Hay algo en las personas, en sus relaciones dentro
de las comunidades humanas, que impide aflorar soluciones a las desdichas de la
mayoría. El dinero y el poder, es verdad, se erigen como instrumentos de
competición que dividen más que unen. El juego otrora elemento de grandes
momentos en la vida de las personas, se ha convertido en deporte, en el que la
mayoría pierde y se endiosa a los ganadores. La virtud ya no está en la
cooperación y la solidaridad sino en pulir tu cuerpo y mente para triunfar, no
sobre uno mismo, sino sobre los demás. El producto que se nos vende es el
triunfador de la justa, el que queda en pie después de haber masacrado a sus
oponentes. Y así, en la relación entre los países, la guerra es el recurso
inmoral para solventar disputas y erigirse en vencedor, pero, también, la
guerra es la excusa, la piedra en el que los poderosos hacen tropezar a
poblaciones enteras en beneficio propio.
Es sorprendente que sólo para hacer la guerra se
ponen en marcha todos los recursos existentes en una sociedad, en un estado.
Ningún otro objetivo consigue aunar tanta facilidad para disponer de aquello
que muchos dicen que escasea: dinero. Pero, en la guerra lo que se tiene en
cuenta no es tanto el dinero (Dios vacío), sino las posibilidades de generar
bienes y servicios con un solo objetivo: ganar la guerra. Esta utilización de
los recursos se nos invisibiliza en tiempos de paz a pesar de su lógica. Nos
decía el gran economista Keynes “Con nuestros hombres desempleados y equipos
sin utilizar es ridículo decir que no podemos permitirnos nuevos desarrollos.
Es precisamente gracias a estos equipos y estos hombres que podemos
permitírnoslos[1]”.
En las continuas crisis del sistema capitalista ha
sido gracias a Keynes y sus políticas de gasto público contracíclico que hemos
salido más o menos indemnes. No obstante, siempre ha habido una guerra a mano
para excusar el mayor gasto necesario, la puesta en marcha de inversiones
públicas y atacar el desempleo. Así, olvidamos viejas lecciones. ¿Cómo se
provocó la II Guerra mundial? Básicamente por imposiciones imposibles de
cumplir a los vencidos. ¿Cómo se salió de la II Guerra Mundial? A través del New Deal de
Franklin Delano Roosewelt y políticas que hicieron posible los Estados de
Bienestar Social, pero también y desgraciadamente por poner en marcha una
maquinaria bélica en vez de una economía de paz. Nadie parece que se acuerde de
las tres décadas de prosperidad sin precedentes, los treinta gloriosos que
transcurrieron entre el final de la II Guerra Mundial en 1945 y la primera
crisis del petróleo de 1973. Y, sin embargo, ¿Cuántas guerras se utilizaron por
los Estados Unidos para hacer políticas Keynesianas de gasto público: Corea,
Vietnam, Afganistán, Irak, etc.?
Pero hay quien todavía tropieza por enésima vez en
la misma piedra. Aplica recortes en los servicios públicos; sanidad, educación,
dependencia, pensiones, etc., recorta salarios, pone velas al dios de la
intransigencia y organiza una economía que fomenta la riqueza de los que más
tienen en perjuicio de los que más lo necesitan. Dicen que el mercado a la
larga todo lo arregla, pero en un mundo competitivo e individualista esa no
suele ser la consecuencia. El famoso escritor George Orwell comentaba que “el
problema de las competiciones es que alguien las gana.” Y muchos las pierden. Así,
la cruzada neoliberal contra el Estado y las soluciones a base de austeridad,
tiene claros ganadores y un resultado evidente: la desigualdad entre las
naciones y entre los propios ciudadanos de cada nación. Desigualdad que no para
de crecer incluso en momentos de crecimiento económico.
Un estudio de la Universidad de Valencia y el IVIE
revela que España gasta un 25 % menos que los países de la zona euro en
sanidad, educación y protección social y que desde 2009 ha aumentado la
diferencia. Las cacareadas mejoras del PIB solo han mejorado los bolsillos de
unos pocos y, sin embargo, han instalado sin posibilidad de cambio a muchos
españoles en la pobreza, la precariedad y el paro. Dos de cada tres hogares
españoles no han percibido los efectos de la recuperación económica.
Se requiere una parada en seco a las políticas de
austeridad. Portugal dio la espalda en el año 2014 a estas políticas con la
presidencia del socialista António Costa y su coalición de izquierdas, mediante
el restablecimiento de los salarios, las pensiones, la jornada laboral y, en
general, la situación existente antes de la crisis. Los resultados son muy
elocuentes, mejora del consumo, crecimiento económico y, sobre todo, la
reducción del paro que está por debajo del 10 % y ha bajado cerca de 8 puntos
porcentuales en cuatro años. Algunos tendrían que comparar en vez de hacernos
creer que estamos en nuestro país cerca del paraíso.
Debemos preguntarnos el porqué no se ponen en
marcha políticas económicas que han funcionado y funcionan en momentos de
crisis y por qué si somos conscientes de las posibilidades ociosas que una
nación tiene sólo las activamos para incrementar la maquinaria de guerra. ¡Qué
gran cambio social tendríamos si esas posibilidades las pusiéramos en marcha en
tiempos de paz! Pero… ¿volveremos a tropezar en la misma piedra?
No hay comentarios:
Publicar un comentario