Hay a quienes
se hacen abanderados de la libertad: libertad de prensa, libertad para el
dinero, libertad para el capital, libertad personal. Muchos de ellos requieren y
piden un Estado Mínimo que principalmente cuide de sus propiedades, su
seguridad y su libertad individual. Sin embargo, abogan por poner muros y
vallas para que otros seres humanos no puedan tener siquiera la más mínima libertad:
la libertad de movimientos y de pensamiento. Corren para poner una mordaza a
todos aquellos que se manifiestan con ideas diferentes a las que ellos profesan.
Cierran naciones, urbanizaciones, centros de ocio y blindan su pensamiento como
único ya que la información objetiva y el pensamiento libre les asusta. Ellos
proclaman: la libertad es mía o nuestra, la de nuestra clase privilegiada. Nuestra
libertad es sagrada, que nadie la coarte o menoscabe.
Los seguidores
de Hayek, que se reconocen como verdaderos liberales, alaban las palabras del
maestro cuando dice que todo intento de construir una sociedad mediante una
ingeniería social o de acuerdo con una idea preconcebida lleva inevitablemente
a una tiranía incapaz de satisfacer las múltiples y complejas necesidades que
motivan a los sujetos. La realidad, sin embargo, es que su libertad no
llega mucho más allá de sus intereses. Ya que todo aquello que los limite
rápidamente lo quieren destruir a cualquier coste.
Un botón de
muestra lo tenemos en Esperanza Aguirre. ¿De qué clase de libertad habla cuando
califica de antidemocráticos y radicales a partidos que han sido votados por
una buena fracción de ciudadanos en un sistema democrático que, además, ella
defiende? Los ciudadanos se han expresado libremente (a pesar de haberse
movilizado el voto del miedo especialmente por ella) y las urnas han hablado,
pero parece que solamente hay que servirse de los votos cuando son favorables.
Además ¿son tan radicales aquellos que a lo que más importancia dan es a que
todos los ciudadanos tengan los medios indispensables para una vida digna, que
los ciudadanos más desfavorecidos, más vulnerables no se suiciden, no se mueran
de hambre o puedan tener una vivienda digna donde vivan y, además, tengan los
medios necesarios para una vida no sólo con
posibilidades de sobrevivir, sino también para poder desarrollar libremente su
personalidad. ¿Esto es ser radical para ellos? Está claro que hay quien se ha
empeñado en volver al siglo XIX y alimentar los fantasmas del comunismo más
trasnochado sin querer entender las ideas de Marx.
En la última encuesta de condiciones de vida publicada
por el Instituto Nacional de Estadística (INE), el 42,4% de los hogares españoles
no tenía capacidad para afrontar gastos imprevistos en 2014, siendo el
porcentaje más elevado desde 2004. En el extraordinario sistema liberal que
tiene en mente la Srª Aguirre ¿qué clase de libertad tienen estos ciudadanos?
Cuando no tengan paro, cuando no tengan asistencia sanitaria y tengan que
enfrentarse a una intervención quirúrgica de alto coste, o a un tratamiento de
una enfermedad crónica o de larga duración, a los gastos de educación de sus
hijos, al pago de los suministros energéticos básicos, al cuidado de sus
mayores, etc., etc.
El mencionado Hayek, gurú de los
liberales, consideraba el mercado económico como la panacea, como un sistema de
comunicación que proporciona una densa y delicada red de informaciones a través
de la cual los precios indican el valor de los factores de producción y, consiguientemente,
lo que es preciso producir y lo que la sociedad puede consumir. Pero todos
sabemos que en las naciones más desarrolladas se produce para tirar (frutas,
pescado, mobiliario, electrodomésticos, casas, etc.) en un gran porcentaje, que
hay obsolescencia programada, incluso inmediata, para que el consumo no pare
nunca y, sin embargo, las necesidades básicas de un gran número de personas
permanecen sin cubrir. Todos sabemos que no solamente la información no está a
disposición de todos sino que la falta de ella se utiliza para vender más caro,
para especular y comerciar de manera injusta, ya que los costes en muchos casos
son reducidos y las ganancias se disparan con la ignorancia y la falta de
posibilidades de la mayoría. Todos sabemos a estas alturas la manipulación
informativa a que nos someten los medios de comunicación, la manipulación
informativa que se da cuando existe una concentración de estos medios,
concentración que no es más que la consecuencia de un sistema capitalista sin
trabas y dejado a la entera libertad de las élites.
A mi modo de ver un autor más
consecuente es Karl Polanyi,
que escribía en su famoso libro la Gran Transformación “La desaparición de la
economía de mercado puede suponer el comienzo de una era de libertad sin
precedentes” y argumentaba que “La libre empresa y la propiedad privada se
declaran esenciales para la libertad. Ninguna sociedad construida sobre otros
fundamentos merece ser llamada libre. La libertad creada por la regulación se
denuncia como falta de libertad, la justicia, la libertad y el bienestar que
ofrece son denunciados como camuflaje de la esclavitud [...] Esto significa
[sin embargo] libertad plena para aquéllos cuyos ingresos, ocio y seguridad no
necesitan mejora, y un camelo de libertad para el pueblo, que en vano intenta
hacer uso de sus derechos democráticos para protegerse frente al poder de los
ricos”.
Para Cesar Rendueles es un error “Tratar de que la
competencia, el egoísmo y el miedo se conviertan en los motores de la conducta
social no sólo es inmoral sino muy poco práctico. El capitalismo está en crisis
permanente y es increíblemente frágil, sobre todo si se compara con sistemas
productivos que han sobrevivido miles de años[1]”.
Fernando Savater nos decía que el “Fanático
es quien no soporta vivir con los que piensan de modo distinto por miedo a
descubrir que él tampoco está tan seguro como parece de lo que dice creer[2]”.
A lo que hay que añadir que según Nietzsche el fanatismo es la único fuerza de
voluntad de la que son capaces los débiles. ¿Quiénes son los fanáticos me
pregunto?
Concluimos con palabras David Harvey en relación a las
contradicciones del capital y del capitalismo desenfrenado en el que algunos
quieren permanecer en aras a una libertad imposible. Lo que sí se ha demostrado
es que “probablemente el capital pueda funcionar indefinidamente, pero de una
forma tal que provocará la degradación progresiva del planeta y un
empobrecimiento de masas, que acarreará un espectacular aumento de las
desigualdades sociales y de la deshumanización de la mayoría de la humanidad,
la cual se verá sometida a una negación cada vez más represiva y autocrática
del potencial para el florecimiento humano individual mediante la
intensificación de una vigilancia policial totalitaria por parte del Estado, un
sistema de control militarizado y una democracia totalitaria, aspectos todos
ellos que en gran medida ya experimentamos en el momento presente[3]”.
El capitalismo neoliberal que tenemos sí que es radical. No sólo supone la destrucción
de una democracia actualmente manipulada, menor y sin lustre. Supone sobre todo
la destrucción de nuestras posibilidades de vida, de nuestro futuro, de nuestra
libertad.
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