En una sociedad en la que si no se tiene un trabajo remunerado, un empleo, no
se tiene derecho a vivir; a la persona que no tiene empleo se le excluye
socialmente y sus derechos son menores que aquellos que lo tienen, por mucho
que la realidad de su actividad se pueda diferenciar en muy poco o en nada de la
que hacen aquellos que tienen trabajo remunerado. ¿En qué se diferencia el
cuidado de un familiar que no tiene autonomía en casa, a la labor que realiza
un cuidador profesional en una residencia? Pero en el segundo caso está
retribuido y su trabajo está adornado de todos los derechos que ofrece la
normativa laboral (es verdad que últimamente en retroceso) y en el primer caso
no.
El trabajo no remunerado puede ser tan duro o más que
el que se lleva a cabo en un empleo. La labor que realizan, por ejemplo, los
cuidadores no profesionales, es decir, los que no están dentro del mágico
mercado, tiene sólo como recompensa el sentimiento de estar ayudando a mejorar
la calidad de vida de sus familiares, pero, también trae aparejado un gran
desgaste. Así el 61% de estos cuidadores manifiestan que necesitan algún tipo
de atención médica o asistencia psicológica debido al estrés y depresión que
acarrea esta labor. El descanso del cuidador en estos casos es más que
necesario para mantener la salud física y sobretodo mental. De esta necesidad
ha surgido una iniciativa que pretende sensibilizar sobre el papel fundamental
que tienen los familiares en la vida de los pacientes a los que cuidan, y que
se ha concretado en un estudio internacional que contó con 3.516 cuidadores no
profesionales de España, Francia, Alemania, Italia, Reino Unido, Estados Unidos
y Australia.
En el estudio se observó que el 43% de los cuidadores
no remunerados pone la salud de su familiar por encima de la suya propia, lo
que trae, manifiestamente, graves consecuencias en la salud del cuidador: el
71% está siempre cansado, mientras que el 61% indica que desde que empezó con
esta labor su salud se ha visto resentida.
En una sociedad que se define mediante el empleo:
trabajo remunerado. No sólo se discrimina a aquellos, que sin empleo, contribuyen
tanto o más a la mejora y mantenimiento de la sociedad, sino que, también, se
excluye a aquellos que no tienen trabajos remunerados, ni esperanzas de
obtenerlo, y a aquellos que teniendo esperanzas se pasan largas temporadas sin
tenerlo. La odisea de burocracia y de indignidad por la que hacemos pasar a
aquellos que han perdido el trabajo, deja diáfano la diferencia entre aquellos
que por suerte, mérito o afiliación, todavía mantienen un trabajo digno; entre
aquellos que tienen un trabajo precario, inseguro y a veces esclavo, y por
último, entre aquellos que están en el escalón más bajo, los que ni siquiera
tienen empleo ni rentas, aunque puedan tener mucho trabajo y pasen la vida
estresados; como es, por desgracia, moneda común entre las mujeres.
En una sociedad en la que las
clases se configuran en relación a las rentas y al trabajo remunerado, hay que tener
en cuenta que no sólo se configuran las clases sino el mismo derecho a la vida.
Hay evidencias científicas que establecen una relación entre el aumento de la
mortalidad por suicidio en hombres en edad laboral y las recesiones económicas.
En estas investigaciones se deduce que el
desempleo está asociado al aumento de mortalidad por suicidio, fundamentalmente
referido al desempleo de larga duración. Se constata, también, que este riesgo
es mayor en los primeros 5 años de quedarse en paro, pero aun así puede llegar
a persistir durante 15 o 16 años después de la pérdida del empleo[1]. Así es doloroso manifestar que los
suicidios por motivos laborales y económicos asociados a las crisis y adobados
con las políticas neoliberales llegan a ser la mortalidad evitable que más ha
crecido.
Cuando hay una correlación
estadística significativa entre las recesiones económicas, el desempleo y los suicidios,
hay que ser muy obtuso o perverso para no querer ver la relación entre quitarse
la vida y la desesperación de estar desempleado y, al no tener ingresos tener
un montón de deudas sin pagar, lo que supone de incertidumbre y pánico por el
futuro más inmediato, no solamente propio, sino de las personas que puedan
depender de ti. Algunos autores apuntan, por estos motivos, que no es el
desempleo propiamente, sino la desesperación asociada a la persistencia del
desempleo lo que lleva a ataques de ansiedad y a la depresión. La duración del
desempleo o los niveles de endeudamiento podrían ser más relevantes que la tasa
de desempleo para explicar las tendencias en las tasas de suicidio. Esta sería
la explicación más evidente del gran aumento en los países más castigados por
la crisis y por los planes de austeridad y recortes en los servicios públicos
de muchos gobiernos[2].
Hay
muchos elementos en la sociedad actual centrada en el empleo remunerado que nos
indican que debemos dar un nuevo giro al contrato social vigente. La magia del
mercado ha demostrado que no resuelve los problemas de todos los ciudadanos.
Como se ha dicho, pensar en esta magia del mercado sí que es una verdadera
utopía incumplible.
[1] Milner, A.,
Page, A. i LaMontagne, A.D. (2013). Long-Term unemployment and suicide: a systematic
review and meta-analysis. Plos-One 8 (1) e51333. Citado por Sergi Raventós en Sin Permiso:
Suicidios y crisis económica ¿Se puede romper esta relación?
[2]
Mueller,
H (2015). Suicidios en España, ¿un fenómeno de la crisis? Nada es gratis. Citado por Sergi Raventós en Sin Permiso:
Suicidios y crisis económica ¿Se puede romper esta relación?
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