Cuando los hechos delictivos quedan impunes y sin
embargo las ficciones se castigan duramente. Cuando la denuncia
social no se admite y sin embargo vemos muy normal educar a los niños para un
trabajo flexible, precario y sin esperanzas, educar en definitiva para la
esclavitud del trabajo actual. Cuando una obra de
titiriteros concita más debates y se penaliza más que la corrupción y el robo
de inmensas cantidades de dinero y propiedades públicas. Cuando estas cosas
ocurren y son moneda usual, se corre el peligro de vivir en mundo irreal pero
que mata y apresa, en un mundo en el que la precariedad y la incertidumbre son
lo constante y hace que todo lo que parecía sólido en su día se vuelve líquido,
difuso, incierto, temporal, como nos advierte el sociólogo Zygmunt Bauman en
relación a los tiempos que corren. Pero este mundo líquido no afecta a todos, a
aquellos que se están apropiando de las riquezas existentes en nuestras
sociedades, apropiando de los recursos de la naturaleza y de los productos que
entre todos estamos generando, para aquellos, el mundo tiene un suelo firme,
real y acogedor en los que se controla cualquier contratiempo.
Aquellos no admiten ideas diferentes a las suyas. Ellos
pueden expresarse a su antojo: también tienen libertad de expresión. La libertad de expresión, en consecuencia, sólo
es un derecho real para los que pretenden un mundo de acuerdo a sus intereses y
lo consiguen a base de dinero y poder. Escribía Antonio Muñoz Molina que en nuestros
años de democracia “Lo natural no es la igualdad sino el dominio de los fuertes
sobre los débiles [...] Lo natural es exigir límites a los demás y no
aceptarlos en uno mismo[1]”.
Y en relación a los que tienen o mucho poder decía: “Parece que tienen una idea
mucho más aguda y certera de la realidad que nosotros y a la vez que están completamente fuera de ella,
enajenados en la niebla de su propio éxito y su egolatría[2]”. Viven en otra realidad que se asegura la
asepsia respecto al resto de los ciudadanos, a los que se les aplica la
medicina del miedo, medicina que permite milagrosamente transformar a la
sociedad en una obra de rentabilidad económica para unos pocos, a base de
recortes en derechos y libertades.
Viven de lujo cuando
las cosas van bien y cuando van mal. La bolsa cae, y en pocos días muchos
pequeños ahorradores ven desaparecer sus ahorros, pero no hay que preocuparse;
aquellos que inventaron las triquiñuelas bancarias, las hipotecas basura, las
preferentes, la titulización y muchos otros productos bancarios, que ni ellos mismos
entendían pero les permitían hacerse con el dinero de los demás unido al
incremento de su poder que les permite ser impunes y asegurarse contra su
inmundicia y falta de moral; aquellos volverán a aumentar su cuenta bancaria y
a hacer su mundo más sólido y seguro. ¿Cómo van a querer entonces cambiar las
reglas de nuestra sociedad que ellos han inventado? Perderían su seguridad,
tendrían que comportarse como el resto de los ciudadanos y admitir que todos
tenemos la misma dignidad.
No hay
que olvidar que “Quienes toman decisiones financieras son inmunes a toda
exigencia de responsabilidades, y están por encima de cualquier ética moral que
no sea la rentabilidad[3]”.
La crisis que nos tiene y entretiene, consecuencia de los excesos financieros,
es una muestra de la inmoralidad inmanente del mundo financiero. Es una
muestra, también, del ocaso del mundo moderno que se identificaba con una ética
del trabajo que nos trajo el consumismo y la desigualdad. Así “El posmodernismo nos ha legado la ilusión de
vivir en un mundo libre de necesidades y de ideologías, abierto a las promesas
de un consumismo ilimitado, de un espectáculo encandilador, de la exaltación de
la individualidad aun a costa de que esta nos traiga la inseguridad del empleo,
la incertidumbre y la soledad[4]”.
La manipulación de la realidad apoyada por la
medicina del miedo hace olvidar el pasado y nos sumerge en una burbuja que nos
degrada en una espiral sin fin “Y lo cierto es que la memoria de los errores (y
horrores) del pasado no impide que se cometan otros nuevos, aunque sea en
diferentes condiciones y momentos y por motivos distintos. Si la historia
pudiera servir realmente para evitar que se repitieses sucesos desagradables
gracias al poder de la memoria, hace ya tiempo que no tendríamos guerras ni
asesinatos en masa, ni siquiera racismo, marginación u opresión[5]”.
La historia nos muestra que los fuertes nunca han dejado que la sociedad
caminara hacia niveles de más igualdad y felicidad, no era su misión. La
historia nos muestra que los ricos y poderosos siempre han aprovechado el
esfuerzo del resto de las sociedades en las que vivían. Y hay estudios que
demuestran que lo que cae de arriba, hablando en términos sociales, son migajas
y que los ricos cada vez generan menos empleo y destruyen más.
La historia se repite y parece que la mayoría de
nosotros debemos acostumbrarnos a la crisis permanente (un demonio cruel con
los débiles), porque será nuestro modo de vida. No aprendemos, aceptamos el “no
hay alternativa”. No aprendemos de la historia, y si no aprendemos de ella
estamos condenados a repetirla. La crisis de la que no paramos de hablar,
repito, no es un hecho pasajero, ha venido para quedarse si no encontramos una
salida adecuada para todos, salida que sólo puede llegar con un cambio profundo
de la sociedad, un cambio en el que nos preocupemos de las personas, en el que
el dinero no decida quién puede vivir y quién no, quién puede realizarse y
quién no, un cambio en el que lo virtual no oculte la realidad y en el que el
miedo sólo persiga a aquellos que quieran utilizarlo como herramienta
manipulativa para proteger sus intereses egoístas.
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