Querámoslo o no la tensión social
más visible es aquella que enfrenta a los pocos
que tienen mucho dinero con los muchos
que tienen poco. Nos decía Edmund Burke (1729-1797) “La división más obvia de
la sociedad es entre ricos y pobres; y no es menos obvio que el número de
aquellos no guarda proporción con estos. Todo lo que tienen que hacer los
pobres es procurar que los ricos pueden holgar, divertirse y disponer de lujos;
y, a cambio, los ricos lo que tienen que hacer es hallar los métodos mejores
para confirmar la esclavitud de los pobres y acrecentar su carga. En un estado
de naturaleza, es una ley inmutable que lo que un hombre adquiere es
proporcional a sus trabajos, pero, en un estado de sociedad artificial, es una
ley tan constante como invariable que los que más trabajan disfruten de muy
pocas cosas, y que los que no hacen ningún
trabajo disfruten del mayor número de posesiones[1].”
La crisis que algunos dicen que ya ha pasado por que
el índice más idolatrado, el PIB, parece que sube en estos últimos años, a los muchos nos les está llegando y, sin
embargo, las soluciones adoptadas por esos pocos
han conseguido esclavizar más a los muchos;
con una deuda cada día mayor, con unos salarios más bajos, con unas pensiones
menguantes, con unos trabajos indecentes, con menos derechos y una
competitividad dañina para la raza humana y el medio ambiente.
Hemos alcanzado grandes cotas de
desigualdad. Desigualdad que no tiene visos de parar y sigue haciéndose más
amplia. El asalto de los pocos, la
revolución de los pocos la podemos
fijar en los años 70 del anterior siglo. En estos años se produjeron hechos que nos han llevado a una
pérdida de derechos, duramente conseguidos después de la II Guerra Mundial, y a
enormes desigualdades en la renta y riqueza de las personas, lo cual afirma
claramente el éxito del plan iniciado por los ricos, que no ha sido otro que
aumentar sus riquezas a costa de la mayor parte de la población, expropiar a
los muchos de sus escasas riquezas para seguir incrementando con avaricia
desmesurada su riqueza. Margaret Thatcher y Ronald Reagan fueron los adalides
de una nueva era de liberación del mercado y desregulación financiera que nos
han traído las últimas crisis. Un nuevo modo de conducir las sociedades que
llamamos neoliberalismo.
Los cambios incorporados en el
sistema financiero, principalmente, han creado un monstruo que se multiplica y
engulle transformando a empresas y bancos. Las empresas que encuentran mayor
rentabilidad en la especulación financiera destinan recursos que detraen de la
economía real a la economía virtual. Los bancos ven oportunidad de grandes
ganancias, estando sus riesgos sistémicos cubiertos por la dificultad de
dejarlos caer. Giovanni Arrigi, en su libro El largo siglo XX, mantenía que las
expansiones financieras suceden cuando el capital pasa “del comercio y la
producción financiera y la intermediación” y las ganancias provienen cada vez
más de las “transacciones financieras”. Costas Lapavitsas en su libro
Beneficios sin producción, mantiene la tesis de que “el carácter predador y
expropiador del beneficio financiero y sus implicaciones en la estratificación
social.”, hace entender mucho mejor la propensión “a las crisis que ha
caracterizado a la financiarización desde sus inicios.”
Los gobiernos tomaron parte y
apoyados en el Consenso de Washington y amordazados por las directrices del FMI
sólo han mirado “la opinión de los mercados a la hora de diseñar todas sus
políticas, no sólo las económicas, mientras ciudadanos que no han invertido ni
un céntimo en productos financieros atienden temerosos a los cracs bursátiles o
las evoluciones de la prima de riesgo y empresas de todo tipo deslocalizan su
producción o realizan despidos masivos para maximizar el precio de sus acciones. Este es el poder de
los mercados financieros, que en su manifestación ideal impulsan el crecimiento
económico, incentivan la innovación y crean riqueza, pero cuando adoptan
comportamientos irracionales o abusivos, generan ruina y desconfianza y empujan
a toda la sociedad a crisis muy profundas de las que se puede tardar
generaciones en salir.[2]”
Los mercados financieros y las
deudas de los que menos tienen han sido las herramientas utilizadas por los menos para someter a los muchos. Por eso no nos puede extrañar lo
que el estadista, inversor y filántropo estadounidense Bernard Baruch (1870-1965)
afirmó “El objetivo de los mercados financieros es conseguir que el mayor
número de personas posible queden como idiotas.[3]”
La realidad nos la cuenta Josep
Fontana: “En todo caso podemos tomar como una conclusión provisional acerca de
la situación actual lo que la ONU dijo en su convocatoria del Foro humanitario:
“en 2016 casi uno de cada cinco de los 7.400 millones de habitantes de nuestro
planeta vive en situaciones frágiles. Esto representa el nivel más alto de
sufrimiento desde la Segunda guerra mundial, y el número va en camino de
aumentar…[4]”
Hay revoluciones que quedan en el olvido pero realmente son las más dañinas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario