¿Por
qué es un problema la desigualdad?
No son pocos los que consideran que la desigualdad no
supone ningún problema. Todo lo contrario facilitar el beneficio de las
empresas se considera que fomenta la inversión, la creación de nuevas empresas
y en consecuencia incentiva el crecimiento económico tan necesario en estos tiempos.
Además, teniendo en cuenta que en los países con desigualdad notable, ahora
Estados Unidos y España son modélicos en ella, hasta los menos afortunados
tienen una situación que para sí quisieran los habitantes de los países menos
desarrollados, más pobres, consideran que la desigualdad no es, por tanto, tan
trascendente. Otros economistas más heterodoxos, sin embargo, haciendo un
esfuerzo, creo yo, de mayor realismo piensan que hay suficiente evidencia
científica para advertir en la desigualdad muchas razones que la caracterizan
como un verdadero problema para nuestras sociedades.
La más evidente de estas razones es que la desigualdad es injusta. Muchas constituciones y entre ellas la nuestra propugnan
los valores de libertad e igualdad y en este sentido nuestra carta magna es
clara: “Corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la
libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean
reales y efectivas...”; igualmente nuestra Constitución defiende el valor de la
dignidad y así se puede leer: “La dignidad de la persona, los derechos
inviolables que les son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad...”
También hay pruebas convincentes de que la desigualdad es socialmente
corrosiva. En su magnífico libro The Spirit Level,
Richard Wilkinson y Kate Pickett explican que las sociedades desiguales sufren
índices más elevados de criminalidad violenta, población reclusa, obesidad,
mortalidad infantil, enfermedad mental y alcoholismo, menor esperanza de vida,
menor éxito escolar y niveles inferiores de confianza. Parece que no tienen
duda y concluyen que la desigualdad es
mala para todos y en consecuencia: “Los problemas en los países ricos no tienen
que ver con el hecho de que la sociedad no sea lo suficientemente rica (¡ni
siquiera con que sea demasiado rica!), sino con una excesiva diferencia
material entre los integrantes de una misma sociedad”[1].
Por
otra parte, la desigualdad excesiva y la movilidad de clase decreciente
también son ineficaces. Las barreras a la movilidad impiden que los pobres
con talento desarrollen todo su potencial. Evidentemente, esto constituye una
pérdida para esas personas; pero también para los demás, que nos
beneficiaríamos de la mejora en su productividad. Por otra parte, las
extraordinarias ganancias de los situados en la cumbre de la pirámide también suponen
un desperdicio de recursos. Algunos economistas, y muchos panegiristas de
las grandes empresas, han señalado que los asombrosos salarios que perciben los
directivos son un incentivo eficaz y necesario para conservar talentos
infrecuentes. Sin embargo, se ha demostrado que el hecho de que los
estadounidenses que más ganan obtengan mucho más que sus colegas de otros
países, y mucho más que los estadounidenses que más ganaban hace una
generación, arroja dudas considerables sobre esta línea argumentativa. Un
estudio de Elson y Ferrere del año 2012 defiende vigorosamente esta última
posición[2].
En su opinión, los honorarios que perciben los que más ganan no suelen reflejar
un talento extraordinario, como el día a día nos demuestra con mucha
insistencia, ni tampoco esos salarios desmesurados son necesarios para conservar
este talento. En gran medida, los directivos de grandes empresas con
honorarios abultados son menos valiosos y se mueven menos de lo que a ellos les
gustaría hacernos creer. Además, las excesivas retribuciones que perciben los
super-ricos desvían recursos para sus lujos inalcanzables de usos más
productivos como la sanidad, la enseñanza, los servicios sociales, las
infraestructuras y las energías alternativas.
Es una constatación evidente que a pesar
de lo que constantemente señalan los economistas centrados en la oferta, los
desorbitados ingresos de los super-ricos -y la contención salarial de los
trabajadores- no han alentado el
crecimiento económico. Entre 1948 y 1973, un periodo en el que la carga
fiscal fue relativamente elevada y el Estado fue incrementando su intervención
en la vida económica, la economía de EE UU disfrutó de un índice medio de
crecimiento anual del 3,9% y las rentas de los ciudadanos situados en los
tramos medio e inferior se duplicaron. Entre 1979 y 2008, la era neoliberal de las bajadas de
impuestos a las grandes empresas y la desregulación, el crecimiento de la
economía no alcanzó el 3% anual. La renta de la familia media sólo creció un
10%. En este sentido un estudio de Thomas Hungerford efectuado para la Oficina de Investigaciones
del Congreso de EE UU llegó a la siguiente conclusión: “la reducción de
los impuestos en los tramos superiores de renta apenas ha guardado relación con
el incremento del ahorro, la inversión o la productividad. Sin embargo, parece
que las rebajas de impuestos a los tramos superiores de ingresos sí han tenido
relación con la creciente concentración de la renta en las escalas
superiores...[3]”
Es evidencia que desgraciadamente se ha visto confirmada reiteradamente. La
economía basada en la teoría del goteo[4]
(economía del lado de la oferta) no funciona.
