Los gobiernos tienen que impulsar sociedades que
permitan desarrollarse a sus ciudadanos y les haga posible ser felices a su
manera. Sin embargo, la realidad es que los propios gobiernos son los que en
muchas ocasiones ponen barreras y limitan las posibilidades de conseguir
sociedades armoniosas en las que todos sus miembros puedan realizarse y
contribuir a la mejora de la sociedad en la que viven.
Necesitamos una revolución ética, ya que este siglo
XXI o es ético o no será. En los países donde anida la corrupción, el
desarrollo y los derechos decaen y quedan en desuso. Nuestro país temerariamente
está llegando a extremos muy peligrosos, ahora lo que estaba en las
profundidades está saliendo a flote, pero apuesto a que todos conocemos muchos
casos que nos demuestran que los valores que hacen a una sociedad desarrollarse
no son los que han brillado en los últimos decenios en el Reino de España.
En este país, por ejemplo, hemos visto guiar al
poder judicial hacia los intereses partidistas en muchos casos. Recordaremos “La
utilización por parte del Gobierno de Aznar de un juez de la Audiencia Nacional
para procesar a la cúpula de un grupo de comunicación no afín (Grupo PRISA)
[esto como nos dice Carlos Sebastián] se enmarca en esta línea de utilización
impune del aparato judicial por parte de los poderes políticos. El juez en
cuestión fue finalmente condenado por prevaricación, cometida en la instrucción
del caso, e indultado más tarde por el propio Gobierno de José María Aznar. Esta
secuencia de hechos no ocurrió en Venezuela; sucedió en España[1].”
Pero esto solo es un botón de muestra, todos somos conscientes de múltiples
ejemplos que han sucedido en los últimos años con jueces y afiliados de un
partido u otro.
Sin embargo, Venezuela, Irán y otros países
gobernados por la izquierda se han convertido en tapaderas, machaconamente
traídas, para evitar que el lado avaricioso e impune de la política no salga a
la superficie, aunque el agua, es verdad, estaba muy clara ya que nos lo
estaban diciendo: “El que no tenía dinero en Suiza era un hortera.” Mario Conde
dixit.
Todos lo
veíamos, las instituciones del país daban muestras de una caída sin fin al
abismo de la corrupción y el nepotismo, forjado con los intereses partidistas.
Pero, a lo mejor, como nos dice José Antonio Marina: “La inteligencia es una
facultad personal, pero se desarrolla siempre en un entorno social e histórico
que determina sus posibilidades [...] Nuestra inteligencia es estructuralmente
social. Un niño aprende en pocos años los que la humanidad tardó milenios en
inventar[2].”
Y en este contexto nos formamos con valores sociales de los que todos
participamos y nos hacen pasar por alto, estar ciegos para ciertos vicios
perniciosos.
Así podemos decir, que todo empezó cuando la ética
personal llegó a unos mínimos de los que no podía seguir bajando. Muchos, a
pesar de recibir injusticias, decidieron ser felices antes de luchar contra el
monstruo social creado principalmente por los partidos en el gobierno, más
preocupados por rodearse de prosélitos bien pagados con el dinero de todos los
ciudadanos.
En el ámbito de la Función Pública, aquellos
trabajadores que han querido ser fieles a sus obligaciones se les ha cesado, a
veces de forma mafiosa; se les ha mandado a galeras, a veces con
advertencias; se les ha escamoteado sus
derechos, para que cojan miedo; se les ha puesto trabas a ejecuciones de
sentencias y se le ha alargado sus procesos para provocarles el máximo daño. Me
hace gracia cuando oigo decir a los que se proclaman liberales que defienden la
libertad con uñas y dientes, cuando ellos han contribuido a que se vivan muchas
de estas experiencias que contradicen sus palabras.
Lo que ha pasado en nuestro país es que se ha
producido una auténtica colonización de las administraciones públicas y de las
instituciones por parte de los partidos mayoritarios. Colonización más propia
de otros tiempos que los de una democracia que pensamos consolidada. Las
Comunidades Autónomas y la Administración Central se han llenado de libres
designaciones, limitando el acceso de los funcionarios más preparados e
independientes, y se han llenado de estómagos agradecidos colocados en las
empresas públicas e incluso en las propias administraciones, sin que concurra
el mérito y capacidad requerido por nuestra Constitución y las leyes de
desarrollo.
El mantenimiento de unas instituciones al servicio
de todos. El cumplimiento de las leyes y la ejecución pronta de las sentencias
son básicos en el Estado de Derecho. En caso contrario, el desorden llama al desorden
y el cemento social se resquebraja y desmorona. Las políticas partidistas a
veces buscan y siempre consiguen dividir a la sociedad. Los resultados en
consecuencia son perversos y no consiguen mejoras ni en la sociedad ni en las
relaciones sociales.
Howard Gardner un gran neurocientífico; autor de la teoría
de las inteligencias múltiples decía recientemente en una entrevista que “En
realidad, las malas personas no puedan ser profesionales excelentes. No llegan
a serlo nunca. Tal vez tengan pericia técnica, pero no son excelentes.” Siempre
he considerado que en los puestos más altos no vale sólo ser inteligentes,
antes de todo en las personas que nos gobiernas y en las que están en puestos
de élite de la Administración, tiene que imperar la honradez y los valores
éticos que busquen el beneficio de todos y la mejora de su sociedad. No debemos
permitir Nulla
politica sine ethica.
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