Nos dejamos llevar por la corriente de los números. Vivimos
animados o desangelados por los tantos por ciento. La política se hace a base
de subidas y bajadas en los índices. Sin darnos cuenta los porcentajes nos
atrapan, manipulan nuestra realidad y orientan nuestras intenciones como lo
hace el efecto Pigmalión, como lo consiguen las profecías auto-cumplidas. Pero
los porcentajes ofrecen también la posibilidad a los manipuladores de hacernos
ver lo que interesa que veamos, sólo con manejar distintas cifras en el
dividendo y en el divisor, ocultando o empañando la sorda realidad.
Se utilizan las estadísticas y los ratios para
fomentar la intención de voto. Así, si el Partido Popular incrementa sus
expectativas de voto en un 3 % parece que la situación ha dado un cambio y la
realidad social se ha modificado volcándose a favor del partido en cuestión. Si
el Producto Interior Bruto (PIB) se ha incrementado en 0,1 % en el último mes, interesa
que se piense que la economía ha salido de la crisis y marcha en la buena
dirección, cubriendo con niebla la cruda realidad que representa. Si el paro
juvenil ya no sobrepasa el 60 %, las cosas están dando un giro, no importa que
los jóvenes se estén marchando y estemos perdiendo los esfuerzos educativos hechos
por la sociedad, lo importante es que baja el dato. Nuestra mente es adicta a
los promedios y se engancha a los incrementos o decrementos porcentuales, valorándolos
de forma absoluta como mejoras o empeoras y olvidando que no son más que herramientas
que sólo configuran un mapa representativo de la realidad pero no son la
realidad misma.
Detrás de los porcentajes se combinan según interese
los números, pero detrás de estos números, especialmente en el caso de la
política económica, se deben ver los rostros de las personas representadas. Si
en España se desalojaron a 95 familias por día en el año 2014, por mucho que el
porcentaje esté disminuyendo con relación al año anterior y, por tanto, el
número de personas desalojadas sea inferior, hay que ver ahí un grave problema
político que se tiene que resolver lo más urgentemente posible. Ya que el
sufrimiento y las condiciones de vida de las personas afectadas difícilmente
caben en un ratio, en una tasa. Pero estamos inmersos en el mantra del neoliberalismo, en el que cada uno va a
lo suyo y la competitividad extrema
es la norma. Con sus reglas lo que sí está claro es que la desigualdad se hará
norma y el sufrimiento se incrementará
sin remedio.
Cuando se dice que la población española que vive
bajo el umbral de la pobreza ha pasado en una año del 20,4 al 22,2 %, no
podemos quedarnos en el incremento de un 1,8 % de pobreza. Ya que el gobierno
tiene otro grave problema que resolver. Problema que tampoco puede aguantar
demora. La espera a que den nuestras políticas resultados a largo plazo, no es
la solución para aquellos que se van a quedar en el camino o que como
consecuencia de su pobreza nunca van a tener las mimas oportunidades vitales. Ya
Keynes dijo gráficamente en este contexto que a largo plazo todos muertos.
La solución no es sólo el crecimiento (¿crecimiento
de qué y para qué?) si la porción de pastel generado va a parar a la boca de
los que más tienen aunque no tengan ganas de comer. El reparto más igualitario
e inclusivo de la renta generada es una obligación social y del partido que
gobierna. No obstante, el Comité Europeo de Derechos Sociales informa y avisa
de que el salario mínimo de España no garantiza un nivel de vida digno. Y no
hacemos caso alguno ya que vamos por el buen camino, estamos saliendo de la
crisis y vamos viento en popa en las primeras posiciones de los países europeos,
en un rally que persigue una meta engañosa. Sin embargo, para llegar a esta
meta, para que la tarta siempre recaiga en los que más tienen y se aprovechen
mejor las cualidades competitivas de las empresas, 41 millones de horas
realizadas por los trabajadores no han sido pagadas en el primer trimestre del
año 2015. ¡Así se hace empresa y mejoramos la sociedad!
No se puede hablar de que el porcentaje de parados
disminuye y que los empleos se incrementan cuando se oculta que dentro de la
estadística se están contando los contratos de horas o días. Así se nos informa
oficialmente que el 25% de los contratos que se firman en nuestra España dura
una semana o menos, por lo que estamos hablando de precariedad, de inseguridad,
de vida a trompicones y sin futuro. Hablamos de que muchos ciudadanos tienen
ganas de trabajar y lo demuestran trabajando con contratos basura, en muchos
casos abusivos en tiempo y vergonzosos en salario, pero, estos ciudadanos y sus
familias, no pueden planificar una vida digna. No somos capaces de pensar que
si se necesita que el trabajador sea flexible, en este capitalismo a ultranza,
para que las empresas tengan sus beneficios, los responsables políticos tienen la
obligación de idear un estatuto de derechos para no dejarles hundir en la
miseria, tienen que garantizarles que sigan siendo ciudadanos con plenos
derechos y garantías y no rebajar su calidad de ciudadanos y su dignidad.
Las bolsas y
las primas de riesgo dominan los análisis sociales por encima de la vida de las
personas, siendo la gran preocupación de muchos dirigentes. Da igual que tengan
que ver o no con la economía real, o la cobertura de las necesidades de la
población, o sólo tengan que ver con una producción crematística que supone
poco más que la disminución del aburrimiento de la clase pudiente. El trabajo, claramente,
tiene que ver con la utilidad social. Y actualmente existen muchos empleos que
no son socialmente útiles, y actividades que no son empleo pero que son muy
útiles para la sociedad. Sin embargo, tristemente, hay quien piensa que los que
no tienen trabajo se pueden dar con un canto en los dientes con esta mejora
económica y mejor es algo que nada por lo que deben coger cualquier trabajo por
muy indecente y esclavizado que sea. ¡El sólo hecho de tener trabajo ya da la
felicidad y nos debe hacer olvidar de nuestras aflicciones! ¡A vivir que son
dos días!
Es discutible el aserto de Rifkin asegurando que la
empatía está creciendo en nuestro mundo. Creo, por el contrario, que algo tiene
que estar pasando con el gen competitivo de las personas, ya que les hace
olvidar que la competitividad, fetiche de un mundo organizado según el libre
mercado, debe servir para que los vicios privados se conviertan en virtudes
públicas, como así predican sus defensores. Aunque temo que estos vicios nos puedan traer
duras consecuencias, “Diversos estudios de psicología (por ejemplo Kraus, Côte
y Kelter, 2010) han descubierto que los ricos [vencedores de la carrera social]
tienen menos empatía y compasión que los demás. Y si hay poca movilidad social,
la gene tiende a racionalizar su falta de empatía[1]”.
¿Será el sistema que tenemos lo que nos hace más ruines?
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