Hay
momentos en que se muestra públicamente lo peor de nuestra naturaleza. Este es,
sin duda, uno de ellos. Es verdad que quien quiere mirar la naturaleza vil y
salvaje del hombre la encuentra por doquier, ya que en nuestro planeta nunca
faltan ejemplos. Pero otra cosa es cuando machaconamente se descubre esta
naturaleza perversa en aquellos que tienen que buscar e incentivar la parte
buena de nuestra naturaleza, que por fortuna también poseemos. La reiteración
de estos hechos hace caer al más optimista, al más bondadoso. La sensación de
hastío nos llega cuando el vaso, que sin descanso se va llenando, empieza a
rebosar. El Gobierno debe ser el encargado de buscar el beneficio de todos, el
beneficio de la comunidad para mejorar la vida de cada uno de los ciudadanos.
Pero cuando este fin se altera y se vuelve tóxico, cuando el Estado se vuelve
cancerígeno y las consecuencias de las acciones de sus dirigentes (que para más
INRI han sido elegidos mediante votación más o menos democrática) son
catastróficas y encaminan a la sociedad al abismo, sin temor, además, de dar un
paso al frente. En esos momentos, precedidos por una paciencia infinita, a los
que nos consideramos pacifistas y como tal no nos permitimos usar métodos
destructivos, nos entra vergüenza ajena y una profunda tristeza al ver que la
raza humana no es capaz de aprender de sus errores y se mantiene en los mismos
vicios dañinos.
Varoufakis
escribió que “Es la naturaleza de la bestia,...Los humanos son criaturas
codiciosas que sólo simulan civismo. A la más mínima oportunidad, robarán,
saquearán y abusarán de los demás. Esta lóbrega visión de la humanidad deja
poco espacio para una pizca de esperanza de que los inteligentes abusones
acepten reglas que prohíban los abusos. Porque, aunque acepten, ¿quién va a hacer que se cumplan? Para mantener a los abusones a raya sería necesario
un Leviatán dotado de un poder extraordinario. Pero, entonces, ¿quién le pondrá
el cascabel al Leviatán?[1]”.
Todo esto se ha mostrado diáfanamente con la detención de Rodrigo Rato,
acusado por la fiscalía de alzamiento de bienes, blanqueo de capitales y fraude
fiscal, entre otros cargos. Este acontecimiento ha venido a rebosar el vaso de
agua y ha causado una gran convulsión social y política. Los hechos se han
precipitado desde que se conociera que el exvicepresidente económico con José
María Aznar se acogió a la amnistía fiscal aprobada por el Gobierno en 2012. Sin
embargo, algo ya se venía intuyendo desde lejos, aunque algunos lo taparan con
sus malas artes.
Es
incomprensible que después de los todo lo constatado en relación a los
gobiernos del Partido Popular aún existan ciudadanos que no vean lógica la
dimisión en pleno del actual, que todavía existan ciudadanos que sigan
queriendo votar a este partido. Esto, a mi entender, es un indicador de la
ilógica democrática actual, de la ignorancia política, de la escasa
participación real de la ciudadanía en la decisión de los asuntos públicos. No
ha sido suficiente la trama Gürtel, ni la financiación del PP y la imputación
de sus tesoreros, la trama Púnica, el caso Bankia con sus preferentes y
tarjetas black. No han sido suficientes los múltiples casos de corrupción
habidos en nuestro país que han llevado a un gran porcentaje de los ministros
del último gobierno de Aznar a estar imputados y alguno encarcelado. No es
suficiente tampoco, como parecen decir las encuestas, la guinda que ha puesto
en el pastel el magnífico ministro de economía Don Rodrigo Rato (aunque “cualquier
cosa puede suceder en el futuro[2]”).
El político que pudo ser presidente de Gobierno si no hubiera titubeado (habría
que saber por qué) y que ha desempeñado el puesto económico más relevante en la
esfera internacional como Director Gerente del Fondo Monetario Internacional
(FMI). Uno de los máximos encargados de hacer que aquellos que tienen tanta
pereza en cumplir con sus obligaciones para Hacienda, se motiven por las buenas
o por las malas, convertido, no obstante, en uno de los máximos defraudadores
de nuestro país.
