Cuando se acusa a los políticos de uno u otro
partido, de uno u otro color, de la crisis actual, debemos tener muy claro el
inicio de esta crisis allá por el año 2007, que ha sido bautizada como la gran recesión. Debemos analizar las
políticas que la provocaron, las instituciones que se implicaron y las
herramientas que se usaron para tamaña implosión que nos ha llenado de
sufrimiento. Acusar a un político de que ha provocado esta crisis sistémica y
globalizada o de que se está saliendo de ella por sus decisiones y acciones, es
una manera demagógica de buscar votantes y enmascarar las verdaderas razones
que han provocado el desastre económico y social. Es verdad, no obstante, que
las políticas seguidas en una mayor parte de las naciones han coadyuvado a que
la crisis se acentúe o no, o se mantenga más o menos tiempo. Especialmente las
políticas de austeridad mantenidas en Europa han sido las causantes de la posterior
crisis de deuda soberana iniciada en
el 2010 y que, a pesar de los cantos de sirena, todavía nos muestra la cara
amarga del paro, la pobreza y la desigualdad.
Aunque lo parezca las siglas CDO y CDS no corresponden
a clubes deportivos, ni partidos democráticos ya que estos abundan poco. Son
acrónimos de productos financieros denominados en inglés Collateralizad debt obligation (CDO), obligaciones de deuda garantizadas y Credit default Swaps (CDS), permuta
de incumplimiento crediticio. Son y han sido, además, herramientas
utilizadas por los verdaderos culpables de la burbuja que, como se ha dicho,
explotó a mediados de 2007 en Estados Unidos y cuyos temblores se han expandido
por el mundo entero. Son productos inventados por el mundo financiero que se
han convertido en unos maravillosos distribuidores perversos de riqueza: todo
para los ricos y migajas para los demás.
Las CDO ya
fueron bautizadas por Warren Buffet como armas de destrucción masiva y no cabe
duda que han hecho más daño en la población que muchas guerras. Estos activos
están empaquetados, agrupando múltiples porciones de distintas deudas que
conllevan riesgos muy diferentes y que con la ayuda de las agencias de
calificación eran envueltos en papel de regalo muy atractivo (triple A),
sabiendo, sin embargo, que dentro había caramelos envenenados de alto riesgo
para la vida de las personas. Estos productos derivados permiten a los bancos
hacer líquidos derechos de cobro que normalmente no los son, como en el caso de
las hipotecas, deshaciéndose así del riesgo que su impago pudiera conllevar. De
esta manera, los Centros financieros, los fondos de pensiones, las SICAV, los
bancos y la gente poderosa, sacaban jugosos beneficios vendiendo lo que, si
hubiera sido posible conocer, nadie hubiera comprado. “Los cálculos matemáticos
que estimaban cuánto se debía al propietario de [una] CDO a la fecha de
vencimiento de la misma eran tan complejos que ni su creador podía
descifrarlos. Sin embargo, la mera insinuación de que brillantes mentes
matemáticas habían diseñado su estructura, y el hecho tangible de que las
respetadas y temidas agencias de calificación de crédito de Wall Street les
habían dado carta de aprobación (en forma de calificaciones triple A) era
suficiente para que bancos, inversores individuales y fondos de inversión las
comprasen y vendiesen internacionalmente como si fuesen bonos de alta calidad o
incluso efectivo[1]”.
Para lograr la cuadratura del círculo el CDO se cubrió, se aseguró, por el CDS para evitar así el riesgo del que,
no cabe duda, eran conscientes aquellos que jugaban con el dinero de los demás,
incluso con el de aquellos que viven con los justo y de ningún modo podían echar
en saco roto. El CDS es un producto
que consiste en una operación financiera de cobertura de riesgos, incluido dentro de la categoría de productos derivados de crédito, que se materializa mediante un contrato de swap (permuta)
sobre un determinado instrumento de crédito (normalmente un bono o un préstamo)
en el que el comprador de la permuta realiza una serie de pagos periódicos
(denominados spread) al vendedor y, a
cambio, recibe de éste una cantidad de dinero en caso de que el título que
sirve de activo subyacente al contrato sea impagado a su vencimiento o la
entidad emisora incurra en suspensión de pagos. Aunque un CDS es similar a una póliza de seguro, se diferencia
significativamente de ella en que no se
requiere que el comprador del CDS
sea el propietario del título (y por
tanto haya incurrido en el riesgo real de compra de deuda). Es decir, un seguro
se establece sobre algo que es propiedad del asegurado, pero un CDS se hace sobre un bien que no es
propiedad del que contrata el CDS. A
este tipo de CDS se le denomina
"desnudo" (naked), y en realidad es equivalente a una apuesta.
El Parlamento Europeo prohibió por el peligro que implicaba las CDS "desnudas" de deuda de
estado a partir del 1 de diciembre de 2011. Varoufakis, el denostado
ministro de economía griego que de esto sabe mucho, nos dice en román paladino que “una CDS no es más que una apuesta porque
suceda algo desagradable, principalmente que alguien (una persona, una empresa
o una nación) deje de pagar un crédito[2]”. Esto permite especular con
el impago de la hipoteca de tu vecino o asegurar el coche de un conocido
cobrando la póliza si tiene un accidente y, también, como tristemente ha
sucedido con el impago de deuda de países enteros, hundiéndolos con el único
objeto de incrementar de forma visible sus ganancias.
Los defensores a ultranza del capitalismo y aquellos
que piensan en el libre mercado como la panacea, el sistema ideal de asignar
los medios de producción, los bienes a producir y la distribución de los mismos,
aplauden todo aquello que supone una posibilidad de beneficio, aunque supongan,
bombas de relojería muy peligrosas, comportamientos antisociales y efectos
indeseables que no tienen en cuenta o no les interesa tenerlos. Estos productos
financieros fueron creados con el objetivo de procurar un mundo en continua
expansión, un big bang eterno que
produjera océanos de dinero, océanos de felicidad. Pero la corrupción solo nos
puede traer más corrupción y la congelación de la vida social. Los CDO y CDS son productos que llevan el
vicio en su interior, no son más que engaños envueltos en papel de regalo para
beneficio de los más aprovechados, aunque también a alguno de ellos les ha
explotado en su cara, a otros les ha otorgado un gran poder político y ha
ayudado a extraer financiación de los ingresos nacionales en proporción a la
inmensidad de sus agujeros negros.
Se produce, en fin, vacío existencial y convivencial[3].
Se crea dinero con dinero. Calorías vacías de poca importancia real para la
vida social. Como nos decían los premio nobel de economía Akerlof y Shiller en
su libro titulado “Animal Spirits”
“la generosidad del capitalismo tiene un gran inconveniente: no produce
automáticamente lo que la gente necesita sino lo que cree que necesita y está
dispuesta a pagar[4]”. Desorientados estamos
perdiendo el norte. Esta economía no sirve a los intereses generales. No se
come con CDOs ni con CDS; no sirven ni para sopa de letras.
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