más difíciles de saltar. Aquello en lo que
creemos como dogma de fe, porque en muchos casos se ha asentado en lo más
profundo de nuestro ser, suele ser la prisión que no nos deja caminar:
evolucionar. Por ello cambiar el esquema
de pensamiento, la cultura, los valores, etc. puede ser un camino adecuado
para el cambio y la resolución de conflictos.
No
vivimos sólo para que nuestros sentidos perciban el mundo, sino también para
que con nuestras acciones podamos modificar y conseguir un mundo mejor que nos
encamine a un desarrollo de nuestras capacidades, y éstas, a la vez, nos ayuden
a buscar valores que entronquen con nuestros fines, con el sentido último de
nuestras vidas, o, al menos, nos permitan valorar las mejores decisiones que
nos encaminen hacia un mundo más armónico y beneficioso para la humanidad. Para
ello hay que huir, por principio, de la posesión de la verdad, ya que aquel que
cree tenerla está encadenado a ella y no tiene libertad. La mejor herramienta
para conseguir resultados beneficiosos en nuestras sociedades sigue siendo la
educación, la educación abierta, dialogante y no doctrinaria, que ayude a
conocer, comprender y humanizar a nuestros semejantes, generando compasión,
generando incremento de empatía[3].
En
estos tiempos capitalistas en los que la innovación ha reemplazado a la
productividad, en los que las empresas innovadoras son las que crecen
exponencialmente, nuestros gobernantes siguen anclados a formas que deberían
haber sido enterradas hace mucho tiempo; formas que sólo demuestran el escaso
nivel de empatía para realizar su trabajo, o, también, más que las ganas de
mejorar la sociedad que dirigen, la intención de tapar sus debilidades, sus
corrupciones, su egoísmo, su poca sensibilidad con los demás.
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