Nuestro
Presidente y sus voceros defienden la centralidad política y nos asustan con la
izquierda radical, haciendo oídos sordos y oponiéndose al clamor social que
solicita cambio y un giro de dirección en sus políticas, demostrando, por
tanto, estar fuera de la realidad española. Y la realidad es que estamos en un
mundo polarizado, en un mundo dual en el
que más acentuado que el eje izquierda y derecha, hay arriba y abajo, en el que
unos pocos viven por encima de las posibilidades de una mayoría que se acumula
en el subsuelo de la sociedad sintiéndose cada vez más miembros de una sola
clase. La imagen gráfica que describe este contexto social es un decantador o
una botella con cuello largo y base aplanada y abultada. Así la centralidad ya
no está en el centro del espectro izquierda-derecha sino en el gran grupo
social que ha ido cayendo y se encuentra más abajo cada día, habiendo perdido
derechos de ciudadanía, recursos y posibilidades de una vida digna.
Nos decía Antonio Machado que “es el mejor de los buenos quien sabe que en
esta vida todo es cuestión de medida, un poco más, algo menos”. Esta sí es una
centralidad correcta y sin aviesas intenciones, en la que lo que se pretende es
madurar la decisión adecuada y conveniente. Pero la centralidad solicitada por
nuestro Presidente sólo pretende la acumulación estadística en la normalidad de
la curva de Gauss, la estandarización de la población para su mayor
manipulación. El rebaño entra más fácil en el redil si no hay elementos
díscolos que lo perturben y espanten. Sin
embargo la tensión entre las élites y el precariado, exacerbada con el
hundimiento de la clase media, supone un espectro social dual que se posiciona
en los extremos y cada vez está menos representado en el centro. Pero, ¿cómo se
conjuga esto con la centralidad política que se pide? La respuesta debemos
buscarla en la generación de miedo y la obnubilación del pensamiento que hacen
ciudadanos dóciles e incluso fundamentalistas en su integración social a un
grupo.
No deberíamos olvidar
la historia, para no tropezar continuamente en la misma piedra. Hay que
aprender de experiencias anteriores y tener en cuenta pensamientos y análisis que
fueron acertados en su día para similares situaciones. Así Hermann Hesse en el
periodo de entreguerras sintomáticamente definía al burgués como “una persona que
trata siempre de colocarse en el centro, entre los extremos, en una zona
templada y agradable, sin violentas tempestades ni tormentas. Consiguientemente,
es por naturaleza una criatura de débil impulso vital, miedoso, temiendo la
entrega de sí mismo, fácil de gobernar. Por eso ha sustituido el poder por el
régimen de mayorías, la fuerza por la ley y la responsabilidad por el sistema
de votación. Es evidente que este ser débil y asustadizo, aun existiendo en
cantidad tan considerable no puede sostenerse solo y en función de sus
cualidades no podría representar en el mundo otro papel que el de rebaño de corderos
entre lobos errantes…” Esta naturaleza en la que hemos ido cayendo gracias a nuestra indolencia
hace que aquellos que están menos preocupados por las cuestiones políticas, por
la corrupción, por la representatividad de los partidos, tienden a ser votantes
conservadores de las mismas opciones políticas, opciones que nos han llevado a
la situación crítica actual.
En estos momentos
como en aquellos períodos de entreguerras, vivimos en un mundo muy desigual. Y
la tendencia no para de aumentar. Los extremos tensionan y adelgazan a la parte
media de la sociedad. Por arriba un pequeño grupo hace alarde de su poder y por
abajo se amontona un cada vez mayor grupo de excluidos que van perdiendo poco a
poco sus derechos. Así, según el último informe de la OCDE España es el tercer
país más desigual de Europa y esta desigualdad en el reparto de la renta
frenará la recuperación económica. Parece que ahora sólo hay centro derecha,
centro-centro y centro izquierda, todo lo demás son extremos peligrosos, aunque
el pelotón central caiga muy abajo cerca del extremo pobre. En este contexto es
difícil compatibilizar la lucha por el voto de centro con la tremenda
desigualdad y pobreza a la que está llevando el sistema político imperante. Por
eso la única solución es alentar la política del miedo y no permitir que las
personas opten a la libertad de pensamiento. Por ello la única educación que
interesa es la de formar para trabajar aunque el trabajo sea más incierto y
esclavizado.
El premio nobel de economía
del año 2013 Robert J. Shiller decía recientemente en la conferencia
anual de Amundi, celebrada en París, que en este mundo “Las desigualdades
podrían llegar a ser terribles en las próximas décadas. Si esta tendencia
continúa, será necesario imponer un impuesto del 75% a los ricos. La tecnología y los
ordenadores están quedándose con muchos puestos de trabajo. Algunas personas
consideran que no nos deberíamos preocupar por esto. Yo creo que sí[1]”.
También creo que hay que preocuparse, que las personas tienen un límite y
que el experimento que, como bien dice Susan George, se está llevando a cabo
con el pueblo español para comprobar su resistencia como si un material de
laboratorio fuera, no puede durar mucho. Los ciudadanos no pueden tratarse como
pura mercancía cuya única validez y cometido sea la producción y la realización
de servicios mercantilizados. Con esos cometidos no creo que puedan centrarse
por mucho y la anomia o la locura pronto se harán con su alma. No es de
extrañar que el número de suicidios en nuestro País y en otros con las mismas
políticas siga en alza año tras año.
Habrá que poner medidas y soluciones pronto. No se puede ir echando en el
pelotón de los excluidos a una persona tras de otra. No se puede ir engrosando
el mundo del precariado. Si no somos capaces de crear más puestos de trabajo en
un mundo cuya única obsesión es buscar el beneficio de cualquier manera. En un
mundo globalizado en el que, además, los salarios están perdiendo importancia,
no sólo con respecto a los beneficios empresariales sino, sobre todo, con
respecto a las rentas derivadas del capital financiero que siguen
incrementándose exponencialmente. Debemos ser creativos e imaginar un mundo
incluyente en el que hagamos crecer la empatía y la compasión.
En consecuencia, la búsqueda de la centralidad se ha basado en mensajes transversales.
Los partidos políticos realizan encaje de bolillos sustentado en el marketing
social que pretende la conformidad y apatía de la gente, haciéndoles sentir en
el centro confortable débil y asustadizo, aun manteniendo situaciones injustas
y dolorosas. Esta transversalidad perseguida y que cuando no ha sido aceptada
se ha tildado de radicalidad, no permite hacer frente a la situación en la que
estamos, situación que no puede ser conformista sino que ha de buscar las
raíces y los fundamentos de los problemas sociales, esa sí es la radicalidad. No
podemos ser ciegos a la realidad. La sociedad puede estar pasando por algo más que una crisis cíclica del capitalismo, podemos estar
llegando a un verdadero colapso del sistema y debemos estar preparados para que
no nos pille cambiados de paso y sucumbir en el intento por haber dado un paso
más ante el precipicio.
[1] En la cuenta de Twitter de (@Amundi_ENG), la gestora fue dando a conocer
las opiniones más relevantes de Shiller.
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