Estamos tan acostumbrados al ahorro y a la
disciplina presupuestaria que no somos capaces de ver más allá de los mitos que
venimos soportando. En ningún modo estoy de acuerdo con el dispendio y el
despilfarro del gasto público sin que haya creación de riqueza útil o creación
de un verdadero valor añadido que cubra las necesidades de la ciudadanía. Es
necesario, sin duda, la eficiencia y el control del gasto público. No obstante,
la economía tiene que estar al servicio de las personas y no al revés. Los políticos
tienen el deber de mirar por los ciudadanos a los que representan y no tomar
decisiones económicas que perjudican a una amplia base de la población y sólo
benefician a una medida tan abstracta como el PIB.
Hay varios mitos en la economía que debiéramos ir
desechando. Así es un mito fomentado por los fundamentalistas de la austeridad
que los gobiernos estén sujetos a restricciones presupuestarias como las
familias o las empresas. Es un mito, también, que los déficits presupuestarios
públicos sean siempre malos y una carga para la economía del sector privado, ya
que, a veces, el gasto público nos puede salvar de una caída de la demanda y de
un alto nivel de desempleo, así como evitar el mantenimiento de un alto nivel
de recursos ociosos. Por el contrario debemos saber que cuando el gobierno
gasta, aumenta el saldo de las reservas bancarias y de las cuentas de los
particulares, y cuando recauda impuestos, reduce el saldo de ambas.
La Teoría Monetaria Moderna (TMM) nos ofrece dos
reglas de importante interés. La primera es que
Un Estado con capacidad para
crear su propia moneda nunca tendrá por qué faltar al cumplimiento de sus
obligaciones con la deuda, hay que tener en cuenta que el que se endeuda es
el Estado y que puede emitir su propia moneda siempre que lo necesite con el
exclusivo control de no generar inflación excesiva, ya que controlar la
inflación debiera ser una de sus principales tareas. La segunda es que El ahorro que no va a las empresas se
transforma en deuda pública si el Estado tiene déficit, esta es la forma
habitual de cubrir las necesidades del Gobierno, pero supone que el ahorro
privado se transforma en menor consumo ralentizando la economía. Llegamos así a
lo que desde Keynes conocemos como “paradoja
del ahorro”, al tratar de ahorrar más se disminuye el consumo, disminuyendo
como consecuencia de una reducción del PIB el ahorro futuro y entrando en una
dinámica negativa.
Pero, en contra de lo necesario, gran parte del dinero que se crea lo crean
los bancos de la nada. El crédito bancario anterior a la crisis se daba
fácilmente con interés usurario y con intención de que la bola de nieve de la
deuda se hiciera cada día más grande, parecía que los beneficios para todos
nunca se iban a acabar. El capitalismo popular tenía entonces sus días de
gloria. Pero llegó el día en el que esta bola se rompió y la nieve se fundió y
evaporó, mostrándonos con dureza la artificialidad del sistema financiero y
haciéndonos ver la verdad sus falsas creaciones.
El mundo, sin embargo, sigue girando movido por la deuda personal y
colectiva que se incrementa sin descanso mediante sus intereses que solo
benefician a los grandes rentistas. Nos dice Ben Dyson fundador de Positive Money "El problema de
fondo es que el dinero se ha privatizado a hurtadillas". Y es verdad; en
vez de deber al Estado cuya misión es mirar por el buen funcionamiento del sistema
y por lo tanto generará déficit para cumplir sus objetivos sociales y retirará
fondos mediante los impuestos cuando el volumen monetario sobrepase la
verdadera producción de bienes y servicios y la inflación pueda dispararse;
debemos a personas o entidades privadas, capitalistas que fijan sus propias
reglas y las hacen cumplir a pesar de poner en riesgo la vida de las personas. En
definitiva, debemos ver claro, que el dinero es una deuda que contraemos con la
entidad que lo emite.
No sé si como también dice Dyson, los
bancos debieran perder el 'poder' de crear dinero. Lo que sí sé es la función
que deberían tener los Gobiernos para un mejor funcionamiento de la economía y,
de ningún modo, es su función salvar a la banca privada de sus errores, errores
que han sido basados en el egoísmo y la avaricia que, en definitiva, son los
motivadores que mueven al sistema capitalista. El Gobierno, sin embargo, debe y
puede aliviar el sufrimiento de sus ciudadanos y, cuando esto no sucede, los
días de bienestar y paz desaparecen.
Son elocuentes al respecto las noticias de hoy en día
aparecidas en la prensa: España supera ya a Grecia y tiene el déficit más alto
de la Unión Europea, junto con esta noticia se puede leer que el número de
afiliados a la Seguridad Social ha tenido la mayor subida, 540.655 afiliados,
de la última década y que el paro bajó en 390.534 personas, lo que supone el
mayor descenso de la historia (es verdad que los descensos vertiginosos son más
lógicos cuando el paro está muy alto como en estos tiempos). Estas noticias
juntas aportan algún indicio de lo que el Estado puede hacer gastando cuando
las circunstancias económicas son adversas. Si bien, es verdad, que se puede
hacer mucho mejor, ya que el paro ha bajado a base de crear trabajos precarios
y mal pagados, incrementando así el número de los pobres con empleo y, el
déficit público básicamente ha servido para salvar a los bancos y pagar los
intereses del salvamento, pero no para movilizar la economía cuya mejora se ha basado
muy especialmente en la bajada de los salarios de los trabajadores, para así obtener
una competitividad internacional que no ha mejorado la vida de la gran mayoría.
La verdad es que yo no creo que estos datos del paro
sean buenos como parece que la lógica nos da a entender, opino que más bien son
una tapadera de una situación que tenía que haber sido ya resuelta por un
Gobierno eficaz y que hubiera sabido utilizar todas las herramientas que tenía
a su disposición.
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