Si no lo somos, hacemos lo posible por parecerlo.
Ayer tuvimos elecciones generales a las Cortes y al Senado y ante las
expectativas de cambio, los resultados nos muestran una tibia incorporación de
las fuerzas renovadoras del sistema bipartidista que hemos tenido en los
últimos decenios. Los españoles han hecho buena la corrupción, la mentira, el y tú más, la austeridad, la precariedad
laboral, el trabajo indecente, la desigualdad, la identificación con banderas
en vez de con valores humanitarios. Los españoles han valorado una economía que
sólo ha mejorado en los bolsillos de las grandes empresas y los poderosos, una
economía que se impulsa en la prima de riesgo y que permite correr grandes
riesgos a costa de los ciudadanos[1]
y que ha contribuido y contribuye a la destrucción del medio ambiente y el
calentamiento global.
Es verdad que nuestro sistema de votación hace lo
posible por conservar las situaciones existentes, por el inmovilismo. El
reparto de escaños beneficia a los grandes partidos y levantan barreras de
entrada a los emergentes y a aquellos partidos que tienen los votantes
diseminados por todo el territorio español. El sistema de reparto de escaños no
es muy democrático. Un voto no vale igual que otro y en muchos casos no vale
nada, podríamos tirar el voto a la papelera en vez de introducirlo en la urna. Así
cada escaño le ha costado al Partido Popular algo más 58.600 votos, al PSOE
alrededor de 61.500, a Podemos 75.200, a Ciudadanos cerca, 87.500 y al quinto
partido en votos Unidad Popular-IU, nada más y nada menos que 461.000; con casi
un millón de votos este partido sólo ha logrado 2 escaños. En el País Vasco
aunque Podemos ha sido el partido más votado, ha sido el PNV el que ha sacado
más escaños, el coste de su voto ha sido el más económico con unas 50.000
papeletas de media. Estas grandes diferencias se me antojan verdaderamente
injustas, haciendo posible estructuras arcaizantes en nuestro sistema político.
Los españoles, otrora considerados como paladines de
la valentía, instrumentan el voto del miedo: más vale lo malo conocido que lo
bueno por conocer. Las pequeñas poblaciones son nichos de un voto lastrado por
el temor al cambio y por el caciquismo servil, un voto, además, hipervalorado
al suponer una suma mínima de votantes su consecución (en algunos casos ni
siquiera llegan a los 20.000 votos). Pero, también, el comportamiento de la
izquierda, siempre fraccionador, ha contribuido enormemente a los resultados y
más en nuestra democracia regida por la Ley de D’Hont que, resumiendo, pondera
las circunscripciones electorales (provincias, Ceuta y Melilla) con el objeto
de que las zonas más pobladas no determinen los resultados electorales. Esta
forma de distribuir escaños favorece a los grandes partidos y a aquellos que
tienen los votantes concentrados en algunas zonas como los partidos
nacionalistas. Perjudican, sin embargo, a los partidos que tienen distribuidos
sus votantes por las distintas circunscripciones sin alcanzar un volumen
crítico en cada una de ellas. En este caso sus votantes echan materialmente el
voto a la papelera ya que no tiene ninguna validez.
La noticia buena es que los españoles han votado un
cambio real, progresismo, una adecuación a los tiempos en los que vivimos; no
un cambio en el sentido lampedusiano del término: un cambio para que todo siga
igual, sino un cambio para que sean las personas las que se pongan en el centro
de la política. La mala noticia es que las fuerzas conservadoras son las que
tienen que intentar formar gobierno en primer lugar y parar este cambio. La
buena noticia es que el rodillo de la mayoría absoluta tiene que pasar por el
tamiz de las restantes fuerzas políticas. La mala noticia es que la dificultad
de formar gobierno es tremenda y la política que surja de los pactos que se pondrán
en marcha tendrá que buscar cambios tibios y menores. ¡Ojalá me equivoque! Pero, los mercados ya han
mostrado su nerviosismo (la bolsa en un primer momento cae y la prima de riesgo
sube) y ya sabemos quién manda.
Espero que esta inestabilidad no sirva para dar
pasos hacia atrás. Que el aliento regenerador de la política española no quede
cercenado por los que manejan los entresijos de nuestras vidas. La sicología
moderna pone en entredicho que la mente normal bien afinada, es decir bien
organizada sea el estado mental básico. “No somos conscientes de muchas de las
cosas que hacemos ni de las razones por las que las hacemos. Y existe un gran
acuerdo en que, con frecuencia, hacemos cosas sin ninguna razón. Esto significa
que, para bien o para mal, puede que el pensamiento racional no [sea] tan
habitual, que no sea un componente tan fundamental de nuestra vida y de por qué
hacemos las cosas[2]”.
Posiblemente no seamos maduros para luchar por un verdadero cambio regenerador.
Posiblemente no seamos suficientemente autónomos para tomar nuestras
decisiones. Posiblemente aún nos queda un regusto masoquista larvado en nuestro
difícil pasado que explica nuestro autismo democrático.
[1] Como nos
recuerda Nassim Nicholas Taleh, autor de El Cisne Negro, según cálculo del FMI
en los años 2007-2008, el sistema bancario perdió más a causa de los riesgos
asumidos de lo que ha ganado en toda su historia gracias al riesgo. La verdad
es que las entidades financieras han ganado dinero trabajando en sus funciones
esenciales y lo han perdido asumiendo riesgos con productos que ni ellos mismos
entienden.
[2] VVAA. Las
mejores decisiones. Simone Snall.
Una sensación de limpieza, pag. 215. Editorial Crítica 2015.
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