“La desigualdad económica es además ineficiente, porque
conlleva un reparto de la riqueza que no maximiza la utilidad marginal total
del dinero (que se toma aquí como la forma tipo de riqueza) de la sociedad. La
utilidad marginal de los últimos 1000 dólares que recibe uno de esos 400 billonarios
es muchísimo menor que la utilidad de los 1000 dólares “marginales” que recibe
cada uno de los 30 millones de pobres[5].”
No
son pocos los economistas reconocidos internacionalmente que señalan a la
creciente desigualdad económica como determinante crucial del derrumbe financiero de 2008. Una
generación de consumidores con menores ingresos y a veces insuficientes,
alentados por bancos, gestores de hipotecas, empresas de tarjetas de crédito y
por unos tipos de interés bajos, trataron de mantener su nivel de vida
recurriendo al préstamo. Entre 1975 y 2007 la deuda real de los hogares se
multiplicó por 4,5. Cuando los precios de la vivienda comenzaron a bajar y, más
tarde, cuando se inició el aumento del paro, millones de familias carecían de
flexibilidad financiera para enfrentarse a la situación. Las ejecuciones
hipotecarias y las bancarrotas personales se dispararon, alimentando así el
derrumbe del sistema financiero.
Para
terminar, aunque la lista podía seguir alargándose, la desigualdad económica
significa inevitablemente desigualdad política y pérdida del valor democrático.
Los hermanos Koch, multimillonarios de derechas y propietarios de Koch
Industries, gastaron más de 50 millones de dólares en su proyecto de derrotar
al presidente Obama y a los demócratas. Cuando el candidato republicano Mitt
Romney eligió como candidato a vicepresidente a Paul Ryan, miembro de la Cámara
de Representantes, y su primera tarea fue realizar un viaje a Las Vegas para
rendir pleitesía a Sheldon Adelson, multimillonario dueño de casinos, y a una
reunión de donantes de campaña de derechas. Adelson (muy conocido en nuestros
lares) gastó 70 millones de dólares en apoyar a los candidatos republicanos en
las últimas elecciones de Estados Unidos según The New York Times. Parece que cada vez es más habitual que las leyes las redacten y no sólo en los
países desarrollados, los grupos de presión empresariales. A veces no se deja
de constatar que los políticos son mucho más proclives a votar a favor
de políticas apoyadas por electores situados en los tramos superiores de la
escala de rentas, y, sin embargo, las perspectivas e intereses de los
relativamente pobres prácticamente no influyen en las votaciones de sus representantes.
En su magnífico libro, Winner Take All Politics (Una política en la que
el ganador se lo lleva todo), Jacob S. Hacker y Paul Pierson[6]
describen con detalle y de manera convincente cómo han utilizado los intereses
empresariales estadounidenses su poder económico para conducir la política
económica de EE UU y reestructurar la economía en las últimas décadas.
En resumidas cuentas, la
desigualdad excesiva es injusta, ineficaz, desestabilizadora económicamente,
antidemocrática y socialmente corrosiva[7].” Money talks.
[1] WILKINSON, RICHARD,
Y KATE PICKETT (2009): The Spirit Level: Why Greater Equality Makes
Societies Stronger, Bloomsbury Press, Nueva York.
[2] Elson y Ferrere (2012): «Executive Superstars, Peer
Groups and Over-compensation», IRRC Institute Working Paper.
[3]Hungerford, Thomas L. (2012): «Taxes and
the Economy: An Economic Analysis of the Top Tax Rates Since 1945»,
Congressional Research Service, Washington.
[4] Aquella que considera que los beneficios fiscales u otros beneficios económicos proporcionados por
el gobierno a las empresas y a los ricos beneficiarán a los miembros más pobres
de la sociedad mediante la mejora de la economía en su conjunto. Es decir cuando sube la marea todos los barcos suben.
[5] De Sebastián Carazo, Luis (2002): Un
mundo por hacer. Claves para comprender la globalización. Editorial Trotta.
[6] Hacker, Jacob S. y Pierson, Paul (2010):
Winner Take All Politics: How Washington Made the Rich Richer -and Turned
Its Back on the Middle Class, Simon & Schuster Paperbacks.
[7] Koechlin, Tim
(2012:203-224): Los ricos se hacen más ricos: el neoliberalismo y la
desigualdad galopante en Estados Unidos. Revista de Economía Crítica, núm. 14. Segundo
semestre de 2012.
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