Vivimos momentos convulsos, de confusión y
enfrentamiento. Los mensajes enviados por los emisores se convierten en códigos
que son descifrados e interpretados de acuerdo a los objetivos e intereses de
los receptores, el mensaje es una pelota que devolver, una excusa para
contraatacar y no para entender al emisor. Las ideas se alejan de la realidad
para convertirse en dardos que pretenden dejar malparado a aquel que piensa
diferente: me parece que los pobres tienen derecho a comer, ¡populista! ¡Comunista!
¡Intelectual de pacotilla!; creo que las personas deben estar por encima de la
deuda: ¡vas a hundir la nación! ¡Eres de extrema izquierda!; el no de Grecia es
una buena noticia para la democracia y para Europa: ¡hay que pagar la deuda!
¡Los pobres de las demás naciones menos afortunadas de Europa también la pagan!;
hablamos de los griegos no de los bancos y ni siquiera de Grecia: ¡demagogo!
Un paseo por las redes sociales nos deja claro las
diferencias de pensamiento entre las distintas personas, personas que aunque
conviven en un mundo cada vez más globalizado, sin embargo, quieren encontrarse
y se encuentran en mundos muy diferentes
o al menos sus ideas y hechos así lo demuestran. Estigmatizar y menospreciar al
otro se ha convertido en un estímulo ampliamente utilizado en nuestras vidas. A
veces se llega, incluso, al ridículo cuando los más tozudos comunicadores
siembran cizaña criticando en los demás que no posean aquello de lo que carecen
absolutamente ellos y aquellos a los que representan. ¡Vamos lo de la paja en
el ojo ajeno y la viga en el nuestro!
¿Tan difícil es construir un mundo en el que todos
podamos vivir mejor? ¿Es una imposibilidad populista que va en contra de toda
lógica y de todo orden económico? ¿El capitalismo apellidado neoliberal es el
mejor de los mundos? ¿No hay alternativa? Si no estoy engañado parece, no
obstante, que hay suficiente evidencia para demostrar que tras el pacto habido
después de la Segunda Guerra Mundial, pacto que dio lugar al nacimiento de los
Estados del Bienestar, uno de los mejores inventos del siglo XX, al que
desgraciadamente nuestro país tuvo una acceso tardío e insuficiente, el
crecimiento de los países desarrollados ascendió, en los años llamados treinta
gloriosos, más que en los años posteriores en los que se instauró el
neoliberalismo a finales de los años 70 principios de los 80 del anterior
siglo.
El conflicto sociológicamente se entiende como un
instrumento positivo que nos ayuda a descubrir puntos de encuentro escondidos y
mejoras útiles e inadvertidas. La confrontación verbal a la que estamos
acostumbrándonos, sin embargo, sólo sirve para destruir y ganar al oponente, al
adversario, al otro. Es verdad que en un mundo competitivo en el que el que “más
chifle, capador”, la confrontación no puede evitarse y la agresividad hacia los
demás y hacia uno mismo es y será la moneda común. La posesión de dinero y
riquezas mide el éxito en la contienda, el poder social alcanzado y decide lo
que está bien y lo que está mal. Decide en definitiva la sociedad que debemos
tener aun en contra del criterio de la mayoría de sus miembros. Pero nada se
puede construir los unos contra los otros aunque las guerras han dado, eso sí,
pingües beneficios para algunos.
La duda de que vivimos en un mundo desigual
desgraciadamente ya no existe, se constata a diario. Las evidencias son
sangrantes. Este contexto de desigualdad marca realmente en una gran proporción
las ideas que defendemos, aunque tampoco quepa duda de que también abunden las
rarezas en un mundo enloquecido, materialista y cambiante al que cuesta
adaptarse, sobre todo a los mayores. Y es el largo transcurrir de la historia
el que podría aclarar la inconsistencia de muchas realidades de hoy: ¿cómo los
ricos se hicieron ricos? ¿Cómo los países desarrollados alcanzaron su riqueza y
con qué políticas la han conservado? ¿Cómo los organismos internacionales
practican el fariseísmo siempre a la orden de los imperios, obligando a
políticas de austeridad que no ayudan a los países y personas que necesitan
ayuda y sí mantiene el statu quo existente
y beneficioso siempre para los de arriba?
Vivimos en un mundo desigual que origina mundos
paralelos de difícil encuentro. Hay, incluso, quién no quiere que se encuentren
salvo para la explotación y extracción de aquellos bienes necesarios para la
vida y los lujos que se suben del inframundo al supramundo. Así en el mundo de
arriba se vive con total placidez, con todo el lujo posible, inventando
placeres sin descanso, y sin que falte de nada, ¡para ello marcan las reglas y
esto requiere mucho esfuerzo! y, en el mundo de abajo, se acatan las normas de
los de arriba y se les ayuda a disfrutar de su placidez dejándose, en muchos
casos, la piel en ello.
Estos mundos no pueden dialogar en plano de
igualdad, empleando la misma lógica y llamando a las cosas por el mismo nombre.
El encuentro de los mundos daría lugar a una explosión nunca vista, a una revolución
por la humanidad y por la nave en la que vivimos. Pero no hay más ciego que el
que no quiere ver y nada es más difícil de ver que aquello en lo que no hemos
pensado ni por asomo: ¡viva la desigualdad, el egoísmo y la avaricia, ya que
son el motor del desarrollo y la libertad de las personas!
Decía Paul Eluard que “hay más mundos pero están en
este” y no cabe duda de que esto sea así al observarse las tremendas
diferencias existentes en un momento en el que aunque los medios de
comunicación están en su momento más álgido y, sin embargo, la incomunicación
es cada día mayor. También se ha dicho que la comprensión es amor y hoy no
buscamos la comprensión ni para sumar votos, ya que va mejor conseguirlos con el
engaño y el miedo. Seguimos así viviendo como en tiempos pretéritos, las
religiones siguen estando enfrentadas, los países están divididos y mantienen
una oposición de objetivos, las empresas practican el darwinismo social
destruyendo a los competidores y sacando beneficios de los enfrentamientos, las
personas compiten, eso sí con desigualdad de oportunidades, como entes aislados
excluyentes y, poco a poco, entre todos vamos encaminando nuestro planeta hacia
un destino incierto y no buscado.
La distancia entre los ricos y pobres contribuye a
la expansión de estos mundos; en nuestro país medida en renta o ingresos la
distancia ha aumentado cerca del 19% entre el 2002 y 2011 y en este mismo
período, en relación a la riqueza o el patrimonio ha crecido en un 60,4 %[1].
No puedo por menos concluir que la desigualdad origina, sin duda, mundos que no
pueden comunicarse sino es con un diálogo de besugos, un diálogo en distintos
planos sin encuentros y puntos comunes. Diálogo que intentará mantener la
situación tal como está, impidiendo su reunión hasta que la tensión sea
inaguantable o se aprenda a conciliar las diferencias existentes en soluciones
para todos.
[1] Alternativas económicas, núm. 25, mayo 2015: Más
desigualdad en riqueza, Carlos Pereira y Walter Actis.
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