El dinero es el Dios actual más reverenciado al que adoramos
y dedicamos una buena parte de nuestro tiempo sin ningún temor a estar
perdiéndolo. Es hoy la medida de todas las cosas, sean materiales o
inmateriales. Es verdad, no obstante, que en la sociedad capitalista el valor
de cambio requiere una medida para poner en relación unas mercancías con
respecto a otras, pero ya todo es mercancía, todo se compra y se vende y la
unidad de medida que venimos utilizando es el dinero. De esta forma el dinero nos
permite reclamar una parte del trabajo social de otros que producen para el
mercado donde todos nos abastecemos. Con el surgimiento de los bancos y la
posterior especulación financiera, además, se ha conseguido ir más allá, el
dinero se ha convertido en meros apuntes contables y su rápido manejo
especulativo se ha mostrado como la mejor manera de apropiarse, sin esfuerzo,
del trabajo de los demás.
Este dinero cada vez más virtual ha adquirido tal
importancia que se ha convertido en una mercancía estrella que se compra y
vende infinitas veces dependiendo de la fluctuación de su valor y permitiendo
un mundo creciente de especulación y avaricia cada vez más voluminoso que crece,
además, como un verdadero cáncer maligno, desordenadamente. Ya que el dinero
ficticio aparece por arte de magia sin que suponga ninguna relación real con la circulación de bienes y servicios.
Podemos preguntarnos entonces “qué demonios es
realmente el dinero que utilizamos (¡en particular cuando leemos que la Reserva
Federal acaba de crear otro billón de dólares sacándoselos del sombrero!)[1]”.
Cuando leemos que “el comercio de derivados ha alcanzado los 2.300.000.000.000
de dólares por día, 700 billones de dólares anuales, que el comercio de divisas
comercia más de cinco billones diarios y sabiendo que el PIB mundial se calcula
en 70 billones”, todo ello, según información fiable dada por el Banco de Pagos
Internacional. No me cabe duda de que con estos datos de locura, lo más normal
es que pensemos en que estamos al borde de la explosión de una nueva burbuja y
nunca en que no hay dinero suficiente, ya que como se ve el dinero que corre
por este mundo aparece cuando se quiere y es muy superior al que debiera existir
si sólo representase a la economía real.
Es la institución del crédito la que ha dado la
posibilidad de crear dinero de la nada y este se debe considerar el meollo del
asunto. La aparición del crédito da la posibilidad a los bancos y a los
individuos de generar dinero, posibilidad que antiguamente tenían como
exclusiva los Estados. A través del crédito aquellos que se apropian de él
imponen mochilas, a veces pesadas e inmensas, de intereses que pagarán aquellos
que no logran mantenerlo en sus bolsillos o nunca lo han tenido y tienen
necesidad del mismo. De esta forma y mediante los intereses que tienen que
abonar, los más pobres, sean países o personas, además de poseer menos riqueza
dineraria, tendrán que pagar más por conseguir los mismos bienes y servicios
que lo que pagan aquellos que lo tienen e incluso hacen dinero con dinero. En
fin diremos que más rescate, más hipoteca sólo supone un mayor desembolso
dinerario para alcanzar bienes y servicios que otros disfrutan con menos.
Es verdad que no hay un sentido de la vida único y
general para todos. Cada uno debe hallar su sentido haciendo de su vida una
obra de arte que le satisfaga y llene su errar por este mundo. No obstante, si
preguntáramos sobre el sentido que quieren dar a sus vidas a los habitantes de
nuestro planeta, una gran parte de la población mundial manifestaría que buscar
la felicidad y el buen vivir son opciones prioritarias. Si
bien los conceptos de felicidad y buen vivir pueden tener también distintos
significados según quien los busque, es difícil alcanzar cualquier propósito
individual si no nos apoyamos en la sociedad en la que vivimos. El hombre es un
ser social.
Por ello la consecución de estos objetivos vitales
debe tener una herramienta que proporcione la medida de nuestros avances y el
nivel de consecución de los mismos. Y en la aplicación de esta medida creo que
nuestras sociedades están fallando estrepitosamente. El capitalismo ha
generalizado la medición de nuestras vidas a través del dinero. Y al ser el
dinero la medida de todas las cosas se nos impone un tipo de visión que empaña
un mundo de posibilidades de mejora en nuestra sociedad y, sin embargo, nos
hace participar en una competición adquisitiva que saca la felicidad del
distanciamiento entre unos y otros favoreciendo la desigualdad reinante que
sigue creciendo como una bola de nieve.
Así por mor
de esta competición somos capaces de olvidar a nuestros congéneres. ¡Lo
importante es ganar! No somos o no queremos ser conscientes de los destrozos
que se provocan en nuestro mundo por nuestros actos. Por ejemplo aquellos que
se producen en los países pobres y entre la gente con pocos recursos: “Los
aumentos repentinos de los precios pueden no ser tan preocupantes en los países
desarrollados donde la comida equivale a un 10 al 15 por ciento del coste de
vida; pero en los lugares dependientes de las importaciones donde gran parte de
la población destina entre el 70 y el 80 por ciento de sus ingresos a la compra
de alimentos, esto pueden representar un desastre nacional[2]”.
Estas situaciones incrementan los desplazamientos de miles de personas con el
objeto de sobrevivir con resultados que se publican a diario y da lugar a
grandes disturbios en multitud de naciones muy diferentes de todo el mundo.
El dinero ha robado el alma al mundo, a Europa y a
sus ciudadanos. Los negocios dominan y regulan a los gobiernos. Los gobiernos
no cumplen con la tarea de amparar a todos los que están bajo su amparo. En las
sociedades antiguas sin embargo la economía no desbordaba el ámbito social y
solamente si la sociedad tenía problemas el individuo quedaba desamparado.
Polanyi escribió: “El individuo no está en peligro de pasar hambre a menos que
la sociedad en su conjunto esté en una situación similar[3]”.
Ahora las cosas han cambiado.
Ahora el uso acelerado del dinero real, contable o
prestado son armas verdaderamente peligrosas para una gran parte de la
humanidad. Demostrado queda que “Si
alguien puede hacer circular su capital más rápidamente que otro, entonces
disfrutará de cierta ventaja competitiva. Existe, por lo tanto, una
considerable presión competitiva por acelerar el tiempo de rotación de capital[4]”.
Y no cabe duda de que la rotación acelerada del capital se pueda hacer más
fácilmente por los bancos que por los pobres que tienen menos posibilidades. Y
así mientras la rueda del capitalismo gira en un contexto de liberación
económica, de multiplicación ficticia del dinero y de especulación financiera,
los ricos se harán más ricos y los pobres tendrán que luchar por su supervivencia.
Aunque todos seremos pobres, principalmente en alcanzar nuestros fines vitales.
[1] Harvey, David (2014:21). Diecisiete contradicciones y el fin del
capitalismo. Editorial IAEN, Quito.
[2] George, Susan (2015:42). Los usurpadores. Icaria
Editorial, S.A.
[3] Polanyi, Karl. Nuestra obsoleta mentalidad de mercado.
[4] Harvey, David (2014:84). Diecisiete contradicciones y
el fin del capitalismo. Editorial IAEN,
Quito.
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