El neoliberalismo está empeñado en no dejarse
desenmascarar por el cambio climático. Sin duda el capitalismo desencadenado en
el que se ha convertido el neoliberalismo, no tiene en cuenta a las personas,
sus derechos, su vida, ya que es el mercado el que tiene la varita mágica con
la que todo se soluciona, y tampoco tiene en cuenta los problemas
medioambientales por la misma razón. El neoliberalismo, en consecuencia, son
las gafas que los poderosos, la élite, emplea para no ver todas aquellas
vilezas y desastres que su egoísmo produce. El neoliberalismo, actualmente, es
el opio del pueblo.
Cuenta Naomi Klein en su último libro Decir no, no basta que “para evitar el
caos climático tenemos que plantar cara a las ideologías capitalistas que han
conquistado el mundo desde la década de 1980…la clase oligárquica no puede
seguir sembrando el caos sin someterse a reglas. Detenerla ya es una cuestión
de supervivencia colectiva de la humanidad.[1]”
Adormecernos en los brazos de una ideología basada en el egoísmo y la insolidaridad
no nos salvará.
Con Naomi Klein podemos preguntarnos “¿Por qué iba
nadie a esforzarse tanto en negar los datos científicos que respaldan el 97 % de los climatólogos, y
cuyos efectos podemos apreciar a nuestro alrededor y que se vuelven a confirmar
en las noticias que consumimos a diario? [...] cuando los conservadores de la
línea dura niegan el cambio climático no sólo están defendiendo las riquezas
–con un valor de billones-- que se ven amenazadas por la acción contra el
cambio climático. También defienden algo que para ellos es más preciado aún:
todo un proyecto ideológico –el neoliberalismo—que sostiene que el mercado
siempre tiene razón, que su regulación siempre es un error, que lo privado es
bueno y lo público es malo, y que lo peor de todo son los impuestos destinados
a sostener servicios públicos.[2]”
El proyecto iniciado en los años 70, está
resultando tan exitoso para ellos que incluso se ha conseguido que los
impuestos los paguen los demás, aquellos que no están en la élite económica y
su poder no se encuentra en la cúspide. Pero aun así, el resto de los mortales,
el 99 % o más pagamos y callamos.
La ceguera, aun con ojos sanos, se está extendiendo
en la sociedad, rememorando el libro premonitorio del escritor portugués José
Saramago. Cuanto más corroe el capitalismo neoliberal a la comunidad, más
parece que la gente vota a favor de esta ideología. Estar con la gente,
defender los derechos humanos, buscar el desarrollo de todos los ciudadanos,
está mal visto y es peligroso. La labor realizada por los ricos y poderosos,
aunque en contra de todos, está dando los resultados que siempre han buscado.
Somos marionetas manejadas con hilos que han usado inteligentemente. Nos roban
y aún creemos que son ellos los que nos salvarán de las crisis que ellos mismos
provocan. No somos conscientes de que “Muchas de las crisis a las que nos
enfrentamos son síntomas de la misma enfermedad subyacente: una lógica basada
en la dominación que trata a muchas personas, e incluso la propia Tierra, como
si fueran desechables.[3]”
Es urgente un cambio de conciencia. No nos vale un
consumismo como fin de nuestras vidas, consumismo que sólo garantiza riquezas a
aquellos que salen victoriosos en la carrera de la vida, gracias en muchas
ocasiones, por no decir en todas, a su egoísmo, avaricia e insolidaridad. Un
mundo mejor es necesario y este no se consigue dejando que los productos
embauquen a las personas dejando “unos beneficios superescandalosos a un
reducidísimo número de habitantes de ese mundo mejor.[4]”
Mientras que una gran parte de la población sufre hambre y malnutrición en un
mundo ahíto de riquezas. Y no se consigue mediante la especulación en todos los
ámbitos, ni mediante un capitalismo financiero que hace del dinero, un medio de
pago, el fin de la economía, destruyendo a la economía real, aquella que tiene
que ver con la cobertura de las necesidades de la población.
Corremos al abismo con los ojos cerrados y todavía
creemos a pies juntillas los cuentos y cuentas que elaboran aquellos que sólo
buscan su propio beneficio y en aras a ello hablan de la libertad, de la propiedad
y de la justicia: la suya por supuesto. Pero sigamos adorando a becerros de
oro, sigamos corriendo sin saber ni dónde vamos ni dónde nos encontramos. Sigamos
ignorando las señales que nos avisan. Sigamos adorando al fetiche del
crecimiento. Sigamos consumiendo como si no hubiera un mañana. Sigamos
destruyendo la tierra. El abismo no está muy lejos.
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