Uno
de los problemas de nuestra sociedad es que hay a quienes les interesa que no
haya trabajo para todos. La tecnología y la competitividad por producir cada
día con menos costes suponen un motor de destrucción de puestos de trabajo que
los beneficios empresariales alientan. No obstante, hay
un gran nicho de trabajo en lo que se viene denominando sistema de cuidados o
actividad reproductiva, trabajo ex novo,
no deslocalizable, que puede suponer una gran fortuna para los países que no
son los más avanzados en tecnología punta. Nuestro país, al que visitan cada
año millones de turistas, puede ser puntero en estos servicios cuyo fin es
mejorar la calidad de vida de las personas.
Perseguir
la autonomía personal de todos los ciudadanos es el índice definitivo de una sociedad
madura y desarrollada. No obstante, todos a lo largo de nuestra vida
necesitaremos la ayuda de los demás para realizar tareas vitales. El hombre es
un animal menesteroso, cargado de necesidades, e incluso en el cénit de nuestra
madurez, necesitaremos a los demás para tener una vida digna de ser vivida.
Siendo esta necesidad clara, la sociedad se comporta como un demente
contribuyendo con sus guerras y locuras a perpetuar una sociedad injusta y
desigual.
Hubo
un tiempo, que los economistas llaman los
treinta gloriosos, en los que el capitalismo fue embridado por el Estado,
impulsando la demanda, el empleo y el crecimiento económico. La grave depresión
de los años treinta del anterior siglo y las consecuencias de las guerras
mundiales hicieron repensar a los poderosos las consecuencias de sus actos y
pactar acuerdos con los que se beneficiaba la vida de la mayoría y no sólo de
unos pocos. Este tiempo se distinguió por un crecimiento alto y estable, una
estabilidad de precios, un alto nivel de empleo y una distribución más
igualitaria de la renta. Pero incluso este período de recuperación posterior a
la Gran Depresión se basó, al menos en una parte, en la economía de guerra,
economía que movilizó recursos humanos y materiales para ponerlos al servicio
de los objetivos militares. Así durante la segunda guerra mundial la economía
alcanzó un crecimiento cercano al 20 %, crecimiento centrado principalmente en
los países participantes de forma indirecta en la contienda, participantes que
no sufrieron las consecuencias desastrosas de una guerra en su propio terreno.
El
mayor beneficio lo sacó Estados Unidos que desde entonces domina el mundo
queriendo, incluso, aplicar su visión al resto de países. Pero cuando las
visiones tienen puntos ciegos y se basan exclusivamente en el propio interés y
beneficio, las consecuencias terminan siendo muy costosas. Y es que en la
desigualdad anida el germen de la injusticia, origen de los mayores infortunios
de la historia del hombre.
Una
persona sin trabajo suele suponer dos problemas: en primer lugar es un
despilfarro en la producción de riqueza, mediante generación de bienes y
servicios y en segundo lugar supone un factor importante de desequilibrio en el
reparto de la renta contribuyendo al aumento de la desigualdad. Aunque quizás,
como en otros tiempos, hay quien siga considerando la desigualdad como el artífice
de la riqueza. Así a finales del siglo XVIII y principios del XIX un
comerciante inglés llegó a decir: “sin pobreza no habría trabajo, y sin trabajo
no habría ricos, ni refinamiento, ni confort, ni beneficio para aquellos que
poseen la riqueza[1]”
La pobreza a la que se refería era la de aquellos que tenían que trabajar para
sobrevivir. Pero es que hoy en día, como en tiempos de Marx, hay quién todavía
basa el progreso en la existencia de un ejército de desempleados de reserva, aplicando
la misma y vieja teoría malévola: la pobreza estimula el trabajo esclavizado y
el progreso de las sociedades. Toda una falacia dañina.
De
poco nos vale que se haya constatado que las sociedades inclusivas generan un
círculo virtuoso que nos conduce a un mundo mejor y, que las sociedades basadas
en instituciones extractivas, mediante un círculo vicioso, generan corrupción y
abuso de poder[2].
En nuestras sociedades es el trabajo remunerado y decente el que permite la
inclusión de la mayor parte de la ciudadanía. ¿Por qué, entonces, hay tan poco
trabajo en un mundo con muchísimas posibilidades de empleo, muchos nichos de
trabajo sin explotar, y que puede disponer de una riqueza sin igual en toda la
historia de la humanidad?
El
sector de servicios en los últimos años ha supuesto más del 70 % del PIB
mundial lo que nos indica por dónde va el mundo desarrollado. La agricultura y
la industria han ido reduciendo su porcentaje ya que la producción es
suficiente para que todos podamos alimentarnos y vivir como en ningún momento
de la historia. Las sociedades desarrolladas están envejecidas y los jóvenes
cada día encuentran menos oportunidades de trabajo en este mundo competitivo
que se desarrolla bajo las directrices del neoliberalismo.
Todo
ello me hace pensar que estamos perdiendo una gran oportunidad en la creación
de puestos de trabajo. Debemos considerar que los servicios no se deslocalizan,
aunque, sin embargo, exportamos jóvenes para los que no creamos puestos de
trabajo suficientes en nuestro país. Jóvenes bien formados que se nos marchan
para que sean otros los que aprovechen sus conocimientos y exploten su
formación y valía. Me pregunto entonces ¿por qué el sistema de cuidados sigue
tan descuidado cuando hay razones suficientes y rentables económicamente para
que lo cuidemos mucho mejor?
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