Martín Luther King decía que la solución de la
pobreza es abolirla directamente e indicaba que la medida para lograrlo sería
la renta garantizada “Habrá un montón de cambios psicológicos positivos que
resultarán de una seguridad económica generalizada. La dignidad del individuo
florecerá cuando las decisiones que afectan a su vida estén en sus propias
manos, cuando tenga la seguridad de que sus ingresos son estables y ciertos, y
cuando sepa que tiene los medios para su autodesarrollo[1]”.
Abraham Maslow gran investigador social se hizo
famoso por su pirámide de las necesidades y ya nos decía que sin cubrirse las
necesidades básicas no es posible el desarrollo
del ser humano. Maslow identificó cinco niveles distintos de
necesidades, dispuestos en una jerarquía piramidal, en la que las necesidades
básicas o "instintivas" se encuentran debajo y las superiores o
"racionales" arriba. Dicha jerarquía piramidal intenta expresar la
idea de que las necesidades básicas resultan perentorias respecto de las
superiores, que no constituirían auténticos elementos motivadores mientras las
inferiores se mantengan insatisfechas. A su vez, según el enfoque de Maslow,
cuando un tipo de necesidad queda satisfecha deja de motivar el comportamiento
respecto de ese nivel, liberando energía para que la persona se dedique a la
resolución de una instancia superior de necesidades respecto de la satisfecha.
Por consiguiente, si la persona viera amenazada la satisfacción de un nivel
inferior, se dedicaría prioritariamente a éste, postergando la superior.
El título de ciudadano obliga al Estado a remover
todos los obstáculos para garantizar su dignidad y desarrollo como persona. Sin
embargo, el Estado neoliberal ha optado
por el arréglate como puedas y
por reducir servicios públicos con el único objeto de mejorar los beneficios
privados y la acumulación de riqueza, ha concedido a la empresa privada la provisión pública de servicios, y “ha
facilitado así las bajadas de impuestos y los subsidios para intereses
selectos, a lo que ha ayudado apelar a la buena voluntad de la gente para
llenar el vacío a base de caridad[2]”.
Cuando, es de necesidad, que el propio Estado debe implantar “un sistema global
de protección social, que debería basarse en la compasión, la solidaridad y la
empatía más que en la pretensión de controlar y penalizar a los más
desfavorecidos[3]”. La Renta Básica
Universal es una herramienta que permite de una forma sencilla otorgar los
requisitos mínimos a cada ciudadano para que puedan desarrollar su libertad y autonomía.
Sin un derecho como la Renta Básica que ofrece unos mínimos de salida, crecerá
sin duda la inseguridad, el endeudamiento y la desigualdad y su existencia, por
tanto, se demuestra imprescindible para ejercer los demás derechos.
Nos dice Carlos Rodríguez Braun en el prólogo del
libro Contra la Renta Básica de Juan Ramón Rallo que “Lo básico no es la renta.
Lo básico es la libertad”. ¿Quién niega la importancia de la libertad en el
desarrollo del individuo? Pero la libertad en una comunidad no se consigue en
una lucha individual y encarnizada de todos contra todos ya que el resultado
termina siendo el contrario del buscado. Se consigue salvando las necesidades
básicas del individuo, las necesidades fisiológicas y de seguridad, para que así
pueda descubrir otros motivos que le permitan su crecimiento y su vida en
armonía con sus semejantes. La libertad es un concepto muchas veces etéreo y
boomerang. La RBU, sin embargo, es una herramienta clara y fácil de
administrar, aunque requiere la construcción de un ethos basado en los grandes valores de la compasión y la empatía.
Escribe Juan Ramón Rallo en el libro mencionado que
“Lo que rechazamos, pues, no es tanto la redistribución de la renta per se cuanto la redistribución coactiva de la misma”. La propiedad, se
afirma, es sagrada, pero no hay que investigar mucho para darnos cuenta de que
el reparto actual de la riqueza no está basado en los méritos de los
poseedores, por contra, en muchos casos ha supuesto la acumulación coactiva de
los poderosos extrayéndola de los derechos de los demás.
La RBU imagina un mundo más allá del empleo
retribuido y ensalza precisamente la libertad de todos. Por ello “Afirmar que
la gente tiene el deber de trabajar implica que tiene la obligación de dedicar
su tiempo a servir a los intereses de los demás[4]”,
lo que no supone ninguna libertad. Y siempre son “Los pobres [los que] tienen
el deber de trabajar para justificar que los ricos les proporcionen un
sustento, de beneficencia[5]”.
El trabajo puede ser necesario, para el crecimiento económico o por cualquier
otra razón. Pero no debería ser un deber. [...] la coacción es divisiva y
socava el compromiso con el trabajo, forzando a la gente a hacer un trabajo que
no desea hacer y puede que no tenga interés en hacer[6]”.
El capitalismo está lleno de contradicciones y lo
que sí ha demostrado es que facilita la desigualdad en la riqueza, en el
reparto de la renta y en las oportunidades para competir en régimen de
igualdad. Además, tiene la grave tendencia de eliminar puestos de trabajo allí
en donde ve la menor posibilidad. Así David Harvey nos llega a decir “No se
puede excluir por completo la posibilidad de que el capital pudiera sobrevivir
a todas [sus] contradicciones […] pagando un cierto precio. Lo podría hacer,
por ejemplo, mediante una élite oligárquica capitalista que dirigiera la
eliminación genocida de gran parte de la población sobrante y desechable, al
mismo tiempo que esclavizara al resto y construyera unos entornos artificiales
cerrados para protegerse contra los estragos de una naturaleza externa que se
hubiera vuelto tóxica, inhóspita y devastadoramente salvaje[7]”.
Es verdad que estas
palabras nos pueden parecer duras pero sólo hay que mirar con intención de ver
para darnos cuenta que la imagen presentada por Harvey ya la estamos viviendo
en este mundo globalizado en el que la economía y el interés comercial mandan. “Estamos
atrapados en un planeta que pensábamos ilimitado, al que seguimos sin reparar
las costuras abiertas del hambre, la desigualdad, la contaminación y el
deterioro ambiental, las guerras y la explotación sin piedad de personas y
recursos. La inercia de instituciones y poderes que hemos puesto en marcha,
espoleadas por el espíritu competitivo y la codicia nos acerca peligrosamente
al límite[8]”.
[2] Ibídem pág. 359
[3] Ibídem pág. 323
[4] Ibídem pág. 259
[5] Ibídem pág. 256
[6] Ibídem pág. 269
[7] Harvey, David (2014:257). Diecisiete contradicciones y
el fin del capitalismo. Editorial IAEN,
Quito.
[8] Alegre, Joaco. Economía
colaborativa: un salto cuántico. Economistas Frente a la Crisis. 4 junio de
2015.
[9] Harvey, David (2014:263). Diecisiete contradicciones y
el fin del capitalismo. Editorial IAEN,
Quito.
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