No es con la intransigencia y mediante la fuerza
como se consiguen políticas duraderas. Sólo tendríamos que poner líneas rojas
en aquellos puntos que atentan contra los Derechos Humanos o manifiesten
decisiones claramente injustas. Pero con la fuerza y la tozudez sólo se cierran
en falso los problemas y todo aquello que se cierra en falso vuelve a dar la
cara de forma recursiva, haciendo, además, que los avances sean nulos o incluso
se retroceda y se caiga en un bucle idiotizante
que olvida, por otra parte, las necesidades urgentes que se deben resolver y
que no admiten demora por ser vitales.
Y no se deben tener dudas de que en nuestro país
existen prioridades urgentes que necesitan abordarse cuanto antes, y, además,
estaríamos ciegos a la realidad si no atendiéramos las voces de aquellos que
manifiestan su desencanto y malestar, y piden en consecuencia alzar libremente
su voz y ser escuchados. Obcecarse, sin embargo, en limitar la libertad de
expresión de los ciudadanos, solo nos lleva a exacerbar sentimientos de
rebeldía y se consigue con más seguridad lo mismo que se pretende cercenar y
evitar.
La problemática catalana tiene paralelismos claros
con el proceso habido en Escocia. Allí
también se empleó el miedo y el frentismo para frenar los impulsos
independentistas. Y, no obstante, fueron las políticas neoliberales las que impulsaron
a los escoceses a buscar una separación que mejorara la situación y
consideración de sus ciudadanos. “No es de extrañar que el apoyo a la
independencia fuera mayor entre los trabajadores[1]”.
No se puede olvidar que “La victoria de Margaret Thatcher en 1979 fue el primer
clavo en el ataúd del Reino Unido, no porque estigmatizara a los escoceses,
como han hecho algunos de sus sucesores, sino porque la mayoría de los
escoceses la aborrecía a ella y a todo lo que representaba[2]”. La
corrupción en el extremo centro, como define Tariq Ali a la connivencia del bipartidismo
o tripartidismo que ha mantenido las políticas neoliberales con la complicidad
de bancos y grandes empresas, ha intentado por todos los medios, incluso los
legales, seguir ocultando y, por tanto, parar el conocimiento real de sus
andanzas generadoras de injusticias y desigualdades, y ha contribuido a atizar
las emociones nacionalistas que pretenden un futuro más humanitario y
esperanzado.
En palabras de Tariq Ali: “Los políticos timoratos y
dóciles que hacen funcionar el sistema y se reproducen son lo que yo llamo el
“extremo centro” de la corriente política mayoritaria en Europa y en
Norteamérica[3]”.
“Al final, el peligro (y no solo en el Reino Unido) no vino de la izquierda ni
de la derecha, sino de todos los partidos parlamentarios mayoritarios que
actuaban al unísono para defender el capitalismo: el extremo centro[4]”.
Esta defensa del capitalismo tal y como se está llevando en Europa y en nuestro
país hace alardes, no se detiene ante nada y utiliza cualquier medio para
conseguir el objetivo, siendo el miedo, la mentira y el descrédito sus armas
habituales y la corrupción el “modus vivendi”.
En Escocia y en España la herida no está cerrada y
seguirá sangrando si no se cambian las políticas injustas con la mayor parte de
la población. Mantener el statu quo
es lo que intentan aquellos que van muy a gusto con la situación actual. Para
ello emplean las argucias más rastreras y mienten sobre todo en relación a aquel
que pretenda hacer algún cambio. En nuestro país la demagogia y la mentira se
centra contra Podemos. Ya puede repetir hasta la extenuación que no quieren que
se separe Cataluña del resto de España. Los partidos de nuestro extremo centro
seguirán poniendo como línea roja el separatismo de Podemos. Se trata,
claramente, de confundir a aquellos que están imbuidos del nacionalismo
español, igualando la defensa de la libertad de expresión mediante: un recurso
democrático, con el impulso del separatismo sin más. ¡Pura demagogia y
manipulación!
El juego político más habitual tiene más de táctica
y estrategia partidista que otra cosa, con el único fin
de mantener a los mismos partidos en el poder y con ello defender los intereses
de aquellos que los están financiando, que, en definitiva, son sus dueños y
señores. Es un juego que se sale fuera de la verdadera función de la política y
olvidando las necesidades de los ciudadanos, los utiliza y manipula para
producir lo único que pretenden de ellos: el voto. Pero ¡Ay! Resulta que cuando
hay quién se financia a través de los propios ciudadanos y por tanto es a ellos
a quienes les conceden todo el poder en sus políticas, respaldando el poder del
pueblo, en definitiva la democracia. ¡Ay! Cuando esto sucede, el ardor con el
que se ataca no puede ser más elocuente y demostrativo de los fines que
pretenden los modos actuales de hacer política. Pero seguimos ciegos y no lo
vemos.
No deberíamos tener más nación que los derechos
humanos. Es verdad que es una utopía en el día de hoy, pero las utopías son las
que han contribuido a mejorar el hombre y sus sociedades. Hoy los únicos que no
tienen nación, a pesar de que nos hacen creer lo contrario, son los poderosos,
los ricos, porque su obsesión es el dinero y el dinero no tiene fronteras y se
dirige siempre allí dónde se puede multiplicar con más facilidad sin importar
qué o a quién destroza. Las políticas neoliberales, el fundamentalismo de
mercado y la liberación financiera han sido herramientas muy útiles para la
internacionalización del dinero y, sin embargo, aquellos que defienden estas
herramientas son precisamente los mismos que se aferran a la línea roja de sus
territorios de poder. Poder que es utilizado para encadenar y explotar a los
ciudadanos con las políticas que los destruyen y amordazan.
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