En términos generales una estrategia exportadora es
una estrategia, no sólo de empobrecer al vecino sino, también, de empobrecerse
a uno mismo. Empobrecer al vecino porque exportar supone que otro país importe, por lo que para que una país tenga
superávit en su cuenta comercial tiene que haber otro que tenga déficit.
Empobrecerse a uno mismo porque el trabajo, la producción y el capital propio
se dedican a ofrecer bienes y servicios para el exterior, por lo que los
beneficiarios son ciudadanos de otros países, aunque ciertamente los bienes y
servicios se pagan y estos incrementan las cuentas en dinero de la economía
nacional (a veces sólo de personas particulares), pero sabemos que el dinero no es lo que se
come.
No debemos olvidar, además, que las empresas
exportadoras en nuestro país son aquellas que tienen mayor volumen, lo que
representa un porcentaje nimio en términos absolutos, y que, incluso, muchas de
ellas operan sin complejos en paraísos fiscales. Por el contrario, la empresa
pequeña en España es el modo habitual[1].
El modelo de emprendedor, potenciado por
el actual partido en el gobierno y en funciones, deja a las personas, a falta
de trabajo por cuenta ajena, ante una perspectiva de buscarse la vida como
pueda y sin las ayudas y facilidades que tiene la gran empresa. Son así, la
mayoría de las personas las que pierden, beneficiándose los menos.
La
estrategia de las políticas neoliberales exportadoras se corresponden con la
aplicación de dosis dolorosas de austeridad: reducir los salarios, reducir el
gasto público, incrementar las tasas a los servicios prestados por el estado, evitar
los déficits públicos, embridar la inflación, etc. Entienden que en periodos de
depresión económica se sale reduciendo los gastos públicos, lo que reduce las
posibilidades de demanda agregada, lo que va en contra de cualquier lógica,
especialmente cuando los inventarios de las empresas están repletos de bienes
sin vender. “Abaratar el trabajo (recortar salarios) no reducirá el desempleo,
a no ser que dichos recortes incrementen de alguna manera el gasto total.
Obviamente, los salarios son un elemento importante de los ingresos totales y
el gasto depende de los ingresos. Rebajar los salarios es probable que empeore
una caída del gasto.[2]”
¡Qué
pronto se olvidan los buenos consejos económicos! Keynes el mejor economista de
siglo pasado lo comprendió claramente en su Teoría General, su libro más importante: Las empresas producen
tanto producto como creen que serán capaces de vender, y dan trabajo a la cantidad
de trabajadores que esas empresas creen que necesitarán para producir la
cantidad de producto que piensan vender.
La evidencia también nos ha demostrado que la
reducción de los Costes Laborales Unitarios, la mayor productividad y el
crecimiento económico por sí mismos no han garantizado la generación de empleo
de calidad ni el aumento del bienestar de las sociedades. Basar la mejora de la
competitividad, para buscar una mayor exportación, en la devaluación interna lo
que sí ha provocado es un aumento de los beneficios y un perjuicio de los
trabajadores tanto en empleo como en salarios. Además la competitividad
internacional hace que la economía entre los países sea una continua lucha por
unos mayores índices de exportación y de los recursos externos. En este sistema
está claro que hablamos de vencedores y perdedores y, por tanto, de un sistema
injusto y desigual que vuelve a perder el norte de las personas como objetivo
básico. Un ejemplo claro de esta rivalidad se da en el contexto europeo que a
pesar de su unión política, aplicando las mismas reglas de austeridad y
competitividad, ha hecho aparecer desequilibrios que potencian los resultados
de unos (los que de por sí ya son más ricos), incrementando las deudas de otros
(los que ya tienen más problemas).
Aquello que perseguimos se convierte muy a menudo
en nuestros ídolos, aunque sean de barro y nos devuelvan lo contrario de lo que se persigue. Las políticas que
están imperando en Europa tienen en cuenta parámetros que debieran servir de
faro para mejorar la vida de la
ciudadanía, pero que, siendo tozudamente fundamentalistas, olvidan precisamente
medir el bienestar de las personas. Parámetros importantes en una sociedad
centrada en el trabajo remunerado: el empleo, son la población en edad de
trabajar y con posibilidades de hacerlo, los empleos existentes, la calidad de
los mismos y el número de desempleados. Son parámetros que nos indican la
distribución de la renta existente. Sin olvidar, no obstante, el porcentaje de
rentistas existente en la sociedad y el nivel de rentas que poseen, hecho
importante en esta economía financiarizada en la que los acreedores y los
deudores se han distanciado de una manera injusta.
Pero la política europea pronto se olvidó de lo
importante: las personas. El Tratado de Maastricht abandonó oficialmente la
búsqueda del pleno empleo[3].
Se abandonaron las buenas intenciones habidas después de la Segunda Guerra Mundial
con las que se dio paso a los Estados del Bienestar y grandes tiempos de
bonanza, mediante un pacto entre el capital y el trabajo que hacía posible el
pleno empleo. Lo que sí está quedando claro es que la ideología y los intereses
de las élites, nuevamente, triunfan sobre la evidencia económica que día a día
nos demuestra que perseguir otros objetivos menos humanos tiene efectos dañinos
sobre la propia humanidad. Y por ello, para concluir, quiero dejar claro que la
mayor ineficiencia económica es el desempleo masivo.
[1]
El 55,3 % de las empresas no tienen ningún asalariado, además otro 28,2 %
tienen uno o dos empleados. Sin olvidarnos de cómo puede incrementar estos
números la existencia de economía sumergida.
[2] Mitchell, William (2016). La
distopía del Euro. Lola Books.
[3] William Mitchell nos da la siguiente información: “A medida que los responsables
políticos imponían políticas de austeridad en su esfuerzo por cumplir con los
criterios [de Maastricht], las tasas de desempleo aumentaron entre 1992 y 1995
de la siguiente manera: Bélgica de 7,1 % a 9,7 %, Grecia de 7,9 % a 9,2 %,
España de 16,3 % a 20 %, Francia de 9,3 % a 10,6 %, Italia de 8,8 % a 11,2 %,
Países Bajos de 4,9 % a 7,1 % y Portugal de 4,1 % a 7,2 %.”
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