El poder del dinero se acrecienta cuando éste
escasea y se reparte de forma más desigual. Entonces el dinero habla a voces y
dirige nuestras vidas querámoslo o no, favoreciendo siempre a los mismos. Esta
circunstancia nos aclara por qué se pueden dedicar millones de euros para
salvar a los bancos, empresas de energía, autopistas, y al mismo tiempo se
recortan las posibilidades de vida de miles de personas disminuyendo pensiones,
salarios, sanidad, educación, etc. Todos estamos a merced de los poderosos:
aquellos que tienen grandes sumas de dinero y gran patrimonio. Incluso la
justicia no es fácil para los que no estén en la cúspide de la sociedad; los
mejores abogados están dispuestos para buscar el mínimo resquicio que evite cualquier
sanción a los poderosos. No ocurre lo mismo con los pobres que pueden ser
sentenciados a prisión por buscar formas de no morir, formas de vivir
dignamente.
Nadie duda sobre la realidad actual: “el poder que
el dinero tiene para limitar, distorsionar y corromper es el mayor motivo
singular de preocupación para la liberad
de expresión. El dinero habla demasiado alto.[1]”De
forma tan ensordecedora que no deja oír lo que tiene que decir la ciudadanía.
Así uno de los problemas más importantes de la desigualdad económica y social
es el atentado contra la libertad de expresión. “Los estados autoritarios o
totalitarios acostumbran a considerar que la restricción y la manipulación del
lenguaje son los cimientos básicos de su poder.[2]”Impidiendo
la expresión pacífica de los ciudadanos el Estado ahoga cualquier cambio en
contra de los intereses propios y de las élites que lo avalan.
El disidente chino Liu Xiaobo Premio Nobel de la
Paz decía: “La libertad de palabra es la base de los derechos humanos, la raíz
de la naturaleza humana y la madre de la
verdad. Matar las palabras libres es insultar los derechos humanos, reprimir la
naturaleza humana y suprimir la verdad.” De nada vale ninguna Constitución si
no hay libertad de expresión, si no se pueden manifestar los desacuerdos con el
cumplimiento o incumplimiento de las leyes, si la ciudadanía no puede dar su
opinión.
El
dinero en esta economía capitalista es cada vez más virtual y, sin embargo, ha
adquirido tal importancia que se ha convertido en una mercancía estrella que se
compra y vende infinitas veces dependiendo de la fluctuación de su valor y
permitiendo un mundo creciente de especulación y avaricia cada vez más
voluminoso que crece, además, como un verdadero cáncer maligno, desordenadamente.
Mercancía que no subyuga y se convierte en la razón de ser de nuestras vidas.
Pero, casi todo, es dinero ficticio y aparece por arte de magia sin que suponga
ninguna relación real con la circulación
de bienes y servicios. En consecuencia, mantener el statu quo de este sistema fuera de toda la lógica es la imprudente locura
de unos pocos y el sufrimiento de muchos otros.
No veo
ninguna razón, por tanto, para mantener esta situación. Los valores que una
sociedad sana debiera tener, a mi modo de ver, distan mucho de los que se
persiguen tozudamente por la ideología neoliberal. Hay otros valores más
necesarios para un desarrollo vital. Sin duda “hay un bien superior, que
consiste en que las personas deben tener la libertad de escoger cómo vivir su
vida, mientras eso no impida que otros hagan lo mismo. Defendemos que el camino
de la tolerancia no es meramente uno más de los “caminos verdaderos”, es el único cuyo objetivo es permitir a los
seres humanos vivir una multiplicidad de otros caminos verdaderos, lo cual
exige un difícil equilibrio entre un incondicional respeto de reconocimiento
por el creyente y lo que puede ser una total falta de respeto de valoración por
el contenido de las creencias. Si esto es transigir, para defenderlo tenemos
que ser intransigentes.[3]”
El
dinero, como ya dije en otra ocasión, ha robado el alma al mundo, a Europa y a
sus ciudadanos. Los negocios dominan y regulan a los gobiernos. Los gobiernos
no cumplen con la tarea de amparar a todos los que están bajo su amparo. Están
muy ocupados en defender los intereses de los poderosos, sus propios intereses
y, en ocasiones, en guardar sus vergüenzas. En las sociedades antiguas, sin
embargo, la economía no desbordaba el ámbito social y solamente si la sociedad
tenía problemas el individuo quedaba desamparado. Polanyi escribió: “El
individuo no está en peligro de pasar hambre a menos que la sociedad en su
conjunto esté en una situación similar[4]”.
Permitir
que el dinero esté por encima de las personas nos arroja a una sociedad en la
que podemos llegar a perder la libertad de expresión, a mantener actitudes
intolerantes y poco empáticas, a perder en definitiva aquello en lo que creemos
y nos hemos obligado, en definitiva: el respeto por los derechos humanos.
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