Con el miedo metido en el cuerpo la mayor parte de
los ciudadanos defienden que no hay dinero para las pensiones, no hay dinero
para una mejora de los salarios, no hay dinero para generar puestos de trabajo
aunque sean necesarios social y humanamente, no hay dinero para que todos los
ciudadanos tengan los recursos mínimos para poder vivir con dignidad y
desarrollar sus potencialidades, etc. Sin embargo, esta forma de pensar es un error garrafal que nos mantiene ciegos
a las posibilidades de la economía. Los economistas neoclásicos y la mayoría
neoliberal que actualmente dominan el pensamiento económico son culpables de
sostener que el dinero es como una mercancía y, por tanto, puede escasear y su
escasez hace que en el mercado su oferta y demanda pueda influir en el precio.
No obstante, hasta el padre de la economía Adam Smith tenía claro que la
riqueza de una nación no se mide en valores monetarios sino por su capacidad
para producir bienes y servicios.
Los obsesos del equilibrio presupuestario, los que
ponen por encima de las personas el déficit presupuestario, los austericidas,
adalides de los recortes, de que los demás lo pasen mal y de facilitar los
beneficios a los que más tienen, quitando, sin remordimiento, servicios
públicos básicos y universales, han martilleado con el mantra de “no hay
dinero”. Realmente, para ellos esto significa que no hay dinero para todo
aquello que no les beneficie, que tenga que ver con la ayuda a los demás que no
lo merecen. Así, todos sabemos que a la hora de evitar los descalabros de la
élite se ha sacado dinero debajo de las piedras. Y es que hacer dinero
actualmente, en contra de lo que nos han grabado en las mentes, no es tan
difícil, mayormente sólo se necesita poner números en las cuentas bancarias oportunas.
Mayormente se requiere sólo una decisión política.
Un ejemplo por muchos conocido y demostrativo de la
realidad actual del dinero, tiene que ver con una anécdota que se cuenta del
gobernador de la Reserva Federal de los Estados Unidos en los inicios de la
crisis, crisis en la que nuestro país todavía está. Para evitar el derrumbe de
AIG; la mayor compañía de seguros que, debido a los impagos provocados por la
burbuja inmobiliaria, se estaba hundiendo; previo acuerdo de la Administración,
se le concedió un préstamo de 85.000 millones de dólares, casi nada, y a la
pregunta del periodista asombrado: ¿de dónde ha sacado la Reserva Federal ese
dinero? ¿No será dinero de los contribuyentes? La contestación de Ben Bernanke, en aquel tiempo gobernador, fue “No. No es dinero
de los contribuyentes. Los bancos tienen cuentas con la Reserva Federal, como
usted puede tener una cuenta con un banco comercial. De tal forma, para
conceder un préstamo a un banco, sencillamente utilizamos el ordenador para
ampliar el volumen de la cuenta que tiene con la Reserva”.
El dinero, nos tenemos que dar cuenta, tiene que
servir para mejorar la economía y la economía para el bien de todos los
ciudadanos. Para ello, se necesita una
nueva conciencia para un nuevo tiempo. El Foro de la Nueva Economía e
Innovación Social (NESI) propone un cambio de valores, un sistema de derechos y
valores en el que la justicia, la solidaridad, la sostenibilidad, la igualdad,
la autonomía y la colaboración estén en su centro. Para ello la nueva economía
tiene que anteponer cubrir necesidades a sólo satisfacer deseos; cuidar y vivir
antes que consumir; solidaridad y colaboración en lugar de individualismo y
competición; democracia y distribución
de la riqueza frente a la concentración de poder[1].
En esta nueva economía los bancos y las finanzas tendrán que estar al servicio
de las personas y la mejora social, posición que nunca debieron abandonar. En
esta nueva economía los Derechos Humanos, la armonía entre las personas y el
planeta tienen que ser la prioridad.
Si podemos ver que el dinero no puede escasear, que
no es una mercancía que el hombre necesite para vivir. Si somos conscientes de que
tenemos 3.335.924 parados registrados a julio 2017 y 4.255.000 parados según la
EPA de junio 2017, parados que pueden aportar su granito de arena produciendo
bienes y servicios necesarios para la vida. Nos tiene que hacer daño y
deberíamos decir ya basta al conocer que en los Presupuestos Generales del
Estado del presente año 2017, se han asignado 342 millones de euros para la
protección de la familia y para la lucha contra la pobreza infantil, y, sin
embargo, se han asignado 32.171 millones de euros para pagar la deuda, deuda en
gran parte abusiva y respaldada en la política del egoísmo y el individualismo;
o los más de 60.000 millones dedicados a pagar el rescate bancario, dinero que
ya deberíamos saber cómo fue creado y que no ha servido para mejorar la
economía.
La obsesión relativa al equilibrio presupuestario
en nuestro país está tan llena de incoherencias que nos está mostrando como el
controlador, la Administración Central, es en realidad el que menos respeta la
norma. Pero es que algunas Administraciones locales la están respetando y
obteniendo incluso superávit (el Ayuntamiento que más ha reducido la deuda es
el de Madrid, precisamente los que más se han esforzado en reducir la deuda han
sido los Ayuntamientos coaligados con Podemos, irónicamente los que están más
en contra de la regla de estabilidad presupuestaria) y es, en consecuencia, de
locos que encima se pretenda que los ahorros se dediquen a reducir la deuda
cuando los municipios, más sensibles con las necesidades sociales, la quieren
dedicar a la política social. Esto no es ningún adelanto, esto es más de la
misma medicina. Se necesita, sin duda, una
nueva conciencia.
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