Para mayor vergüenza
conocemos que Hacienda devolvió 73.000 € a Rato en los años 2009-2013, al
declarar sus empresas pérdidas en su mayor parte en el año 2013, lo que no deja
de ser muy significativo. Razón tenía el profesor Varoufakis cuando dice a Jordi
Évole “El gran error ha sido salvar a los banqueros”. Máxime contraponiendo
informes como el de la Asociación Estatal de Directores y Gerentes de Servicios
Sociales presentado el día 17 de abril pasado por tercer año consecutivo sobre
el estado social de la nación 2015. Tiene éste como objetivo demostrar que hay
otra forma de ver las cosas, donde las personas son lo principal, no una mera
comparsa del debate económico. En el informe se clasifica a la sociedad
española en cuatro capas, la primera de las cuales la compone una fina capa de
población activa muy enriquecida; seguida de una delgada capa de familias con
activos que resisten a la crisis económica, una tercera capa de población no
activa formada por pensionistas cuyas pensiones se han mantenido en unos
valores que han creado el espejismo de mejorar su posición relativa en cuanto a
la mediana de renta y, por último, una cuarta franja de población formada por
una ingente cantidad de ciudadanos activos expulsados de la vida laboral y de
la vida financiera cuyos proyectos vitales se han truncado. ¿Hay o no hay clases?
Entre las distintas
ideologías sobre el estado, el debate sobre su tamaño es uno de los más
importantes. Pero este debate se decanta hacia un lado cuando el Estado es el
cáncer de la sociedad, ya que parece que lo más congruente sería dar la razón a
los verdaderos liberales que pretender un Estado mínimo basado en seguridad,
justicia, defensa, infraestructuras y asistencia social[3] y
a los anarquistas que quieren vivir sin él. Pero precisamente porque el hombre
en general todavía no es de fiar es por lo que debemos crear instituciones que
impidan los efectos perversos que en la administración introduce la variable de
aquellos que elegimos para gobernarnos. Se deduce de ello la necesidad de
implicación política de los ciudadanos que como clientes de una gran empresa
deben exigir calidad, eficacia y eficiencia. En caso contrario, ¿quién se
esforzaría por evitar las externalidades negativas que se crean con la
actuación de las empresas? ¿Quién se preocuparía del medio ambiente, la
normativa sobre seguridad e higiene y aquellas otras que requieren salvar ese
lado oscuro de la naturaleza humana? ¿Quien
la hará cumplir si no hay Estado y la competitividad de las empresas es a
muerte?
La ley de la selva, la
ley del más fuerte, deja total libertad pero para que el hombre abuse del
hombre. Erich Fromm ya escribió: “La orientación del tener
es característica de la sociedad industrial occidental, en que el afán de
lucro, fama y poder se han convertido en el problema dominante de la vida (…)
El hombre moderno no puede comprender el espíritu de una sociedad que no esté
centrada en la propiedad y en la codicia”[4]. Palabras que no dejan de ser actuales. Es
triste, así, constatar el dicho de que cuanto más se conoce a las personas más se
quiere a nuestro perro.
En resumen
los que han incrementado la exacción fiscal hasta el no va más, sangrando a los
españoles para tapar los agujeros del Estado, tenían agujeros camuflados para
aprovecharse de sus ingresos y dedicarlos a exclusivamente a su peculio. El PP, como dice Juan Ramón Rallo,
necesitaba mentir para ganar y necesitaba ganar para saquear a los españoles.
No tendré más remedio para sobreponerme de este nuevo chasco que intentar
la solución de José Mota: “voy a soltar quinientas risas y después soltar
quinientas más para ver el lado positivo, detrás de cualquier adversidad”.
Esperemos que de esta guisa el lado positivo de tanta depravación no tarde en
llegar, porque ver no lo veo.
[4] Rodríguez, Emma. Erich Fromm: La desobediencia
del humanismo. Lecturas sumergidas, núm. 22, marzo 2015.
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