En este mundo inestable y
complejo dirigido por un neoliberalismo
inmisericorde, capitalismo duro y libre de toda norma, la tensión entre capital
y trabajo nos está llevando a un panorama desigual y conflictivo. El trabajador
ya no pisa terreno firme y le han obligado a lidiar con la incertidumbre, la
flexibilidad y la disponibilidad, que no el trabajo, a tiempo completo. Así, los
estudios sobre la evolución del trabajo en las últimas décadas se centran en el
paso de un modelo productivo fordista al postfordista o flexible, en el que hay
que tener muy en cuenta la acción poderosa de las tecnologías de la información
y comunicación (TIC) y la actual globalización nada justa con los que menos
tienen; consecuencia de la internacionalización del trabajo a bajo coste y la
consecuente deslocalización de empresas. Sennett en su libro La corrosión
del carácter[1]
nos muestra la evolución habida y como la misma afecta al hombre en el actual
desarrollo de la globalización y sus crisis económicas persistentes: “En la
actualidad, la expresión capitalismo flexible describe un sistema que es
algo más que una mera variación sobre un viejo tema. El acento se pone en la
flexibilidad y se atacan las formas rígidas de la democracia y los males de
la rutina ciega. A los trabajadores se les pide también –con muy poca
antelación- que estén abiertos al cambio, que asuman un riesgo tras otro, que
dependan cada vez menos de los reglamentos y procedimientos formales”.
Las
consecuencias que se están fraguando en este contexto se centran en la
aparición de una nueva clase social que ya viene definiéndose como precariado, enfrentada básicamente a
otra clase social que se determina como plutocracia
y que está formada por un pequeño número de personas con inmensa fortuna y
poder, que les permite, además, seguir extrayendo y acumulando su riqueza de
las clases medias y bajas. Se considera que este grupo está compuesto por no
más de un 0,1% de personas con respecto a la población mundial. Según Oxfam Intermón la riqueza mundial se
concentra cada vez más en manos de unos pocos ricos. Los 80 individuos más ricos
del mundo han tenido la misma riqueza que el 50 % más pobre de la población
total, cerca de 3.500
millones de personas. En el 2016 estiman que la
riqueza que poseerán los 70 millones de personas más ricas del mundo (un 1%)
podría superar a la riqueza que tienen en su conjunto los 7.000 millones de
personas restantes que habitan el planeta. Pero, en este sistema neoliberal todos estamos
atrapados y a veces somos inconscientes de estar, incluso las personas que
muestran una actitud más social y empática
con sus semejantes. Un ejemplo: “La misma sociedad que se muestra
contraria al capitalismo y exige la mano del Estado en todas las áreas de la
vida, no levanta la voz cuando se discuten los desorbitados salarios de las
estrellas del Madrid y del Barça.[2]”.
Es verdad que siempre ha habido
contratación temporal y en nuestro país este tipo de contratos ha sido
potenciado desde los tiempos de la publicación del Estatuto de los Trabajadores
en los años 80 del pasado siglo, especialmente tras su reforma del año 1984. La
temporalidad no es, por tanto, lo que distingue al precariado. Según Guy Standinng
que acuñó el concepto de precariado: “El aspecto clave aquí es que este
precariado está sometido a lo que yo llamo precarización –adaptación de las expectativas vitales a un empleo inestable y a una
vida inestable–…no se refiere a la pérdida de estatus, al contrario del
concepto de proletarización –adaptación a un salario y un empleo estable–, un
concepto muy utilizado por historiadores para analizar lo que ocurrió a finales
del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Precarización se refiere más bien a una
pérdida de control sobre el propio
tiempo y sobre el desarrollo y uso de las capacidades propias. Además de
ello, una persona que pertenezca al precariado tiene, a diferencia del viejo
proletariado, un nivel educativo y formativo por encima del nivel que se le
exigirá en el trabajo que entra en sus expectativas. Esta característica es
históricamente exclusiva. Este hecho difiere de las características del
proletario clásico, quien, en el mejor de los casos, aprendía un oficio o habilidad
a una edad temprana, y si era competente podría ascender de oficial a artesano
y de artesano a maestro o supervisor. Sin embargo, el precariado espera
aprender y re-aprender innumerables trucos y desarrollar habilidades sociales,
emocionales y comunicacionales que sobrepasen cualquier demanda del
proletariado[3]”.
El pasado 23 de abril, día
internacional del libro, el Instituto Nacional de Estadística (INE), publicaba
los datos de la Encuesta de población activa (EPA) del primer trimestre de
2015. Las manifestaciones efectuadas al respecto por nuestro Presidente de
Gobierno eran poco menos que exultantes y dejaba ver que éste era el camino
correcto que debemos recorrer. Este optimismo se basaba principalmente en que el
número de parados bajaba este trimestre en 13.100 personas respecto al cuarto
del año anterior (una variación mínima del –0,24%) y se situaba en 5.444.600
parados, cifra muy alejada de los 6.278.200 parados que había en el primer
trimestre (1T) del año 2013, pero también muy alejada de los 1.766.900 activos
en paro que había en el 3T del 2006, lo que refleja una situación bastante peor
que en los trimestre previos al inicio de la crisis. Según el INE en los 12
últimos meses, es decir desde el 1 de abril del 2014, el paro ha disminuido en 488.700
personas, pero todavía son más que las que había en el tercer trimestre de 2011
que ascendían a 4.978.300. Si analizamos el número de activos vemos, también,
que disminuyen este trimestre en 127.400 hasta 22.899.400, pero para nuestra
desgracia en el tercer trimestre de 2011 los activos eran 23.146.300. Finalmente
el número de ocupados disminuye en 114.300 personas en el primer trimestre de
2015 y se sitúa en 17.454.800, pero también este dato no es tan favorable ya
que la ocupación en el tercer trimestre de 2011 fue de 18.156.300.
¿Qué
nos quieren decir estos datos? En primer lugar que ni por asomo estamos
saliendo del túnel en el que nos ha metido la crisis financiera globalizada
iniciada en 2007 y tampoco estamos mejor que cuando el actual Gobierno cogió el
poder. En segundo lugar que nuestra economía si está saliendo de la crisis lo
está haciendo a costa del empleo ya que no sólo el número de ocupados es mucho
menor sino, también, que éstos tienen trabajos cada vez más precarios, imprevisibles
y peor pagados, haciendo de la vida de muchos ciudadanos un tobogán peligroso. Así
la realidad es que en el año 2014 se formalizaron 4 millones de contratos con
una duración igual o menor a una semana lo que ha supuesto un incremento de un
43 % con respecto al año 2007. Esto nos indica que también en España se está instalando la precariedad como forma de
vida de un gran número ciudadanos, mayormente con rostro joven. Es mérito de
esta tensión desigual en las relaciones laborales que ha supuesto la derrota
del trabajador: “El precariado es la primera clase social de masas en la
historia que ha ido perdiendo sistemáticamente los derechos conquistados por
los ciudadanos[4]”.
En
conclusión, parece evidente que los trabajadores, nuevamente, se están llevando
la peor parte, al basarse las políticas europeas en la devaluación salarial y
la precariedad laboral y, como consecuencia, la desigualdad sigue su ritmo
ascendente sin que nadie la moleste. ¡Los trabajadores son pura mercancía a
bajo coste!